Nuestro país atraviesa un nivel desbordado de actividad criminal, que abruma la capacidad del estado y de la sociedad para poder enfrentar el problema, y por tanto, este ha adquirido características especiales, es imperativo que se ejecuten consecuentemente medidas especiales. Está absolutamente comprobado que las pandillas se constituyen como el principal problema para la seguridad pública en nuestro país. La violencia, muertes y zozobra que causa el accionar de las pandillas han llegado a niveles intolerables que no tienen precedentes. Criminólogos de renombre internacional como Peter Lupsha han planteado que el crimen organizado impacta en las sociedades y se desarrolla en fases que denotan su nivel de organización y afectación pública, siendo estas fases La Depredadora, La Parasítica y La Simbiótica. En nuestro país es alarmante ver como las pandillas están alcanzando un nivel de desarrollo y complejidad tal que ya casi alcanzan la fase simbiótica. Lo cual definitivamente podría contribuir a que El Salvador se convierta en un estado fallido donde el estado de derecho, la democracia, el desarrollo y la paz se verían dramática y catastróficamente golpeados. El criminólogo nacional, Carlos Ponce advirtió hace algún tiempo, el proceso evolutivo de las pandillas en nuestro país.
En la fase Depredadora los pandilleros se organizan, cometen delitos y actos de violencia, primordialmente como una forma de identidad o expresión grupal. En la fase Parasítica se prioriza la el delito lucrativo, los pandilleros y sus familiares dependen económicamente del producto de sus actividades criminales, ejercen dominio territorial y presión social. En esta fase el sentimiento de indefensión e impotencia de la población crece, la credibilidad y confianza en las instituciones disminuye, y el sentimiento de impunidad de las pandillas aumenta. En nuestro país la forma de extorsión mal llamada “Renta” se ha generalizado exorbitantemente, de tal modo que en la mayoría de zonas del país ha sobrepasado al robo común, convirtiéndose en el delito de mayor impacto actualmente. Las pandillas operan de manera abierta y comienzan a ser vistos como algo, aunque nefasto, cotidiano. En barrios, colonias, caseríos y mercados se conoce sobre las atrocidades de los pandilleros, es secreto a voces cómo, dónde, cuándo y quién comete los crímenes. En esta fase ya están las pandillas salvadoreñas, se han convertido en verdaderos parásitos de la sociedad que han alcanzado jerarquías supraterritoriales.
Uno de los aspectos más relevantes de la fase Parasítica es la manipulación que ejerce el crimen organizado sobre representantes comunitarios o funcionarios públicos, a través del soborno, el chantaje y la intimidación. Así mismo comienzan a utilizar sus fachadas de empresa y de organizaciones sociales, para buscar representación e influencia política. Aquí hemos ya visto conferencias de prensa y marchas de protesta organizadas por pandilleros, planificación de desordenes y fugas simultáneas en los centros penitenciarios, empresas de transporte que fueron arrebatadas a sus antiguos dueños y que ahora son operadas por clicas, pandilleros negociando participación en consejos municipales y ONGs claramente vinculadas - sino operadas- por pandilleros activos.
En la Fase Simbiótica, que es la más compleja, la interrelación alcanzada por el crimen organizado con los sectores político y económico es interdependiente. El ejemplo más visible de esto fue lo que sucedió en la ex Unión Soviética después de la Perestroika, donde las mafias del contrabando, cabecillas de las pandillas urbanas, narcotraficantes locales, ex militares, funcionarios y burócratas corruptos, y ex agentes de los servicios de inteligencia, dieron vida a la ahora mundialmente conocida Mafia Rusa. Esta última, ha logrado permear a los más altos niveles del mundo financiero, empresarial y político en las nuevas repúblicas ex Soviéticas.
Muchos pueden hacer burlas a este ejemplo, pero hay que notar que uno de los cabecillas más temidos de la mafia Rusa, recién capturado en España, comenzó en las calles de Moscú como un maleante de poca monta que se jactaba de sus tatuajes. Por otro lado, si lo vemos objetivamente, el impacto general en el día con día de la población rusa no tiene comparación con lo que soporta un alto porcentaje de nuestra población diariamente. Ya una pandilla, cuyo nombre tristemente evoca nuestro país, fue declarada por el Fiscal General de los Estados Unidos como amenaza a la seguridad nacional de ese país, donde varios de estos han sido incluidos en la lista de los más buscados por la justicia federal. Hemos visto pandilleros salvadoreños convertirse en cabecillas de narcotráfico y de grupos de secuestro a nivel regional; algunos de ellos podrían estar ya en la lista de los asesinos más prolíficos en la Historia Universal. Connotados asesinos en serie que se hicieron famosos inspirando conocidas obras literarias y películas, cometieron homicidios en números que se podían contar con los dedos de las manos. Aquí hemos conocido pandilleros, responsables de manera directa de más de 40 homicidios con lujo de barbarie.
Por otro lado si medimos el efecto relativo de cómo este flagelo afecta a nuestra población, y lo comparamos con el impacto de otros grupos criminales organizados en cualquier otro país democrático, no se me ocurre pensar en otro grupo criminal que se compare a las pandillas que aquí tenemos.
El problema es gravísimo. Los procesos judiciales y el encarcelamiento, lejos de reformarlos y contenerlos, les abona, según ellos mismos pregonan, a su experiencia, organización y prestigio. El accionar de las pandillas incluso involucra cosas tan abominables como los ritos satánicos, desmembramiento de víctimas, el homicidio aleatorio de iniciación, el reclutamiento y utilización sistemática de menores de edad, el fomento de antivalores y subculturas, actos continuos de terrorismo criminal y asesinatos en contra de transportistas, trabajadores y comerciantes; y, el sangriento desafío y burla al que diariamente someten a nuestro querido pueblo. No existe remordimiento ni culpa, el pandillero y en muchos casos hasta sus familias, viven de lo que arrebatan violentamente, y lo peor de todo es que se vanaglorian y se enorgullecen de ello. Retan al Estado y a la sociedad; se da un caso en el que utilizan una granada, y cuando cunde la alarma a nivel mediático, responden con andanadas de casos similares, igual ha sucedido con masacres y con los macabros paquetes que adrede dejan en lugares públicos.
Delitos como la distribución de drogas ilegales, robo de mercadería, secuestro y asaltos a viviendas y negocios, ya no solo involucra a pandilleros, sino que poco a poco se vuelve un monopolio de estos.
Es tiempo que atendamos como nación este grave problema pensando en el derecho a la seguridad de nuestros hijos y de futuras generaciones. Hay que dejar a un lado sesgos políticos e intereses partidarios, es tiempo que se retomen las buenas ideas que se han planteado hasta la saciedad, y que se planteen soluciones innovadoras. En la discusión de este tema ya no deben prevalecer los dogmatismos inflexibles, las imprácticas visiones meramente teóricas, y sobre todo la soberbia, tanto intelectual como ideológica. Si el Gobierno reconoce que carece de un verdadero plan, y junto a los otros Poderes del Estado, la Fiscalía General de la República, hacen lo propio, y se apoyan en los gobiernos municipales, el sector privado y la sociedad en general; se podrá impulsar un verdadero Plan de Nación contra las pandillas y la delincuencia. Un plan que sin reñir con los derechos de las personas, reconozca que se tiene que imponer el bien común y el derecho a la tranquilidad de la mayoría de salvadoreños, sobre el exacerbado derroche de garantías para los pandilleros y los maleantes de todo nivel. Un plan que ejecute medidas contundentes, y drásticas, pero que sean prácticas y aplicables. Es menester reformar las leyes que sea necesario, crear las que se requieran, e impulsar acciones operativas y administrativas efectivas, tanto a nivel policial y penitenciario, como para la FGR y Organo Judicial, combinando lo que ya dio resultado con lo novedoso, y apoyándose en todas las capacidades instaladas del Estado, incluyendo a la Fuerza Armada. Es imperativo que se reconozca que los planes preventivos, si bien necesarios, no lograrán nada por si solos, y que la dimensión real del problema abruma a las instituciones del Estado, tal cual se pretende funcionen hoy por hoy. La realidad exige que se reconozca oficialmente a las pandillas como CRIMEN ORGANIZADO y AMENAZA NACIONAL. Si esto no se hace, serán cada vez más las familias que sufrirán el dolor de ver a un ser querido asesinado, se seguirá frenando el desarrollo, y miles de niños y niñas serán víctimas, y luego…. victimarios, porque ineludiblemente se convertirán en pandilleros. Pero sobre todo, si no se hace lo que toca, no se podrá detener el claro y marcado camino que llevan las pandillas hacia la simbiosis con la sociedad salvadoreña.
(San Salvador, 2009)
En la fase Depredadora los pandilleros se organizan, cometen delitos y actos de violencia, primordialmente como una forma de identidad o expresión grupal. En la fase Parasítica se prioriza la el delito lucrativo, los pandilleros y sus familiares dependen económicamente del producto de sus actividades criminales, ejercen dominio territorial y presión social. En esta fase el sentimiento de indefensión e impotencia de la población crece, la credibilidad y confianza en las instituciones disminuye, y el sentimiento de impunidad de las pandillas aumenta. En nuestro país la forma de extorsión mal llamada “Renta” se ha generalizado exorbitantemente, de tal modo que en la mayoría de zonas del país ha sobrepasado al robo común, convirtiéndose en el delito de mayor impacto actualmente. Las pandillas operan de manera abierta y comienzan a ser vistos como algo, aunque nefasto, cotidiano. En barrios, colonias, caseríos y mercados se conoce sobre las atrocidades de los pandilleros, es secreto a voces cómo, dónde, cuándo y quién comete los crímenes. En esta fase ya están las pandillas salvadoreñas, se han convertido en verdaderos parásitos de la sociedad que han alcanzado jerarquías supraterritoriales.
Uno de los aspectos más relevantes de la fase Parasítica es la manipulación que ejerce el crimen organizado sobre representantes comunitarios o funcionarios públicos, a través del soborno, el chantaje y la intimidación. Así mismo comienzan a utilizar sus fachadas de empresa y de organizaciones sociales, para buscar representación e influencia política. Aquí hemos ya visto conferencias de prensa y marchas de protesta organizadas por pandilleros, planificación de desordenes y fugas simultáneas en los centros penitenciarios, empresas de transporte que fueron arrebatadas a sus antiguos dueños y que ahora son operadas por clicas, pandilleros negociando participación en consejos municipales y ONGs claramente vinculadas - sino operadas- por pandilleros activos.
En la Fase Simbiótica, que es la más compleja, la interrelación alcanzada por el crimen organizado con los sectores político y económico es interdependiente. El ejemplo más visible de esto fue lo que sucedió en la ex Unión Soviética después de la Perestroika, donde las mafias del contrabando, cabecillas de las pandillas urbanas, narcotraficantes locales, ex militares, funcionarios y burócratas corruptos, y ex agentes de los servicios de inteligencia, dieron vida a la ahora mundialmente conocida Mafia Rusa. Esta última, ha logrado permear a los más altos niveles del mundo financiero, empresarial y político en las nuevas repúblicas ex Soviéticas.
Muchos pueden hacer burlas a este ejemplo, pero hay que notar que uno de los cabecillas más temidos de la mafia Rusa, recién capturado en España, comenzó en las calles de Moscú como un maleante de poca monta que se jactaba de sus tatuajes. Por otro lado, si lo vemos objetivamente, el impacto general en el día con día de la población rusa no tiene comparación con lo que soporta un alto porcentaje de nuestra población diariamente. Ya una pandilla, cuyo nombre tristemente evoca nuestro país, fue declarada por el Fiscal General de los Estados Unidos como amenaza a la seguridad nacional de ese país, donde varios de estos han sido incluidos en la lista de los más buscados por la justicia federal. Hemos visto pandilleros salvadoreños convertirse en cabecillas de narcotráfico y de grupos de secuestro a nivel regional; algunos de ellos podrían estar ya en la lista de los asesinos más prolíficos en la Historia Universal. Connotados asesinos en serie que se hicieron famosos inspirando conocidas obras literarias y películas, cometieron homicidios en números que se podían contar con los dedos de las manos. Aquí hemos conocido pandilleros, responsables de manera directa de más de 40 homicidios con lujo de barbarie.
Por otro lado si medimos el efecto relativo de cómo este flagelo afecta a nuestra población, y lo comparamos con el impacto de otros grupos criminales organizados en cualquier otro país democrático, no se me ocurre pensar en otro grupo criminal que se compare a las pandillas que aquí tenemos.
El problema es gravísimo. Los procesos judiciales y el encarcelamiento, lejos de reformarlos y contenerlos, les abona, según ellos mismos pregonan, a su experiencia, organización y prestigio. El accionar de las pandillas incluso involucra cosas tan abominables como los ritos satánicos, desmembramiento de víctimas, el homicidio aleatorio de iniciación, el reclutamiento y utilización sistemática de menores de edad, el fomento de antivalores y subculturas, actos continuos de terrorismo criminal y asesinatos en contra de transportistas, trabajadores y comerciantes; y, el sangriento desafío y burla al que diariamente someten a nuestro querido pueblo. No existe remordimiento ni culpa, el pandillero y en muchos casos hasta sus familias, viven de lo que arrebatan violentamente, y lo peor de todo es que se vanaglorian y se enorgullecen de ello. Retan al Estado y a la sociedad; se da un caso en el que utilizan una granada, y cuando cunde la alarma a nivel mediático, responden con andanadas de casos similares, igual ha sucedido con masacres y con los macabros paquetes que adrede dejan en lugares públicos.
Delitos como la distribución de drogas ilegales, robo de mercadería, secuestro y asaltos a viviendas y negocios, ya no solo involucra a pandilleros, sino que poco a poco se vuelve un monopolio de estos.
Es tiempo que atendamos como nación este grave problema pensando en el derecho a la seguridad de nuestros hijos y de futuras generaciones. Hay que dejar a un lado sesgos políticos e intereses partidarios, es tiempo que se retomen las buenas ideas que se han planteado hasta la saciedad, y que se planteen soluciones innovadoras. En la discusión de este tema ya no deben prevalecer los dogmatismos inflexibles, las imprácticas visiones meramente teóricas, y sobre todo la soberbia, tanto intelectual como ideológica. Si el Gobierno reconoce que carece de un verdadero plan, y junto a los otros Poderes del Estado, la Fiscalía General de la República, hacen lo propio, y se apoyan en los gobiernos municipales, el sector privado y la sociedad en general; se podrá impulsar un verdadero Plan de Nación contra las pandillas y la delincuencia. Un plan que sin reñir con los derechos de las personas, reconozca que se tiene que imponer el bien común y el derecho a la tranquilidad de la mayoría de salvadoreños, sobre el exacerbado derroche de garantías para los pandilleros y los maleantes de todo nivel. Un plan que ejecute medidas contundentes, y drásticas, pero que sean prácticas y aplicables. Es menester reformar las leyes que sea necesario, crear las que se requieran, e impulsar acciones operativas y administrativas efectivas, tanto a nivel policial y penitenciario, como para la FGR y Organo Judicial, combinando lo que ya dio resultado con lo novedoso, y apoyándose en todas las capacidades instaladas del Estado, incluyendo a la Fuerza Armada. Es imperativo que se reconozca que los planes preventivos, si bien necesarios, no lograrán nada por si solos, y que la dimensión real del problema abruma a las instituciones del Estado, tal cual se pretende funcionen hoy por hoy. La realidad exige que se reconozca oficialmente a las pandillas como CRIMEN ORGANIZADO y AMENAZA NACIONAL. Si esto no se hace, serán cada vez más las familias que sufrirán el dolor de ver a un ser querido asesinado, se seguirá frenando el desarrollo, y miles de niños y niñas serán víctimas, y luego…. victimarios, porque ineludiblemente se convertirán en pandilleros. Pero sobre todo, si no se hace lo que toca, no se podrá detener el claro y marcado camino que llevan las pandillas hacia la simbiosis con la sociedad salvadoreña.
(San Salvador, 2009)