Reproduzco aquí una columna que publiqué hace 9 años (El Faro, 28 de agosto 2006). Fue la respuesta a una columna publicada días antes por Geovanni Galeas en La Prensa Gráfica. Como Geovanni tomó la decisión de publicar la misma columna nuevamente en La Prensa Gráfica, el día lunes 13 de enero 2015 (Cuidado con el falso crítico alemán), vuelvo a publicar aquí mi respuesta...
Como se daran cuenta, al final de mi columna reté a Geovanni a discutir el tema de nuestras dos columnas en el programa Universo Crítico, que en aquel entonces Galeas presentaba en el Canal 10. De hecho me invitó, y en el programa (en vivo) tuvo que reconocer que casi todas sus afirmaciones sobre Gunther Grass eran equivocadas. Bueno, tiene corta memoria Geovanni, al volver a publicar lo mismo - nuevamente con la intención de inducir al lector que piense que esté hablando de este servidor... Y si quieres, Geovanni Galeas, vamos otra vez a una canal de TV para discutir este asunto. Y nuevamente te voy a dejar en ridículo...
A continuación, mi columna del 2006:
También escribiendo se manchan las manos
Si en 1970, en los días agitados del movimiento estudiantil, de la oposición
extraparlamentaria, de las protestas contra la guerra norteamericana contra
Vietnam, me hubiera enterado que Günter Grass, el famoso novelista, fue miembro
de la Waffen SS, o sea del brazo militar del temible cuerpo represivo SS de
Hitler, seguramente lo habría condenado. Sin misericordia. No sólo porque un
motor de este movimiento fue la rebelión contra el silencio que nuestros
hermanos mayores y nuestros padres mantenían sobre su rol durante el régimen de
terror de los nazis, sino sobre todo porque el tipo me cayó mal. Todos habíamos
sido impactados por su novela El tambor de hojalata que salió en 1959 y ayudó a
abrir el debate sobre el pasado; todos admiramos el rol valiente que Grass jugó
en el debate intelectual y político del país exigiendo enfrentarse a los
fantasmas del nazismo sobrevivientes e incluso protagonistas en la joven
república federal alemana. Pero Grass se cayó de la moto de la izquierda
rebelde alemana cuando en 1968, cuando nos volcamos a las calles a protestar
contra Vietnam, contra la visita del Shah de Persia, contra la complicidad del
gobierno alemán con los regimenes en Saigón y Teherán, lo buscamos para
apoyarnos, casi para liderarnos - y nos dijo: Estoy en contra de la guerra
contra Vietnam, estoy en contra de la dictadura en Persia, pero también de los
fascistas de izquierda… Los fascistas de izquierda éramos nosotros. Ahí se
murió uno más de nuestros grandes héroes: después de Theodor Adorno, el
heredero de la Escuela de Frankfurt quien nos había criticado con los mismos
términos, Günter Grass. Cosa que, por cierto, nos ayudó a vivir sin héroes y a
caminar independiente del apoyo de los héroes.
Muchos años después, Grass se disculpó con nosotros. En privado, como nos
había hecho su crítica. Dijo que se había equivocado, que entendiéramos su
trauma con una juventud radicalizada que grita consignas y se siente dueña de
la libertad, que él había sido parte de la juventud hitleriana, convencido,
radical, dispuesto a morir por la causa, dispuesto a matar por la causa. Dijo
que lo disculpáramos y que contáramos con él en la lucha contra la continuidad
del nacionalismo, del racismo, del autoritarismo en Alemania.
Hoy -30 años después de esta última discusión con Grass- leo sobre su
confesión pública: que era mentira que en 1944, con 17 años, fue reclutado al
ejército para servir de ayudante de artillería, como toda su generación que le
tocó servir de carne de cañón para el nazismo que ya estaba siendo derrotado
por los aliados. La verdad, confiesa Grass ahora, es que se enlistó
voluntariamente en la Waffen SS.
Mi primera reacción: indignación. ¿Cómo es posible que este señor, que
durante décadas ha jugado el papel de conciencia crítica de la nación, haya
ocultado esto hasta ahora? Me acordé de la rabia que sentí cuando me di cuenta
que mi padre había sido militante del partido nazi. Me acordé de lo herido que
yo me había sentido cuando Grass me dijo fascista de izquierda. Me senté a
escribir mi columna condenando a Günter Grass.
Fue hace dos semanas. Todavía guardo el borrador y era peor que las
barbaridades que escribió Geovanni Galeas en su columna en La Prensa Gráfica, tildando de
“canalla” y de “escritor farsante” a Grass, hablando de ……
Para mi suerte, también me acordé de las pláticas con mi padre, poco antes
de que muriera, cuando me explicaba por qué aceptó la militancia en el partido
de la dictadura. Ser funcionario público y negarse a entrar al partido era
considerado falta de lealtad. Como padre de 7 hijos no tenía el valor de
negarme. Y cuando ya no pude cerrar los ojos ante los crímenes nazis, tuve dos
salidas: uno, unirme a la resistencia y poner en peligro mi familia; o dos,
pedir mi traslado del ejército. Lo que significaba que, si tenía que mancharme
de sangre, no sería con civiles. Mi padre murió diciéndome que esperaba que yo
nunca tuviera que tomar este tipo de decisiones; y que, cuando tuviera que
tomarlas, tuviera más valor que él.
Mientras estaba revisando mi columna contra Grass, también me acordé de mi
hermano mayor. Es de la misma generación de Grass. Miembro de la juventud
hitleriana dispuesto a todo. Voluntario de la marina.
Como Grass, mi hermano no mató a nadie en sus pocos meses de guerra. Como
Grass, dice que el no haberse manchado de sangre no fue por su virtud, sino
simplemente porque tuvo la suerte de llegar tarde. No tuvo que matar y no
murió. El 70% de los muchachos, que entraron a la guerra en 1944 como Grass y
mi hermano, murieron. Mi otro hermano, reclutado con todo su grado en el
colegio en 1944 y despachado a defender los territorios checos ocupados por los
alemanes contra la ofensiva soviética, es el único sobreviviente de su grado.
Todos murieron en tierras checas. Mi hermano sobrevivió porque desertó.
A mi hermano mayor –el que se había alistado en la marina de guerra- se
tardó más de cinco años para superar el lavado de coco que lo había convertido,
a la edad de 15 años, en ardiente militante nazi, y con 17 años, en soldado
voluntario para ganar la guerra ya perdida. Cuestionado insistentemente por mí,
me contó cómo era de inevitable que los jóvenes se convirtieran en nazis, en
una sociedad donde no había discusión, no había voz disidente, donde hasta los
padres temían cuestionar los valores fascistas transmitidos en la escuela y la
juventud hitleriana. Mi hermano, cuando al fin superó el lavado de cerebro, se
convirtió en el hombre más altruista, más dedicado a la solidaridad humana que
yo conozco. Nunca lo abandonó su sentimiento de culpa. O más que culpa, de
profunda pena.
Acordándome de todo esto, tuve que guardar la columna escrita contra Grass y
dedicarle más tiempo, más reflexión, más sinceridad al tema. Incluso, decidí no
escribir sobre el tema hasta que leí la columna de Geovanni Galeas.
Me metí en internet y busqué todo lo que pude encontrar sobre el debate que
había desencadenado la tardía confesión de Grass. Leí unas declaraciones de él,
contestando la pregunta obligatoria que todo el mundo -amigos y adversarios- le
hacían: ¿Por qué no lo dijiste antes? Si nadie te hubiera condenado por haberte
equivocado con 17 años, un niño del nazismo, sobre todo como no tuviste que
participar en las acciones represivas que hicieron famosa la Waffen SS. Y Grass
dijo: No pude. Tuve pena. No encontré la forma cómo decirlo, hasta ahora que
tengo 77 años….
Conozco esta pena. La puedo entender. La puedo aceptar. Es genuina. Aunque
venga alguien como Galeas que no tiene idea (o no quiere ver) que detrás de la
historia de Grass se encuentra un verdadero dilema humano, el dilema de toda
una generación –la generación de mis hermanos mayores y de Grass-; una
generación engañada; la generación que ha puesto más muertos que cualquier
otra, la generación que ha enfrentado la desconfianza; la crítica inmisericorde
de sus hermanos menores y sus hijos...
Qué bueno que el pobre Grass ya se había caído del pedestal antes de que se
nos convirtiera en monumento. Qué bueno que –en parte gracias a la metida de
pata de Grass en el 1970- aprendimos a vivir sin portadores de la verdad, sin
santos, sin autoridades infalibles.
Sí, Günter Grass, el gran novelista de la posguerra alemana, el escritor
homenajeado con el premio Nobel de literatura, resultó falible, débil, tal vez
cobarde. Cometió un error, que era perfectamente perdonable por su juventud,
por las circunstancias históricas, pero que no logró perdonárselo él mismo.
Tuvo pena. No supo cómo hablar de esta cosa que lo apenó tanto.
Pero esta pena, este dilema hizo que Grass escribiera lo que escribió y cómo
lo escribió: rompiendo el silencio alemán sobre guerra, dictadura, racismo,
división. Lo hizo levantar la voz cuando era necesario: atacando el ciego
anticomunismo de la derecha alemana; atacando el ciego comunismo de la Alemania
Oriental que se hizo cómplice de la represión de las primaveras democráticas en
Polonia y Checoslovaquia; apoyando la revolución pacífica en Alemania Oriental;
pero objetando una unificación alemana en forma de anexión a Alemania
Occidental. Apoyando a Willy Brandt cuando intentó construir puentes con el
bloque comunista y su gesto de arrodillarse en Polonia en un monumento a las
víctimas de los nazis alemanes fueron atacados como traiciones a la patria...
Difundir la tesis, como lo hace Galeas, de que la confesión de Grass es un
truco publicitario para vender sus memorias (en las cuales describe su juventud
nazi y su ingreso a la Waffen SS), es una ligereza. Por lo menos hubiera
esperado a que las memorias de Grass fueran traducidas al español, para poder
juzgar, en vez de difundir prejuicios. No digo que no se puede criticar a un
escritor porque sea portador del premio Nóbel. Por supuesto, se puede. Cuando
es necesario, se debe. Pero, por favor,
investigando bien,
leyendo bien, analizando bien.
Y cuando hay, detrás de la historia, un dilema humano, con compasión. Siempre
al final la crítica puede ser dura, pero con compasión y conocimiento.
¿Salió Günter Grass con las manos limpias de la segunda guerra mundial y de
la dictadura nazi? No. Sólo que Grass nunca ha dicho que salió con las manos
limpias. Leyendo su obra, es obvio que Grass sostiene –como yo, de paso sea dicho-
que nadie sale limpio, independientemente de que en un sentido literal y físico
se llenó las manos de sangre. Hombres y mujeres como Grass nos han enseñado
incluso a los que tuvimos menos de un año al terminar la guerra, que teníamos
que asumir la responsabilidad, enfrentarla, pagar los costos, construir la paz
y la democracia.
¿Puede alguien salir de una guerra con las manos limpias? No. Aunque no haya
soltado balazos. El hecho de no haber tenido que tomar la decisión de matar o
no matar no libera de responsabilidad a quien forma parte de una fuerza
militar, de un movimiento revolucionario armado, de un partido político que
conduce una guerra, de una insurrección. Decir lo contrario es cobardía. Decir
lo obvio, Geovanni, puede ser engañoso.
PD: Dado que los temas aquí tratados son demasiado complejos –y demasiado
importantes- para considerarlos agotados por dos columnas, aceptaría con mucho
gusto una invitación de Geovanni Galeas a discutirla con él en su programa
televisivo. Lo de Günter Grass y lo otro, lo ambiguo...