Monseñor Fabio Colindres: Se ha logrado mucho más de lo que este servidor, la sociedad civil y también la comunidad internacional hubieran esperado. Aquella actitud inicial de buena voluntad ha trascendido en el tiempo, y ya no estamos hablando de una tregua, estamos hablando de un proceso que está tomando rostro, cuerpo y carácter. A mí ya no me gusta hablar de tregua, estoy hablando de un proceso de paz.
En la reunión en el penal de Quezaltepeque con el representante de la OEA, el líder de la pandilla 18, El Duque, habló específicamente de un proceso de paz.
Yo he empezado a utilizar la expresión proceso de paz, porque de otra forma no tiene sentido. En su momento el entendimiento entre ellos fue un primer paso, pero no tendría mayor valor si nos hubiéramos quedado ahí.
¿Y usted percibe que los líderes de las dos pandillas lo ven así también?
Tengo la impresión de que ellos lo han visto así antes que yo. Cuando ellos acordaron un pacto entre ellos, no estaban pensando en una tregua, estaban pensando en un proceso definitivo que llevaría a la paz. Todos los demás actores, no por falta de fe, sino porque es un proceso inédito no lo habíamos visto como ellos lo vieron desde el inicio: cómo un proceso que llevaría a la paz.
Entonces, si vemos el punto inicial, aquel comunicado que ellos firmaron a finales de marzo, donde lo único que realmente se comprometieron con su palabra era el cese de la matanza entre pandilla y pandilla, ¿a los tres meses ha trascendido a otras formas de violencia?
Ha traducido a una reducción general de la violencia, al respeto en el ámbito estudiantil, al cese del reclutamiento en los mismos; ha trascendido en la forma que paulatinamente otros centros penitenciarios –últimamente cárcel de mujeres– han querido unirse a este proceso. Poco a poco estamos viendo elementos nuevos, que nos hacen pensar en que ya no es de una decisión interna que les convenían a un grupo de personas, sino un proceso que está involucrando y debe involucrar a toda la nación.
Lo que inició como una iniciativa de un grupo reducido de líderes pandilleros –todos ya en una edad más avanzada y con condenas altas–, que estaban reflexionando quizás a partir de su situación personal, ¿esto realmente se ha consensuado en la totalidad de las pandillas, incluyendo a los de afuera de los penales?
La reflexión sobre la necesidad de un entendimiento entre las pandillas y de una etapa social abierta, en la que para ellos pudieran haber cambios –y consecuentemente para la nación–, era una reflexión más intensa y profunda en aquellos que estaban recluidos y de una cierta edad, pero también de la población que está relacionada a las pandillas. He tenido contacto con los pandilleros en las comunidades, y me convencí que a esta altura ya no se trata sólo de una decisión de arriba. Esto es esencial para poder sostener un acuerdo como el que ellos están manteniendo, porque naturalmente tienen que renunciar a muchas actividades y comportamientos, a las que nos están dando signos de que han renunciado para ser creíbles. Ellos están sosteniendo no sólo un acuerdo interno, están sosteniendo un proceso de hacerse creíbles en la sociedad, y para esto están y dando gestos concretos, a pesar de las detracciones, de los ataques y las dificultades.
Sería difícil explicarse cómo funciona el acuerdo y la reducción de los homicidios, si sólo fuera una decisión de un grupo reducido de líderes pensando en mejorar su situación personal...
Sí sólo se tratará de esto, no funcionaría, hay un convencimiento de las bases mismas de las pandillas. Y de su entorno social.
Esto nos lleva al punto que es el crítico en todo este proceso: ¿Cómo administrar prudentemente las expectativas? Si los pandilleros se crean expectativas irreales de que a corto plazo se va a resolver lo que ellos llaman el problema de marginación y de discriminación, pero sobre todo de exclusión del empleo, se pueden frustrar y puede sufrir un retroceso este proceso. Igual, si la sociedad civil piensa que este proceso a corto plazo va a llegar a un cese total de la delincuencia por parte de las pandillas, sobre todo de las extorsiones, puede haber una contrareacción peligrosa para este proceso. ¿Cómo hacemos entre todos para administrar bien esas expectativas? Para empezar, ¿qué esperan ellos realmente?
Quiero partir de las palabras que usted acaba de decir: ¿Cómo hacemos entre todos? Eso resume de manera perfecta mi respuesta. Se trata de hacer, entre todos, todo lo que nos sea posible, no para sostener un acuerdo pandilleril, sino para atacar esta situación de injusticia dentro de las cárceles y fuera de ellas. Tenemos todos a ponernos las manos en el corazón y caer en la cuenta de que ha llegado el momento de hacer algo para transformar la forma de pensar sobre el tratamiento que se le da a los delincuentes en este país. No podemos seguir creyendo que la represión sea el único medio. Dentro del marco legal debe haber represión, y de eso se encargan los especialistas y las autoridades competentes. Pero junto a ese proceso, en el que se persigue el delito, se juzga y se condena, tiene que haber una dosis mucho más alta de humanismo en el trato a la persona. La dignidad humana en esta cuestión es vital, el hacinamiento debe ser atendido y el trato que se da a los privados de libertad tiene que ser en la línea de la rehabilitación, no de la destrucción.
Entonces, ¿usted cree que la palanca más inmediata para atender las expectativas que ellos tienen se encuentra en el tema carcelario, más que en las comunidades?
Hay que partir del sistema carcelario, porque es el núcleo donde se gesta la violencia más profunda de este país. ¿Por qué? Porque es ahí donde están concentrados los pandilleros más violentos, pero también porque ahí es donde el maltrato a la dignidad humana de los recluidos ha sido brutal.
¿Usted ha escuchado en sus platicas en los penales peticiones que van más allá de lo que de todas formas es obligación del Estado hacerlo? Se habla de concesiones y privilegios, que ellos consiguen extorsionando al Estado con la tasa de homicidios...
Yo me metí a esto en la línea pastoral humanitaria, y caí en la cuenta que ellos no nos estaban chantajeando, no estaban pidiendo libertad, ni que bajaran sus penas, no estaban exigiendo nada fuera del marco legal. Sencillamente pedían trato humanitario y atención a su salud. Esto para mí fue como la condición de que podríamos proceder en un diálogo franco, porque no se nos estaba chantajeando. Nos estaban pidiendo algo que en el marco de la legalidad y en la línea del humanismo es una obligación. Estamos obligados a esforzarnos en la medida de nuestras posibilidades por darle sostenibilidad a este proceso de paz.
¿Cómo hacer esto? ¿La Iglesia tiene esta capacidad?
No somos expertos en las soluciones políticas, sociales, económicas, pero sí nosotros tenemos mucho que decir y mucho que hacer en la iluminación de la solución de estos problemas, por eso la Iglesia no puede ni debe retirarse de un proceso como este.
Recientemente se tenía la impresión de que la Iglesia quería tirar la pelota a otros y retirarse.
Agradezco la oportunidad para clarificar la cuestión. Se tuvo la percepción en algún momento, por una declaración que dio el señor arzobispo, de que la Iglesia se retiraba, de que la Iglesia daba un paso atrás en este proceso de paz. Fue una mala percepción, no se supo interpretar la declaración del señor arzobispo, quien dicho sea de paso es un hombre extraordinario con un profundo interés por lo social y por lo humano, pero fue mal interpretado. Me alegra mucho que recientemente él haya aclarado que no quiso decir que la Iglesia se retiraba, y yo aprovecho esta entrevista para ratificar lo mismo: La Iglesia no puede, no debe retirarse, porque como dijo el papa Pablo VI la Iglesia es experta en humanidad, nadie mejor que la Iglesia conoce el dolor del corazón humano, la soledad, las crisis existenciales, y sólo la Iglesia puede dar respuesta a los problemas más profundos de la humanidad y de una sociedad herida y sufrida como la nuestra. Por eso es que la Iglesia ha estado presente en todos los procesos de paz y hoy no puede ser la excepción.
En las platicas con empresarios, que se sienten de alguna manera retados tanto por la Iglesia, también por las palabras de los mismos pandilleros, también por parte del Presidente, a intervenir en este proceso, en cuanto a la creación de empleos dentro y fuera del sistema carcelario, hay una preocupación: Sienten que tanto el Estado como quizás también la Iglesia quieren pasar responsabilidades a ellos, que no las pueden asumir.
Si en algún momento hubo la idea de que la responsabilidad total de la solución del momento histórico que vivimos estaba sólo en las mano del sector privado, fue una idea distorsionada. Ellos tienen mucho que aportar, pero no son los únicos. También sería injusto decir que si ellos no responden, esto se caerá y que ellos son los culpables. En su momento darán el aporte que esperamos que den, pero no se puede presionar ni obligar. Soy profundamente respetuoso de ellos, me alegra mucho que algunos de ellos, no obstante la incredulidad de otros, sí toman la decisión de apostarle a este proceso. Naturalmente, esto significa que ellos habrán hecho una reflexión y habrán comprendido que mas allá de las dudas, más allá de la incertidumbre y de los temores, vale la pena apostarle a cualquier proceso que apunte a la paz y al humanismo. No estamos hablando de apostarle al sostenimiento de una tregua, eso sería mezquino y corto, estamos hablando de apostarla al país, a la paz de la nación, a la inversión nacional y en esto todos tendríamos de estar involucrados, sector privado y sector público.
Para resumir: ¿Usted hoy es más optimista que hace tres meses que todo esto empezó a gestionarse?
Paolo, con el tema de la paz siempre hay que ser más optimistas, jamás los pueblos que han logrado la paz lo habrían logrado si aún en medio de las crisis y la tormenta no se hubiera mantenido la voluntad de llegar a la paz. Sólo se puede lograr la paz creyendo que es posible.
(El Diario de Hoy)