El 4 de julio reciente celebró Estados Unidos otro aniversario de su Independencia, pero no fue como cualquier otro aniversario. El presidente Donald Trump decidió, por sí y ante sí, usar la fecha para flexionar el músculo militar estadounidense. Y tenía dos años de estar combatiendo a sus propios consejeros y a las oficinas de presupuesto gubernamental para lograrlo, pues desde que viera en 2017 un desfile militar del Día de la Bastilla en Francia, había vuelto a la capital estadounidense con el capricho de presidir sobre su propio desfile, pero uno al mejor estilo Trumpiano: extra-large, extra-ostentoso, y extra-innecesario. Le frenaron solamente los límites presupuestarios y logísticos. Le tuvieron que explicar que rodar tanques de guerra por las calles pondría en peligro la integridad estructural de puentes solo aptos para otro tipo de tráfico y dejaría el estado del pavimento en calidad de queso gruyere, por lo que le tocó conformarse con tener los tanques parqueados en el escenario que montó frente al monumento dedicado a Abraham Lincoln, trasfondo de tantas victorias para los derechos civiles.
Y una fecha que en Washington D.C. tradicionalmente se vive como un día de celebración cívica se convirtió en una celebración política, pues descendieron las huestes de simpatizantes de Trump: mares de gorras rojas con el “Make America Great Again” poblaron las calles, con familias enteras desplegando camisetas con el dibujo de un mapa de Estados Unidos y eslóganes agresivamente anti-inmigrantes como, “ya estamos llenos, váyanse al carajo”. Durante el discurso presidencial, Trump se dedicó a enumerar las victorias militares estadounidenses y algunas otras victorias civiles (como avances científicos), solo haciendo las pausas necesarias para que sobrevolaran aviones de guerra. El discurso incluía un tono de advertencia y amenaza hacia los enemigos de EE.UU., sin especificar quiénes, exactamente, califican como tales en esta confusa realidad geopolítica, en la que Trump saluda a dictadores sangrientos y piropea a líderes autoritarios.
Una diferencia marcada con algunos presidentes anteriores, que usaban la fecha para presidir actos de naturalización, fue la ausencia total de menciones a los inmigrantes, o al ethos de Estados Unidos como tierra de inmigrantes. Masha Gessen, una periodista de origen ruso que emigró a los Estados Unidos huyendo del autoritarismo antes de que se resquebrajara la Unión Soviética, escribió en su reportaje sobre el 4 de julio trumpiano que la ausencia de menciones a los inmigrantes y el despliegue militar en plena época de paz y en ausencia de amenazas geopolíticas inminentes no son producto de la casualidad. Aquellos a quienes Trump ha señalado como enemigos son los inmigrantes.
En la misma semana en la que un reporte interno del Departamento de Seguridad describió las condiciones inhumanas de varios centros de detención de inmigrantes (donde los detenidos no tienen más opción a veces que tomar agua de los servicios sanitarios), Trump respondió tuiteando que si las condiciones no les parecían adecuadas, los inmigrantes podían simplemente dejar de venir y punto. Como dice Gessen, esta actitud presidencial que ignora elementos de Derecho Internacional más antiguos y más respetables que su presidencia como el derecho a solicitar asilo, es una en la que el inmigrante es, al mismo tiempo, una amenaza súper-humana a la que hay que combatir como el principal problema de la nación, y una criatura sub-humana cuyo trato inhumano en centros de detención no merece urgencia ni atención alguna.
Es esa misma actitud la que inspiró que la Agencia de Inmigración y Fronteras eliminara de su misión institucional la frase que describía a Estados Unidos como “nación de inmigrantes”. Y es esa guerra política la que ha resultado en familias enteras que ven el vestirse con atuendos anti-inmigrante como la manera más apropiada de celebrar la independencia de su país, ignorando los siglos de historia de una nación cuya fortaleza ha sido unir bajo los mismos ideales a individuos provenientes de todos los rincones del globo. Solo el tiempo revelará qué es más fuerte: si el ethos nacional o la actual correntada de populismo nacionalista.
@crislopezg