Y tienen razón. Aunque Costa Rica, en comparación con las cifras de homicidios, secuestros y extorsiones en Honduras, Guatemala y El Salvador, parece un paraíso, la violencia va en aumento. Cuantitativa y cualitativamente. Las estadísticas del horror que vivimos nosotros no pueden ser parámetro para otros países. Nosotros ya rompimos todos los estándares, sobrepasamos todos los límites.
Costa Rica tiene toda la razón de discutir --ahora y con urgencia-- los mismos temas y las mismas medidas que nosotros estamos discutiendo 10 años tarde: control de armas, leyes anti-mafia, revisión de las leyes para delincuentes menores, previsión y represión, etc. Viendo lo que pasa a sus vecinos en el triángulo norte de Centroamérica, sería una falacia que los costarricenses no trataran de actuar a tiempo, antes de que el crimen sobrepase las posibilidades del Estado a responder.
A veces hay que salir y hablar con los vecinos para entender bien su propia situación. Escuchando cómo la gente en Costa Rica se preocupa porque en un fin de semana ha habido 3 homicidios, uno toma conciencia de lo absurdo que estamos viviendo en El Salvador, donde nos alegramos cuando hay un día con menos de 10 homicidios. En Costa Rica sonaron las campanas de alarma, cuando el número de homicidios hizo un salto de 369 a 512. Pero al año, no al mes... Nosotros tuvimos 404 homicidios en enero de este año.
Pero este aumento de 37% en un año convirtió el tema de la violencia en el número uno de las preocupaciones de los ciudadanos de Costa Rica. Y están viendo con intensa atención hacia El Salvador. Platicando con amigos o extraños en Costa Rica, un salvadoreño inmediatamente confronta interrogantes sobre: la violencia, las pandillas, las extorsiones, la ineficiencia de la policía, el despliegue del ejército...
Los países son representados por sus grandes marcas. Estados Unidos por Coca Cola y Microsoft; Alemania por BMW y Bayer; España por Real Madrid y Telefónica; Costa Rica por Dos Pinos; México por José Cuervo y los Zetas... y El Salvador por MS y 18, sus marcas de exportación. Nadie en Costa Rica nos dice: "Ahh, usted es de El Salvador, la tierra de Adoc e Hilasal..." Todos dicen: "Ahh, ¡Mara Salvatrucha!"
Que Costa Rica no tiene intención y entusiasmo para integrarse con sus vecinos centroamericanos, es evidente cuando uno traspasa la frontera entre Nicaragua y Costa Rica. Pasar esta frontera en carro es una aventura kafkiana. En sus fronteras y en casi todas sus políticas se manifiesta que los ticos tienen miedo de contagiarse de la pobreza de Nicaragua y de la violencia de El Salvador, Honduras y Guatemala. No quieren integración ni con un presidente de opereta como Daniel Ortega, ni con los conflictos internos de Honduras, ni mucho menos con la Mara Salvatrucha y el Estado fallido de Guatemala.
Es entendible. Pero no es correcto. Así como nosotros tenemos que asumir que la violencia es hecha en casa, made in El Salvador, y no importada de Los Angeles, ni del México de la guerra del narcotráfico, también los ticos estarían equivocados si piensan que el reciente aumento del crimen en su país proviene de sus vecinos violentos en el triángulo norte de Centroamérica.
Cada país tiene su propio caldo de cultivo para su propia violencia. Todos los países del área padecen de la misma enfermedad, pero con síntomas y orígenes diferentes. Hace falta, en cada país y a nivel regional y comparativo, desplegar recursos humanos y económicos para investigar esta enfermedad y proponer soluciones. Es incomprensible que, siendo la violencia el principal problema de la región, ningún país haya puesto a sus mejores investigadores sociales, sicológicos, económicos, jurídicos y criminológicos a analizar las causas y las curas de esta enfermedad.
(El Diario de Hoy)