Murió Abraham Rodríguez, uno de los
últimos grandes caballeros e intelectuales en la política salvadoreña.
Hará falta al país esta voz de sensatez, institucionalidad y defensa de
la Constitución – voz nunca altisonante, pero a veces devastadora en su
crítica y defensa de principios.
Hay dos momentos en la historia que don Abram, si hubiera alcanzado la más alta magistratura del país, hubiera podido ahorrar al país enormes desvíos en su camino a la democracia.
Si Abraham, el gran intelectual de la Democracia Cristiana, hubiera asumido la presidencia en 1984, en vez del caudillo Napoleón Duarte, a lo mejor El Salvador no hubiera tenido que pasar por 8 años más de guerra antes de alcanzar la paz. A esta altura, Duarte ya estaba quemado por su fatal alianza con los militares, y amarrado a los intereses norteamericanos. Como constitucionalista, antimilitarista y patriota que fue, Abraham hubiera tenido mucho más posibilidades de proponer al sector privado e incluso a la ARENA de Roberto d’Aubuisson un plan de paz con la insurgencia. Duarte ni siquiera lo intentó, y sus diálogos nunca fueron más que monólogos.
Pero Abraham no tuvo la fuerza ni la voluntad de disputarle a Duarte el liderazgo. No era la hora de un político racional con aversión al caudillismo. Así que la campaña del 1984 se peleó entre Duarte y d’Aubuisson. Caudillo versus caudillo.
Foto: Edu Ponces/El Faro |
El otro momento histórico donde Abraham
hubiera sido el más indicado para aspirar al poder para dar viabilidad
al país fue 10 años más tarde, en la primera elección presidencial de la
postguerra. En 1993 se desencadenó un gran debate dentro del FMLN,
todavía compuesto por las cinco organizaciones que la habían formado
durante la guerra. Fue un debate sobre qué tipo de país construir, y con
qué alianzas y qué concepto de democracia. Unos, que resultaron
mayoritarios, concebían la política y las elecciones como prolongación
de la lucha revolucionaria para llegar al socialismo. En cambio, los que
resultaron minoría, por lo menos en el recién creado aparato
partidario, concebían su incorporación al sistema legal y político como
oportunidad para construir una nueva mayoría para reformar el país y
para consolidar un verdadero pluralismo democrático.
Al acercarse las elecciones presidenciales, este debate desembocó en dos estrategias diferentes (y a la larga incompatibles): usar las elecciones presidenciales para consolidar al FMLN como fuerza revolucionaria y socialista, aunque era claro que no podía ganar; o convertir la izquierda en parte de una alianza con las fuerzas democráticas, alrededor de una propuesta de reforma política y social, consolidando el Estado de Derecho y las instituciones. Para la primera estrategia, promovida por el PC de Schafik Handal y las FPL de Salvador Sánchez Cerén, el candidato era Rubén Zamora. Para la otra estrategia, promovida por el ERP de Joaquín Villalobos y la RN de Fermán Cienfuegos, el candidato idóneo era Abraham Rodríguez.
Prevaleció la línea de Schafik. Rubén se enfrentó a Armando Calderón Sol. El FMLN perdió, no solo las elecciones, sino también su unidad y su pluralismo. Poco después, el FMLN sufrió la primera de una serie de divisiones, donde siempre los reformistas abandonaron al partido.
Si el Dr. Abraham Rodríguez se hubiera convertido en 1994 en el líder de una amplia alianza reformista (y tal vez en el presidente), el país se hubiera ahorrado el vergonzoso capitulo del ‘gobierno de cambio’ de Mauricio Funes. Y hoy no estuviéramos rogando a Naciones Unidas a aplicarnos recetas contra la polarización que bloquea el desarrollo nacional. Abraham hubiera sido el gran reformador de la postguerra, presidiendo una alianza que incluía a un FMLN pluralista, con debate interno, con liderazgo plural. Al rechazar esto, el FMLN luego, ya depurado a un partido ortodoxo y vertical, tuvo que echar manos a un Mauricio Funes para alcanzar la alternancia. O sea, a un prestanombre sin base social, sin peso moral, sin carácter democrático. Todos conocemos el triste resto de esta historia.
Abraham Rodríguez, incluso sin haber podido aprovechar las dos oportunidades históricas de enrumbar al país, hizo invaluables contribuciones a la transición democrática, siempre defendiendo con caballerosidad y lealtad a sus principios la Constitución, el pluralismo, el orden republicano de la división de poderes.
Don Abraham nos hará mucha falta en la coyuntura decisiva, cuando se tratará en el 2018 de renovar la Sala de lo Constitucional y proteger la institucionalidad alcanzada.
(El Diario de Hoy)