Tampoco tienen derecho de llamarse "salvatrucha". Robar, violar, extorsionar, matar no es como son los salvadoreños. El salvadoreño es un tipo que le gusta el vacile, pero también le gusta trabajar. Le gusta la jodedera, pero ama a su familia. Es generoso, cagado del chiste, capaz de ejercer violencia cuando lo quieren joder, pero no es violento.
La violencia por la violencia es un fenómeno nuevo en El Salvador. No se explica tampoco con la guerra civil. En la guerra, la violencia era dirigida, era controlada, no era un rito. Es cierto, siempre hubo violencia, pero estaba relacionada a conflictos que de otra manera no tenían solución: por mujeres, por tierra, por una vaca, por un insulto. Pero la violencia por la violencia es nuevo. No nació en El Salvador. No es parte de la idiosincrasia guanaca.
No es justo que en el mundo piensen en violencia cuando escuchan la palabra "mara", y en asesinos cuando escuchan la palabra "salvatrucha". La mara Salvatrucha --igual que la 18-- son conceptos importados desde Los Ángeles, versiones latinas de las famosas y violentas "gangs" de afro americanos, como los "Crips" y "Bloods" de los años 70. En Los Ángeles, los "gangs" nacen como manifestación de las divisiones y tensiones raciales y étnicas. Los "street gangs" negros nacen como respuesta a la discriminación y marginación racial. Pero en vez de luchar contra el racismo blanco, como lo hicieron una década antes los "Black Panthers" o los "Black Muslims", los "gangs" negros se matan entre ellos y aterrorizan a los más débiles: los inmigrantes.
Las pandillas mexicanas nacen como reacción al terror de los "gangs" negros. Las pandillas salvadoreñas nacen como respuesta a la violencia de los "gangs" negros y las pandillas mexicanas... Todos arman guerras en los barrios de Los Ángeles. Pero no contra la marginación, sino guerras entre marginados. Violencia entre pobres. Lo mismo se reproduce aquí: MS y 18 matándose entre ellos y matando a los más débiles: la población indefensa.
El hecho que la violencia de las pandillas, importada desde Los Ángeles, ha encontrado un terreno tan fértil en El Salvador de la posguerra, no la convierte en característica nacional. Sigue siendo minoritaria. La mayoría de los salvadoreños sigue siendo gente honrada, pacífica, generosa. Gente que ama a su familia y quiere sacarla a delante. Igual que a su país.
Por eso es que el problema tiene solución, siempre y cuando esta mayoría comience a manifestarse. El primer paso: Dejar de aceptar que la violencia es parte de nuestro carácter nacional. Entender --y decir en voz alta-- que los pandilleros que nos chingan la vida no son ni mara ni salvatrucha, mucho menos defensores del barrio. Son los que destruyen a la cherada, hacen pedazos el barrio, corrompen las comunidades...
Sólo recuperando el orgullo como mara-cherada, como barrio, como comunidad, como vecindad, como salvatruchos, como salvadoreños, como nación... sólo así podemos combatir y vencer a la minoría violenta y reclamar nuestro derecho de vivir sin miedo. Primero hay que entender que esta minoría atenta contra la comunidad y contra la nación. Segundo que es una minoría. Tercero que sólo el miedo y la pasividad de la mayoría le da poder a la minoría.
Hay que recuperar los barrios. La policía, el ejército, el gobierno pueden ayudar, reprimiendo a los pandilleros. Pero si los ciudadanos no empiezan a quebrarles la moral a los pandilleros, no hay Estado que nos salve. Es correcto exigir al gobierno que se deje de pretextos y haga su trabajo para liberar a los barrios de los violentos. Pero es indispensable que los ciudadanos hagamos lo nuestro para volver a llenar nuestros barrios de vida, dignidad y valores.
(El Diario de Hoy)