La gran mayoría no necesariamente tiene razón. Es más, nunca tiene la razón, cuando decide delegar los destinos del país -y por tanto, de su propio futuro- a una persona, o a un partido. Este hecho, por sí solo, es suficiente razón para disentir. Y disentir sin escribir o hablar no tiene sentido.
Publicado en EL DAIRIO DE HOY, miércoles 7 de septiembre 2022
Nunca me he hecho esta pregunta. Escribir, analizar, comentar, provocar debate son para mi ejercicios tan regulares como respirar o abrazar a los queridos. Entonces, ¿para qué cuestionarlos? Sin embargo, el otro día me hizo esta pregunta una persona, que por cierto no se pierde ninguna de mis columnas y cartas.
Hay que completar la pregunta: ¿Por qué seguir escribiendo para criticar el rumbo equivocado del país, cuando la gran mayoría está de acuerdo con este rumbo, incluso con el hecho que sea un solo hombre iluminado quién defina cada paso en este camino?
Mi respuesta espontánea a esta pregunta es: La gran mayoría no necesariamente tiene razón. Es más, nunca tiene la razón, cuando decide delegar los destinos del país -y por tanto, de su propio futuro- a una persona, o a un partido. Este hecho, por sí solo, es suficiente razón para disentir. Y disentir sin escribir o hablar no tiene sentido.
Parece que la gran mayoría de los rusos están convencidos que si Valdimir Putin ha tomado la decisión de invadir a la vecina Ucrania, tiene razón y hay que apoyarlo. ¿Esto vuelve razonable esta absurda guerra? ¿Esto es una razón de callarse para la minoría de rusos que están opuestos a esta guerra? No.
En la Alemania bajo la dictadura de Adolf Hitler, la gran mayoría estaba de acuerdo con los más horrendos crímenes: el Holocausto en los campos de concentración, donde fueron asesinados 6 millones de judíos, gitanos, comunistas, socialdemócratas, homosexuales y enfermos mentales; y con los crímenes de guerra cometidos en los países ocupados. A pesar del apoyo manifiesto a Hitler de la gran mayoría de los alemanes, hubo sindicalistas, pastores luteranos, académicos, artistas, e incluso militares que no dejaron de levantar la voz en protesta, emitiendo periódicos o hojas volantes clandestinos, aun sabiendo que esto les podía costar la vida.
Por supuesto es necesario tomar en cuenta las opiniones mayoritarias, pero no siempre hay que respetar y adoptarlas. Y nunca hay que callarse sólo porque la mayoría no está de acuerdo con nuestras posiciones.
Hay que leer los análisis de Hannah Arendt, la politóloga judía alemana que emigró de la Alemania nazi, para entender cómo se forman estas mayorías obedientes a líderes autoritarios y cómo se convierten en cómplices de sus tiranías. Describe Hannah Arendt cómo los movimientos autoritarios -hoy los llamamos populistas- logran identificar, manipular, profundizar y movilizar las frustraciones y los resentimientos de las masas, que no ven satisfechas sus necesidades ni cumplidas sus expectativas. Describe Hannah Arendt además, como los demagogos, con sus aparatos de propaganda, logran crear realidades paralelas -fake diríamos hoy- que llevan a la gente a dejar de destinguir entre verdad y mentira. Y también describe Hannah Arendt, en su libro ‘Los Orígenes del Totalitarismo’, como usan los autoritarios su aparato de desinformación para crear enemigos externos e internos. Y siempre los enemigos internos son las minorías, hoy en día ‘los 3%’.
Una situación de este tipo vivimos ahora, con la inflación de noticias falsas difundidas por periódicos falsos, creados para llevar a la gente a no creer en nada de lo que se publica. Tal vez no creen las mentiras tan obvias de La Britany, El Blog, El Diario El Salvador, de los videos de Walter Araujo, y de los tuits de Porfiro Chica, Christian Guevara o Carlos Hermann Bruch. Quiero pensar que la mayoría no cree a estos propagandistas que forman el coro orquestado por Casa Presidencial. Pero en el caos de desindormación, mentiras y conjeturas que ellos crean, la gente termina sin creer nada, ni en los medios serios y preodesionales que investigan lcon rigor la corrupción y dan espacio a voces disidentes. Esto es precisamente la razón de ser del monstruoso aparato de comunicación que desde Casa Presidencial han creado.
En esta situación, la pregunta inicial tiene una respuesta fácil y contundente: Ahora, más que nunca, es necesario escribir, analizar, comentar. Si desaparecen las voces disidentes, independientes y críticas, dejamos el campo a los aduladores del poder.
Así que, va a seguir habiendo, en este periódico, columnas que van contra la corriente.