Foto: Paolo Luers / diciembre 1981 |
Publicado en EL DIARIO DE HOY, domingo 8 noviembre 2020
Todos hablan de El Mozote, de la masacre, de la imposibilidad de que la justicia tenga acceso a los archivos militares. Pero todos sabemos quiénes fueron responsables de la masacre: el batallón Atlacatl, entrenado por Estados Unidos en contrainsurgencia, y el oficial estrella que lo conducía: el coronel Domingo Monterrosa.
El concepto de la “guerra contrainsurgente” lo desarrollaron las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en su guerra en Vietnam, y paradójicamente, aunque fracasaron con esta estrategia y perdieron esta guerra, la elevaron a doctrina y la aplicaron en El Salvador. El concepto de counterinsurgency se resume en dos consignas que se convirtieron en recetas en el entrenamiento que recibieron los batallones especiales salvadoreños en Estados Unidos y Panamá: “Quitarle el agua al pez”, siendo las fuerzas insurgentes el pez y el agua la población civil; y para lograr esto “Tierra arrasada”, lo que en la táctica militar consiste en destruir absolutamente todo lo que pueda ser de utilidad al enemigo: población civil, organizaciones campesinas o eclesiales; comercio, que puede nutrir la logística de la guerrilla; vegetación que da cobertura a la guerrilla; sus fuentes de agua…
Ambas recetas significaron, por definición, violaciones a los Derechos Humanos de la población civil. Significaba diseñar acciones militares con el fin de sacar la población civil de los territorios con presencia insurgente. Y si la población no se dejó desalojar por las buenas, someterla a masacres y despoblar los teatros de guerra o por eliminación o por intimidación de la población campesina. Significaba también quemar cultivos y bosques, intoxicar fuentes de agua, destruir casas, escuelas e iglesias: “tierra arrasada”. Luego quedaría solamente la población orgánicamente vinculada a la guerrilla, contra los cuales la Fuerza Armada podía proceder con todos los medios y armamentos militares: bombardeos, ataques con morteros, emboscadas.
Para ejecutar con contundencia y sin remordimientos esta estrategia contrainsurgente radical, era necesario crear batallones especiales bien entrenados e indoctrinados. Como el Atlacatl, y luego el Atonal, el Belloso, el Bracamonte, el Arce. Y se necesitaba a comandantes militares que asimilaran esta doctrina de counterinsurgency. Comandantes como el teniente coronel Domingo Monterrosa. Las fuerzas y los oficiales regulares del ejército salvadoreño no servían para esta forma de guerra que consideraba enemigo y sujeto a eliminación a la población civil.
Esta estrategia la implantaron los asesores militares de Estados Unidos a partir de la ofensiva guerrillera de enero 1981, con la esperanza que de esta forma podía romper la vinculación de los núcleos guerrilleros con la población campesina, de esta forma evitar su crecimiento, y al final aniquilarlos.
Luego de pruebas limitadas en Chalatenango, Guazapa y Morazán, sometieron a la estrategia y al nuevo batallón Atlacatl a la prueba con un ensayo general: en El Mozote. En un sentido técnico les funcionó: lograron motivar a las unidades del Atlacatl a proceder contra una población visiblemente civil, no beligerante, y a eliminar con frialdad a todos los que encontraron: niños, hombres, mujeres, ancianos. Alrededor de 1,000 ejecuciones. No es fácil motivar a una unidad militar de convertirse en asesinos masivos, y lo lograron. Lograron también el efecto deseado: miles de familias se refugiaron en la zona norte de Morazán y terminaron en campos de refugiados en Honduras o en Gotera.
Pero no calcularon el efecto contraproducente. Una gran porción de los hombres mandaron a sus familias a refugios, pero se quedaron para incorporarse a la guerrilla. Las fuerzas insurgentes, luego de El Mozote, comenzaron a crecer sustancialmente, y ya en la segunda mitad del año 1992 se habían convertido en un ejército con capacidad ofensiva.
Pero había otro impacto contraproducente de su ensayo general de El Mozote: la reacción política en Estados Unidos. Traumatizado por la guerra de Vietnam, la opinión pública de Estados Unidos no toleraba que otra vez su país iba a ser protagonista de genocidios. De manera que con El Mozote se murió la estrategia de la “tierra arrasada”, y se tardaron hasta el año 1984 a desarrollar nuevas estrategias contrainsurgentes eficientes. Sólo que a esta fecha la guerrilla había ya crecido tanto en números, en armas, en logística y en influencia popular que ya no la podían aplastar. Conocemos el desenlace de esta historia: Al final el gobierno tuvo que negociar la paz y aceptar la desmilitarización y la democratización del país.
La moraleja de la historia: El juicio que deberíamos a hacer sobre el caso El Mozote es contra la administración Reagan que quería implementar en El Salvador una estrategia ya fracasada en Vietnam. Y esto obviamente no sería un juicio penal, como el de Gotera, sino uno ético en manos de historiadores.