lunes, 4 de noviembre de 2024

Carta a Kamala Harris: ¡GANE, CARAJO! De Paolo Luers (+ capítulo 5 del libro "Doble Cara')

 

"Realísticamente, gane quien gane, nos va a joder. Trump, activamente y con ganas. Pero, tememos que usted, si es electa, también nos va a perjudicar, simplemente por no hacer nada para defender la democracia en nuestro país. Uno por acción, la otra por omisión..."

El audio en la voz del autor: KAMALA.mp3



    Publicado en MAS!  EL DIARIO DE HOY, martes 5 noviembre 2024

Hoy, el 5 de noviembre 2024, en su país están eligiendo a su próximo presidente. ¿Qué puede esperar El Salvador de cada uno de los dos posibles ganadores? (Aquí no voy a hablar del desastre que una nueva presidencia de Trump significaría para la sociedad estadounidense. Todo está dicho sobre esto.)

Realísticamente, gane quien gane, nos va a joder. Donald Trump mucho más que usted. Este hombre nos va a fregar, porque dará a Bukele todos los apoyos que necesita para consolidar su dictadura. Ellos están hechos uno para el otro. Trump nos va a joder activamente y con ganas. Pero, tememos que usted, si es electa, también nos va a perjudicar, simplemente por no hacer nada para defender la democracia en nuestro país. Uno por acción, la otra por omisión, van a contribuir a la consolidación de una nueva dictadura. Es triste, pero es lo que muchos piensan – y lastimosamente hay razones.

 

Fue el gobierno de Biden/Harris que abandonó su política anunciada de priorizar los derechos humanos sobre la Realpolitik. Adoptó la estrategia de apoyarse en gobiernos antidemocráticos para asegurar sus intereses en la región: control de la migración y del tráfico de drogas. 


Al principio, cuando todavía no era claro si Bukele se iba a consolidar en el poder, la administración Biden/Harris condenó, en términos claros, los atentados de Bukele contra la democracia: la toma de la Asamblea en 2020, la remoción ilegal de la Sala de lo Constitucional y del fiscal general, en 2021, fueron fuertemente criticados por las autoridades de su administración. Docenas de funcionarios, la mayoría ligados a Bukele, fueron puestos en la lista Engel, retirándoles sus visas. 

 

Pero una vez que se hizo evidente que Bukele había logrado consolidarse en el poder y que tenía un apoyo popular mayoritario, ustedes cambiaron su discurso y su política. Ya nadie hablaba de la inconstitucionalidad de la reelección presidencial, de la violación sistemática de los derechos humanos bajo el régimen permanente de excepción, ni de los casos escandalosos de corrupción. Nayib Bukele se había convertido para Washington en un factor de estabilidad en la región. Al principio no decidieron apoyar a Bukele abiertamente, pero sí de tolerarlo. Pero recientemente, Washington decidió echarle una mano, ayudándole a refinanciar su deuda internacional - y, de paso, lavarle la cara, presentándolo como un gobernante fiscalmente responsable, que no lo es. Se supone que también Washington levantó su veto contra un préstamo grande del Fondo Monetario Internacional.

 

Todo esto no ha sido obra suya, pero tampoco se ha opuesto a este cambio de la política. En la campaña no ha dado ningún indicio que cambiaría este política de tolerancia con la nueva dictadura latinoamericana. Ojala que, una vez en el poder, nos sorprenda. 

 

En el caso de Trump, ya sabemos qué podemos esperar de él como presidente. Levantará todas las restricciones a la ayuda económica, militar y policial para el gobierno de facto de Nayib Bukele. Le dará respaldo político, porque necesitará tener algunos presidentes de la región de su lado.

 

A pesar de todo esto, para El Salvador sí hará una diferencia sustancial si entra en la Casa Blanca Trump o usted. De los dos, sólo usted será susceptible a la presión política de parte de los defensores de la democracia y de los derechos humanos - en El Salvador y en la sociedad estadunidense. Con Trump, se cerrará en Washington cualquier espacio de debate sobre la política estadounidense hacía nuestro país. 

 

Por esta razón, el triunfo suyo sería preferible para El Salvador. Trump es un enemigo. Usted no sería hostil contra la oposición democrática en El Salvador. Tal vez indiferente, tal vez claudicante, pero no hostil. Incluso, una potencial aliada, cuando la dictadura de Bukele entre en crisis y adopte la represión masiva...

 

Apuesto que usted ganará. Ojala no me equivoque. Suerte, Kamala...

Saludos, 




Doble Cara ahora está agotado en las librerías de la  UCA, en el campus y en Cascadas/Soho. Pero será disponible en breve. 

También lo pueden pedir Amazon.com, o desde México en amazon.com.mx

Ahora puede leer el libro, en tres entregas cada semana, en este blog. Disfrútenlo.





Capítulo 5:  

Siemens 

(1981)



Han pasado tres semanas desde la ofensiva. Luego de los combates, la represión. Todas las mañanas aparecen cadáveres en las calles, sobre todo en la zona industrial de Ilopango y Soyapango. Se vuelve rutina de los periodistas, sobre todo de los fotógrafos, salir a las 6 de la mañana por el Bulevar del Ejército, para registrar la cosecha del toque de queda nocturno. Casi todas las fotos son iguales: unos o dos cuerpos a la orilla de la carretera o en las calles polvosas, parqueos o predios baldíos, baleados o macheteados. Algunos con señas de tortura. Me imagino que aparecen en esta zona para que los trabajadores que entran a las fábricas en la mañana los vean. Los muertos son manifiestos, con o sin naipes en la mano.


Cadáver en frente de la Embajada de Estados Unidos,
enero 1982 (Foto: Paolo Luers)


Es absurdo ir todas las mañanas para hacer las mismas fotos. Pero hay que hacerlo. Los fotógrafos de la Comisión de Derechos Humanos ya no pueden hacer su trabajo de registro, ellos mismos son blancos. Así que lo hacemos los periodistas, y luego les pasamos las fotos. Todas las noches, el laboratorio de la UPI en el Camino Real parece estudio fotográfico de una morgue. No quiero seguir haciendo fotos de asesinados, quiero ir a Morazán. Decido ir a Managua para organizar la entrada.

En el Camino Real aparece un colega alemán. Es editor de uno de los periódicos más conservadores de Alemania. Hace una gira por varios países para escribir sobre las sucursales de Siemens. Se trata de una especie de reportaje publicitario, pactado con la empresa que tiene su sede central en München. El hombre no habla español, y no entiende lo que está pasando en este país. Leyó noticias de una guerra civil, incluyendo unos reportajes míos, pero al llegar no ve ninguna guerra. El Salvador muestra la calma de un cementerio. Se alegra encontrar a un colega alemán. En una larga cena trato de explicarle lo que pasa, le cuento de la ofensiva, de la represión, de los muertos de todas las madrugadas. No me cree mucho, para él soy de estos periodistas izquierdosos que exageran y manipulan las noticias.

Le reto a salir conmigo en la mañana al tour macabro. 

A las 6 de la mañana salimos hacía Soyapango. Nos acompaña un fotógrafo que trabaja con la Comisión de Derechos Humanos. Vamos a todos los lugares donde saben botar cadáveres. Nada. Paramos en una gasolinera, el tipo de la CDH hace unas llamadas para ver si hay denuncias. Nada. El alemán me ve con creciente incredulidad. Normalmente, cuando hago este tour, deseo no encontrar nada, o más bien a nadie. Hoy, por primera vez, estoy ansioso de encontrar cadáveres. Tengo que salir de esta ciudad antes de volverme loco.

Cuando nos montamos otra vez al carro, se acerca un señor: “¿Son periodistas?”

“Sí señor, prensa internacional…”

“Vayan a Ciudad Delgado, ahí cerca de la línea de tren hay una casa que la quemaron esta noche. Hay un montón de muertos adentro.” Le da las instrucciones al otro fotógrafo. Hay que doblar en la esquina de una farmacia y seguir dos cuadros adentro de esa colonia. 

Voy a toda velocidad. En 10 minutos llegamos. Encontramos la farmacia, doblamos, entramos a la colonia. Afuera de una casa hay un montón de gente: mujeres, niños, pocos hombres. Todavía sale humo de la casa. No hay policía, ni soldados, ni bomberos. Los pocos hombres llevan baldes con agua y la tiran a la casa.

Son 8 cadáveres, incluyendo tres niños entre 6 y 12 años, uno en la sala, dos en un cuarto. Algunos de los cuerpos están quemados, otros no. Todos tienen heridas de bala. Yo me olvido de mi colega alemán y comienzo a hacer las fotos. Cuerpo por cuerpo. Unas tomas amplias para mostrar el ambiente. Ya tengo rutina, no me tiemblan las manos. El muchacho entrevista a los vecinos, toma notas de los nombres. De repente me recuerdo de mi colega. Salgo y lo veo sentado en una piedra, pálido. Vuelve a vomitar. Me ruega que nos vayamos. Pero el trabajo no está completo, necesito saber qué pasó aquí. Hablo con los vecinos. La historia de siempre: Como a las 2 de la mañana escucharon llegar unos vehículos. Unos dicen que dos, otros que tres. Todos dicen que eran camionetas. “Como esos Jeeps que le dicen Cherokee…”

Dicen que escucharon tiros. “¿Cuántos?” 

“Un montón…” Unos dicen “como 20,” otros dicen “mucho más, por lo menos 50.” Una muchacha que vive a la par, me dice: “No fueron ráfagas, fue pausado, uno por uno los mataron.” Obviamente, nadie salió a ver.

“¿Quiénes vivían ahí, quiénes son?” La muchacha me enseña: Estos dos son los padres de los tres niños. El señor trabaja en una fábrica, ahí por la Avenida España. No sé cómo se llama, dicen que es de unos alemanes...”

“¿Siemens, se llama Siemens?” 

“Creo que sí. Hacen cosas eléctricas.”

“¿Y los otros tres hombres, quiénes son?” 

“Este ahí es hermano de la mujer, los otros dos no los conozco. Pero venía mucha gente ahí, como si tenían reuniones. A lo mejor, por lo del toque de queda, se quedaron…”

“¿Quiénes crees que los mataron?” La muchacha me ve como a un niño que hace preguntas estúpidas. “No voy a decir nada. No vi nada. Solo escuchamos.” Pero al rato agrega: “Es una injusticia, ¿cómo estos escuadroneros hijueputas pueden matar a estos niños?” Y se va. No le tomé fotos. No se puede, sólo a los muertos.

En el camino al hotel, nadie habla. Hasta después, cuando almorzamos juntos, el colega me dice: “Quiero que me acompañe a la Siemens. Tengo la cita mañana. ¿Me puede imprimir las fotos hoy mismo, para llevarlas mañana a la reunión?”

    

La cita en Siemens es a las 10 de la mañana. Desayunamos juntos. El colega dice que no pudo dormir. Me pide disculpas por haber sido tan incrédulo. “Pensaba que usted es un izquierdoso.” 

“Pero tiene razón, soy izquierdoso, pero eso no significa que manipulo las noticias. Aquí hay colegas que vinieron derechistas y se volvieron izquierdosos.”

“Bueno, izquierdoso no sé. Pero me da rabia.”

Le cuento que trabajé en la Osram, que es parte del imperio Siemens, y de la ironía que ellos me están financiando lo que estoy haciendo aquí en El Salvador. Bueno, no le cuento lo que realmente estoy haciendo.

En eso viene Raúl Beltran: “Mirá, nos perdimos esta historia de Ciudad Delgado. ¿No escuchaste la Venceremos? Hoy en la mañana dieron un informe que ahí mataron a 8 personas y las quemaron. Increíble que ellos se dan cuenta y nosotros no…”

Entonces, los compas recibieron el informe que mandé anoche a Frankfurt. Le enseño a Raúl las fotos. Las ve, las maldice y dice: “Sos campeón, maitro.”

 

La Siemens es un edificio viejo en la Avenida España. Mi amigo de München me presenta como colega alemán que le va a ayudar con traducciones y fotos. El jefe de la planta, un ingeniero alemán, se muestra contento de ver a dos paisanos. Nos recibe en su oficina, nos cuenta de la historia de la Siemens en El Salvador, orgulloso de lo construido. Se lamenta de los tiempos difíciles que vive el país, pero no le gusta hablar de política. Le preguntamos sobre la guerra, y nos describe la ofensiva de enero como un fracaso de la guerrilla. “No hay guerra, el país está bajo control.”

Le pregunto por el sindicato, y me explica que tienen excelentes relaciones. Manda a llamar al secretario del sindicato, quien nos confirma que no hay conflictos. Y se retira. El colega me pide mostrarle las fotos de ayer. “Nos dijeron que uno de los muertos trabajaba aquí…” 

El ingeniero estudia las fotos. “¿Reconoce al hombre?” El hombre se pone pálido. “Sí, es uno de nuestros mecánicos, ¿qué pasó?” Le contamos lo que vimos y lo que nos contaron los vecinos. 

“¡Qué horrible! Vamos a tener que ayudar a la familia. Aunque esto no tiene nada que ver con Siemens, pero hay que ayudar a la pobre familia.” Le cuento que ya no hay familia…

Llama a un empleado, le explica lo que pasó, le pide averiguar la dirección del mecánico. Al rato regresa y confirma la dirección de la casa en Ciudad Delgado. “Vamos a ver si podemos encontrar a los padres, a ver si necesitan ayuda para el entierro. ¡Qué tragedia!, pero estas cosas pasan, nadie sabe quiénes son los que matan a la gente. Como le dije, aquí estamos tranquilos, esto nada tiene que ver con nuestra empresa…”

Le pedimos si podemos hacer un tour por la planta. Junto con otro ingeniero, también alemán, nos llevan a una sala donde están montando generadores. Nos hablan de los proyectos, de inversiones, del mercado centroamericano. Llegamos a un taller donde está el secretario del sindicato que ya vimos antes. Mientras los demás siguen su recorrido, me quedo con él. Le pregunto si sabe que antenoche mataron a un colega. Me dice: “Aquí no podemos hablar.” Y me da un papelito que ya tenía preparado. “Mejor váyanse.”

Terminamos el recorrido, hago mis fotos, y luego de un café en la oficina, nos vamos.

Afuera en el carro abro el papelito doblado. Tiene la dirección y el nombre de un comedor en Mejicanos —y la hora: 7 de la noche. 

 

Es un comedor como todos. Plancha en la acera, pupusas, yuca frita, chocolate, Pilsener. Cuando entramos, está el sindicalista con dos hombres más que también he visto en la planta de Siemens. “¿Cómo saben de la muerte del compañero?”, me preguntan. Les cuento toda la historia, les enseño las fotos. Resulta que los otros dos muertos, las visitas, también son sindicalistas, pero que hace poco los despidieron. Trataron de armar una huelga, despidieron a varios, amenazaron a los demás. “¿No viste a los de seguridad, los que andan con chalecos? Son matones los hijos de puta, ex policías o soldados. Nos tienen súper vigilados. Pero puta, no pensaba que iban a llegar a esto…”

Preguntamos sobre los alemanes. “¿Ellos saben lo que está pasando?”

“¿Cómo no lo van a saber? Ellos contrataron a estos tipos.”

Nos cuentan sobre lo que pasó en sus vecindarios durante la ofensiva. “Los compas querían que nos metiéramos, nos iban a dar armas. ¿Pero cómo? No había condiciones. Muchos compañeros de otros sindicatos se metieron, algunos murieron, otros se fueron con los compas a Guazapa...”

Luego de varias Pilsener, nos despedimos. “Publiquen algo sobre esto, pero no nos mencionen. Nos van a matar.” Les aseguro que sólo se va a publicar en Alemania.

El colega me pide no mandar nada a mi periódico. “Yo me hago cargo. Esto lo tienen que saber en Alemania. Aunque me cueste el trabajo.”

A los días me informa que no le publicaron la nota sobre El Salvador.


(Nota: Todas las fotos de esta visita a Siemens, 

como gran parte de mi archivo de la guerra, se han perdido. 

Mandé todos los negativos a Managua al COMIN del ERP, y en las confusiones del cambio de poder de los Sandinistas, en abril del 1990, gran parte del archivo se perdió.) 




En la siguiente entrega, jueves 7 de noviembre: 

Capítulo 6: Paolo & Carmen (1981)