Ocurrió hace años.
Es probable, incluso, que en su momento lo haya contado en esta esquina de la página. Sucedió durante un acto en el palacio de Bellas Artes en la ciudad de México. Mario Vargas Llosa presentaba, si mal no recuerdo, su novela La fiesta del chivo. Justo antes de comenzar el acto, con un auditorio lleno, alguien soltó un grito aguerrido: "¡Viva Cuba libre!". No hubo mayores reacciones. La consigna flotó en el aire por unos segundos y luego se desvaneció.
Al finalizar, con algunos amigos comentábamos sobre el paso determinante del tiempo. Dos décadas antes, esa frase no requería mayores explicaciones, denotaba una posición ideológica clara, específica. Sin embargo, en ese momento, las mismas palabras necesitaban más de un matiz. Después de gritar: "¡Viva Cuba libre!", ahora todavía hace falta aclarar si se está en contra o a favor de los hermanos Castro.
La historia dicta que, con demasiada rapidez, las revoluciones pierden todos sus objetivos originales y terminan ocupadas, de forma exclusiva, a la única meta de mantenerse, de permanecer en el poder.
A medida que pasa el tiempo, Cuba es el ejemplo más trágico de ese fracaso. Cada día empeora. Cada día, la Revolución Cubana envejece de forma más patética. Como un anciano boxeador, Fidel ha regresado tan sólo para hacer el ridículo.
Dice la noticia que el Estado cubano acaba de despedir a 500.000 empleados. Es sólo la primera parte de un plan que, en principio, contempla dejar sin trabajo a otro medio millón de personas en poco tiempo. En cualquier otro contexto, una medida de este tipo sería denunciada, mostraría sin lugar a dudas el carácter inhumano y mezquino del capitalismo salvaje, de los gobiernos de derecha para quienes la prioridad siempre es el capital y no las personas ¿Dónde están los Ramonet y los Bilbao del jet set de la izquierda internacional? ¿Por qué en el canal 8 no aparece un pequeño micro de solidaridad con los trabajadores revolucionarios y martianos de Cuba? ¿Por qué no protesta el PSUV, por qué nadie dice nada a favor de la clase obrera cubana? El cinismo alcanza la altura de los récords cuando el Gobierno de Cuba afirma que la medida se toma "en nombre del socialismo". En un acto de descaro monumental, Raúl Castro señala que el aparato que han construido durante medio siglo es "contraproducente" y "deforma la conducta de los trabajadores". Son un chiste. De la noche a la mañana, se han convertido en la caricatura de un explotador.
Cierta izquierda exquisita, acostumbrada a vivir y pensar desde los privilegios del poder, suele citar una típica simpleza de Eduardo Galeano quien, en algún momento, afirmó que Cuba no es un paraíso, pero que tampoco es un infierno. Sólo puede decir eso quien no vive en la isla. Porque Cuba tiene justamente lo peor de ambos modelos.
Es un infierno doble. Aplica, sin piedad, los más perversos paquetes de un sistema y de otro. Después de más de cincuenta años en el gobierno, los hermanos Castro sólo pueden ofrecerle al mundo una utopía de pobreza y de represión.
La globalización, la apertura de Occidente a los mercados del otro lado del mundo, ha venido a sumarle todavía más fragilidad a la gran bandera fidelista del bloqueo.
Amparados en el inaceptable embargo norteamericano, el Gobierno cubano se permitió construir una dictadura militar, justificándola con una de las cosas que mejor sabían hacer: un melodrama, la más vendida teleculebra del planeta, el relato del pobre David, enamorado de su patria, luchando ferozmente en contra del villano Goliath. Quizás tardamos mucho en asumir que estar en contra del bloqueo norteamericano implicaba también estar en contra del bloqueo castrista que ha sometido al pueblo cubano durante todos estos años.
En una entrevista, realizada por Ricardo Cayuela en 1993, Mario Vargas Llosa reflexiona sobre la isla a partir de la pregunta inicial de Conversación en la catedral: ¿En qué momento se jodió Cuba? "Yo creo que se jodió desde el momento en que adoptó el modelo autoritario de la Unión Soviética. Creo que, hasta entonces, había una posibilidad de que fuera una revolución diferente, que admitiera un pluralismo, una mayor participación (...).
El modelo por el que se optó garantizaba el fracaso de la revolución, pero a Fidel Castro le garantizaba el poder absoluto". Varias décadas después, el modelo ya no importa. El pensamiento no importa. La gente tampoco importa. Nada importa en realidad. Sólo conservar el poder. De cualquier manera.
A cualquier precio.
La ideología es una farsa. El paraíso se declara en quiebra. El hombre nuevo está desempleado.
Es probable, incluso, que en su momento lo haya contado en esta esquina de la página. Sucedió durante un acto en el palacio de Bellas Artes en la ciudad de México. Mario Vargas Llosa presentaba, si mal no recuerdo, su novela La fiesta del chivo. Justo antes de comenzar el acto, con un auditorio lleno, alguien soltó un grito aguerrido: "¡Viva Cuba libre!". No hubo mayores reacciones. La consigna flotó en el aire por unos segundos y luego se desvaneció.
Al finalizar, con algunos amigos comentábamos sobre el paso determinante del tiempo. Dos décadas antes, esa frase no requería mayores explicaciones, denotaba una posición ideológica clara, específica. Sin embargo, en ese momento, las mismas palabras necesitaban más de un matiz. Después de gritar: "¡Viva Cuba libre!", ahora todavía hace falta aclarar si se está en contra o a favor de los hermanos Castro.
La historia dicta que, con demasiada rapidez, las revoluciones pierden todos sus objetivos originales y terminan ocupadas, de forma exclusiva, a la única meta de mantenerse, de permanecer en el poder.
A medida que pasa el tiempo, Cuba es el ejemplo más trágico de ese fracaso. Cada día empeora. Cada día, la Revolución Cubana envejece de forma más patética. Como un anciano boxeador, Fidel ha regresado tan sólo para hacer el ridículo.
Dice la noticia que el Estado cubano acaba de despedir a 500.000 empleados. Es sólo la primera parte de un plan que, en principio, contempla dejar sin trabajo a otro medio millón de personas en poco tiempo. En cualquier otro contexto, una medida de este tipo sería denunciada, mostraría sin lugar a dudas el carácter inhumano y mezquino del capitalismo salvaje, de los gobiernos de derecha para quienes la prioridad siempre es el capital y no las personas ¿Dónde están los Ramonet y los Bilbao del jet set de la izquierda internacional? ¿Por qué en el canal 8 no aparece un pequeño micro de solidaridad con los trabajadores revolucionarios y martianos de Cuba? ¿Por qué no protesta el PSUV, por qué nadie dice nada a favor de la clase obrera cubana? El cinismo alcanza la altura de los récords cuando el Gobierno de Cuba afirma que la medida se toma "en nombre del socialismo". En un acto de descaro monumental, Raúl Castro señala que el aparato que han construido durante medio siglo es "contraproducente" y "deforma la conducta de los trabajadores". Son un chiste. De la noche a la mañana, se han convertido en la caricatura de un explotador.
Cierta izquierda exquisita, acostumbrada a vivir y pensar desde los privilegios del poder, suele citar una típica simpleza de Eduardo Galeano quien, en algún momento, afirmó que Cuba no es un paraíso, pero que tampoco es un infierno. Sólo puede decir eso quien no vive en la isla. Porque Cuba tiene justamente lo peor de ambos modelos.
Es un infierno doble. Aplica, sin piedad, los más perversos paquetes de un sistema y de otro. Después de más de cincuenta años en el gobierno, los hermanos Castro sólo pueden ofrecerle al mundo una utopía de pobreza y de represión.
La globalización, la apertura de Occidente a los mercados del otro lado del mundo, ha venido a sumarle todavía más fragilidad a la gran bandera fidelista del bloqueo.
Amparados en el inaceptable embargo norteamericano, el Gobierno cubano se permitió construir una dictadura militar, justificándola con una de las cosas que mejor sabían hacer: un melodrama, la más vendida teleculebra del planeta, el relato del pobre David, enamorado de su patria, luchando ferozmente en contra del villano Goliath. Quizás tardamos mucho en asumir que estar en contra del bloqueo norteamericano implicaba también estar en contra del bloqueo castrista que ha sometido al pueblo cubano durante todos estos años.
En una entrevista, realizada por Ricardo Cayuela en 1993, Mario Vargas Llosa reflexiona sobre la isla a partir de la pregunta inicial de Conversación en la catedral: ¿En qué momento se jodió Cuba? "Yo creo que se jodió desde el momento en que adoptó el modelo autoritario de la Unión Soviética. Creo que, hasta entonces, había una posibilidad de que fuera una revolución diferente, que admitiera un pluralismo, una mayor participación (...).
El modelo por el que se optó garantizaba el fracaso de la revolución, pero a Fidel Castro le garantizaba el poder absoluto". Varias décadas después, el modelo ya no importa. El pensamiento no importa. La gente tampoco importa. Nada importa en realidad. Sólo conservar el poder. De cualquier manera.
A cualquier precio.
La ideología es una farsa. El paraíso se declara en quiebra. El hombre nuevo está desempleado.
(El Nacional/Caracas)