Hoy, medio siglo más tarde, somos un poquito más sabios y también más tolerantes. Sin embargo, en ese momento no fue un error ser exigentes y hasta arrogantes. No fue un error rechazar las reformas y demandar la revolución. Ese empuje idealista y absolutista fue necesario. De otra manera —más prudente, más moderado, más civilizado y tolerante— nuestro movimiento no se hubiera propagado por el mundo. Empezó en París, se dio en Berlín hasta en Praga, del otro lado de la ‘cortina de hierro’. Sin el empuje radical, no se hubiera propagado de las universidades a las escuelas y hasta las fábricas y sindicatos, como pasó en Francia e Italia.
Las sociedades estaban cubiertas del manto de silencio: sobre los pecados de la generación de nuestros padres, el fascismo, las dictaduras, el colonialismo, las guerras de Argelia y de Vietnam, las dictaduras. Esta prohibición de pensar y cuestionar no la podíamos romper con buenas maneras. Había que gritar fuerte, había que tomarse las universidades – y cuando esto provocó la represión policial, había que tirar piedras. El discurso tenía que ser radical, había que pedir lo imposible, porque la sociedad y la cultura que encontramos habían declarado imposible todo tipo de cambio
Por supuesto que fuimos injustos con muchos que durante toda su vida habían luchado contra las dictaduras de izquierda y derecha: socialdemócratas, cristianos, intelectuales. Pero los vimos acomodados o cobardes, algunos incluso corruptos. Les gritamos para despertarlos, porque los vimos pasivos. Los insultamos, porque nos pidieron paciencia y buenos modales. A dos de ellos, a mi profesor de literatura Walter Höllerer y a Willy Brandt, el gran hombre de la socialdemocracia alemana, les pedí disculpas años después. Ambos me dijeron que no lo tomaron personal y que teníamos derecho de ser exigentes con ellos.
Evidentemente no hicimos ninguna revolución y no botamos ningún gobierno. Pero el movimiento del ‘68 revolucionó la manera como las sociedades trataron la educación, la sexualidad, la relación entre los géneros, el medio ambiente. Fue más una revolución cultural que una política-institucional. Provocamos los cambios culturales necesarios para el progreso de las sociedades, incluso de la productividad y la competencia libre. Nuestro rechazo al nacionalismo y nuestro comportamiento cosmopolita pavimentaron el camino para la posterior globalización, para la integración europea y para el sistema de Naciones Unidas y de los Derechos Humanos.
Todo lo anterior lo logramos apreciar décadas después, luego del fracaso de muchas tendencias erráticas que también surgieron del seno del movimiento antiautoritario del ’68, una vez que su impulsó se agotó: la constitución de absurdas sectas marxistas-leninistas, que pervirtieron el ideal antiautoritario y se alinearon con dictaduras; los núcleos de lucha armada en sociedades democráticas como Italia, Gran Bretaña, España y Alemania, que traicionaron todos nuestros ideales al deslizarse al terrorismo.
Pero también nacieron, de la misma raíz, movimientos indispensables y (como la historia mostró) indetenibles, que lograron poner al centro de la agenda de muchos países los derechos humanos, la igualdad de género, la ecología, la reforma educativa. Muchos de los protagonistas del ’68 fueron fundadores de estos movimientos. Otros ingresaron a los sindicatos o la socialdemocracia, para consolidar y refrescarla cuando tuvo que redefinirse luego de la caída del muro y del imperio soviético. En los países del imperio soviético, como Hungría, Polonia y Alemania Oriental, alimentaron los movimientos ciudadanos que catalizaron la caída de los regímenes comunistas.
En Latinoamérica, la influencia del ’68 fue menor. Sin embargo, fue instrumental para el surgimiento de algunas guerrillas menos ortodoxos y más libertarios, como el ERP salvadoreño, los Montoneros de Uruguay, el M19 colombiano y el PRV venezolano de Douglas Bravo. Son las guerrillas que han sabido construir la paz antes de que su lucha se volviera obsoleta.
El eje central del ’68 fue el enfrentamiento al autoritarismo, de derecha y de izquierda. Esta idea sigue vigente y permite puentes entre la izquierda democrática y los verdaderos liberales. Puentes que todavía hace falta terminar de construir…
Lea también la columna de Fernando Savater:
El 68 visto a los 70
(El Diario de Hoy)