Publicado en EL DIARIO DE HOY, 18 octubre 2019
La discusión del presupuesto que se está llevando a cabo en la Asamblea parece más bien un esfuerzo para resolver una adivinanza que un análisis de las políticas subyacentes en el documento. Éste no puede realizarse porque el Gobierno no ha dejado claro que es lo que quiere hacer con los recursos del presupuesto. Esta dificultad puede tener dos motivos: primero, que el gobierno sepa lo que quiere hacer y no quiere decirlo; y, segundo, que el gobierno no sabe lo que quiere.
La evidencia apunta a que la segunda describe la realidad, por varias razones. Una, que el protocolo bajo el cual los ministros y altos funcionarios del gobierno parecen actuar, el de realizar visitas a las poblaciones para “identificar necesidades” no les deja tiempo para forjar planes concretos de desarrollo.
Las políticas de Estado no pueden consistir de hacer un puente aquí y poner un chorro allá, ni siquiera los diagnósticos pueden consistir sólo de listar los puentes y los chorros que faltan. Los problemas que tienen que abordarse para promover el desarrollo del país incluyen no sólo esas listas con todas las deficiencias que tiene El Salvador (no sólo los puentes sino, por ejemplo, el estado de salud y de educación de la población) sino también el establecimiento de prioridades entre ellas, el entender las cadenas de causalidad (qué problemas son causados por otros de tal forma que al resolver éstos se resuelven también los otros), y definir las acciones que hay que tomar para lograr las prioridades.
La segunda razón por la cual parece claro que el Gobierno no sabe lo que quiere es que, en efecto ninguno de sus funcionarios ha podido expresar coherentemente ninguna idea, de ningún tipo, con respecto a sus planes.
De hecho, el problema no está sólo en los ministros y funcionarios. El Presidente tampoco ha establecido una política general con objetivos nacionales y sectoriales que pudieran servir a los diputados a realizar la evaluación que tienen que hacer para aprobar o no el nuevo presupuesto.
De hecho, el problema no está sólo en los ministros y funcionarios. El Presidente tampoco ha establecido una política general con objetivos nacionales y sectoriales que pudieran servir a los diputados a realizar la evaluación que tienen que hacer para aprobar o no el nuevo presupuesto.
La discusión del presupuesto, en realidad, se efectúa de atrás para adelante y nunca se llega a adelante. Como es en los países desarrollados la discusión del presupuesto se debe iniciar con una declaración de objetivos del gobierno, de las políticas que se pretenden poner en práctica y de las reformas institucionales que se pretenden realizar para poder obtenerlos. En estas declaraciones es que se insertan las cifras, que vuelven concretas las políticas del Estado. La discusión en el Legislativo se enfoca en los objetivos y las políticas del Estado. Las cifras sólo se chequean para ver si son realistas y si van a contribuir de una manera efectiva a lograr los objetivos deseados.
Entre las políticas por discutirse, debe, por supuesto, incluirse una política fiscal que demuestre que los gastos pueden cubrirse de una manera prudente y consistente con una trayectoria también prudente de la deuda gubernamental. Esta política debe estar respaldada por cifras también realistas, dado que, mientras que los gastos se vuelven ciertos al aprobarse, los ingresos por impuestos sólo son estimados que pueden variar de acuerdo con las circunstancias.
Si al gato de Cheshire, que supuestamente le dijo a Alicia, la del País de las Maravillas, “Si no sabes a dónde ir, cualquier camino te lleva allí”, le tocara analizar el presupuesto de El Salvador, podría decirle al Gobierno con toda propiedad, “Si no sabes qué hacer, cualquier presupuesto te ayudará a lograrlo”.
Pero los problemas no se limitan a éste. Como lo discutí hace un par de semanas en un artículo llamado “El Presupuesto Capturado” el presupuesto esconde enormes rigideces en el sector público, que hacen que gastos que se comienzan a hacer en un año terminan volviéndose imposibles de reducir, como las contrataciones de personal, con lo cual en cada presupuesto los gastos suben sin que se aumenten o mejoren los servicios prestados por el gobierno.
Esto recuerda un chiste irlandés en el que un motorista pregunta a un campesino a la vera del camino: “Voy para Tipperary. ¿Por dónde me voy?”. El campesino le contesta: “Si yo fuera para Tipperary, no saldría desde aquí”. Si se quiere que el país llegue a tener políticas de desarrollo bien hechas, no debería partir de esa manera de hacer y analizar el presupuesto.