martes, 3 de agosto de 2010

Carta a los diputados de todos los colores

Padres de la patria:

Como en las familias, también en la patria hay malos padres. Ustedes son el ejemplo. Juraron defender la Constitución y sólo piensan cómo defenderse de las reformas electorales que pueden poner en peligro su reelección.

Ustedes ponen el grito al cielo, porque la Corte abre la posibilidad a candidaturas independientes de los partidos: “Candidatos sin el control de los partidos pueden ser comprados por fuentes oscuras”. Pero ustedes no han hecho absolutamente nada para prevenir la compra-venta de diputados elegidos en listas de partidos. Se vendieron por docena. Ustedes no han hecho nada para que las campañas sean transparentes.

El gran grito sólo sirve para tapar el verdadero problema que no quieren discutir: En el mismo fallo, la Sala Constitucional declaró inconstitucional las listas cerradas para diputados. La Corte manda que las listas sean abiertas. O sea que el votante pueda elegir, dentro de las listas que presentan los partidos, al candidato de su preferencia.

Esto significaría que ya no estemos obligados a votar por bandera, sino por la persona. Que no estemos obligados a votar por el candidato que la dirección puso en el número uno, sino que podemos descartarlo y votar por otro.

Claro que esto no les gusta, porque significa el peligro para todos los malos diputados que en la próxima elección los castiguen. Por esto existe la Corte para decidir, porque ustedes obviamente no iban a promover una reforma que personalmente no les conviene.

Ahora hay una gran oportunidad. Los partidos que reflexionen y decidan poner el interés de la democracia encima de sus intereses parciales, van a salir premiado por los votantes. Es la hora de hacer la Ley de Partidos que los obliga a funcionar internamente con transparencia y democracia.

Si logran esto, las candidaturas independientes no serán peligro para nadie. En cambio, si ustedes se cierran en la defensa de sus propios intereses, aportan a la destrucción del sistema partidario.

No sean ciegos y cobardes

Paolo Lüers

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