El día siguiente, antes de entrar en as reuniones que me llevan a Nueva York, hice otro tour, caminando otros barrios: Greenwich Villaje, Soho, Chelsea. Y otra vez terminé en Greeley Park, donde bajo el sol de otoño hay decenas de ventas de comida de todos los sabores del mundo. Un parque con cientos de mesitas, donde los neoyorquinos comen sus almuerzos. Viejos y jóvenes, bien vestidos y homeless, blancos y negros y morenos y amarillos, todos mezclados. Igual mezclados andan en el metro que atraviesa toda la isla de Manhattan con sus diferentes barrios étnicos. En un tramo todos están mezclados, en una estación se levantan buena parte de los blancos, y en otra la mayoría de los latinos, para llegar a Harlem casi solo con afroamericanos…
La ciudad de Nueva York me parece el lugar más diverso del mundo en cuanto a colores, idiomas, creencias, culturas, pero donde menos se sienten tensiones. De alguna manera, me parece el lugar más democrático y tolerante del mundo. La imagen de división e intolerancia de los Estados Unidos de Trump no se proyecta en las calles de Nueva York. Claro, es la ciudad donde menos han votado por Donald Trump.
Generaciones de inmigrantes han construido esta enorme ciudad: irlandeses e italianos, africanos y caribeños, alemanes y judíos, paquistaníes e hindúes, rusos y chinos, polacos y coreanos, árabes – y salvadoreños.
Todos hablan algún tipo de inglés, aparte de los 200 idiomas de Nueva York. Caminando las calles de Manhattan, uno entiende por qué en todos los rincones del mundo hay gente dispuesta a sacrificar todo para llegar a Nueva York. En esta ciudad que nunca duerme siempre hay trabajo para quienes lo buscan.
Para mí, haber regresado a Nueva York luego de tantos años, es como llegar a casa.
Saludos,
(MAS! y EL DIARIO DE HOY)