En política como en otros ámbitos de la vida aparecen cada cierto tiempo relaciones de liderazgo y los grupos, sectores y comunidades que siguen a un determinado líder lo defienden de sus enemigos pues el líder los representa a ellos mismos. Todo líder es un ente representativo y representador a la vez. Cabe, eso sí, hacer la distinción entre un líder no político (religioso, mesiánico, sectario) y un líder político. Pues en tanto líder político -y la política casi por definición vive de la diferencia y de la crítica- ese líder acepta de hecho ser sometido a crítica de parte de sus contrarios e incluso de sus partidarios cuando estos estiman que no los representa o los representa mal. No aceptar esta premisa significa negar las condiciones elementales de la lucha democrática. En política, espacio de confrontaciones, nadie es intocable.
Por esas razones, cuando se critica a la persona de un líder, la crítica va dirigida hacia la política que este representa. O que no representa. No se puede por lo tanto criticar a un líder sin criticar a su política. A la inversa, no se puede criticar a una política sin criticar al, o a sus, líderes. Pretender que un líder se encuentra más allá de la crítica, significaría despolitizar al líder político y en consecuencia, negarlo como tal.
Hay tal vez una diferencia que no está clara: en los movimientos democráticos el líder representa a una política. En los movimientos no- democráticos el líder “es” la política.