Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 12 septiembre 2019
No es demócrata quien, dándose cuenta que el parlamentarismo tiene una crisis de credibilidad, hace todo a su alcance para profundizarla, para sacar provecho político, partidario y personal.
Para los demócratas es obligatorio criticar los errores, negligencias, corrupciones de diputados o de fracciones partidarias, pero también es obligatorio defender a la Asamblea Legislativa como institución y como órgano de control al poder y al concepto del parlamento como representante plural del pueblo.
En política pueden producirse vacíos, pero no se mantienen. Siempre hay quién los llene, quién los ocupe, quién se apodere de ellos. Si en una sociedad el parlamento pierde credibilidad -y por tanto poder-, el vacío resultante lo llenan los gobernantes. Un gobierno con menos control es un gobierno con más poder, más de lo que la Constitución le da. Se vuelve un gobierno peligroso.
Por esto es correcto ver el conflicto que el primer ministro británico Boris Johnson creó, queriendo eliminar el control parlamentario sobre su política del Brexit (o sea su propósito de sacar a su país de la Unión Europea, al costo que sea), como una crisis constitucional y de la democracia británica. Conociendo la tradición parlamentaria inglesa, Johnson va a perder esta batalla.
Aquí no tenemos esta tradición democrática y parlamentaria tan arraigada, y tampoco un sistema de gobierno parlamentario como Gran Bretaña. Tenemos un sistema presidencialista, que da más poder al presidente y menos a la Asamblea Legislativa. Y tenemos una cultura política donde se ha convertido en deporte nacional hablar mal de la Asamblea, de los diputados y de los partidos. Hablar mal no es lo mismo que criticar.
No me entiendan mal: hay mucho que criticar a los diputados, a las personas y los partidos que tienen diputaciones, pero no a costa del concepto republicano de un parlamento representativo de la diversidad y pluralidad política, social y cultural del pueblo.
El discurso que Bukele dio con motivo de los primeros 100 días de su gobierno, nuevamente estuvo lleno de menosprecio para la Asamblea. Ya conocemos su intención de movilizar al pueblo contra su parlamento y contra la idea del parlamento como instancia de control del gobierno. Para Bukele, el mandato mayoritario que ‘el pueblo’ le dio a él está encima de la voluntad parcial que representa cada diputado y cada partido.
Ante esta situación y el éxito que por el momento tienen los ataques del presidente contra el parlamentarismo, es necesario que la sociedad civil, sus organizaciones, voceros y creadores de opinión asuman la defensa del parlamento y del parlamentarismo.
No se trata de defender a los diputados, al presidente de la Asamblea, a sus comisiones, a sus decretos. Por lo contrario, para defender el concepto del parlamentarismo hay que pasar por la crítica racional, sostenida y solidaria a los diputados, las fracciones, las comisiones legislativas y sus actuaciones. Se trata de crear una cultura republicana donde se critica a los funcionarios para fortalecer la institución.
La parte de la sociedad civil que se articula políticamente, que genera opinión, que participa en iniciativas ciudadanas, tiene que entrar en un diálogo crítico con la Asamblea, sus miembros y liderazgos. Tenemos que contribuir a que la Asamblea pueda asumir su rol de contrapeso al Ejecutivo y de fuente de sabia legislación. Es la manera más eficiente de blindar nuestra democracia contra las tentaciones de una nueva clase de gobernantes populistas que está dispuesta a dañar la institucionalidad para fortalecer su poder.
La Asamblea necesita mucha ayuda porque no está haciendo bien su trabajo. Pero parte del desprestigio fatal que enfrenta en la población se debe a nuestro deporte nacional de hablar mal de ella. Sustituyamos este deporte infantil por una cultura que desarrolle la crítica y el diálogo con los diputados y sus partidos.
Saludos,