Özil es tan alemán como Kylian Mbappé es francés, Romelu Lukaku es belga, y Raheem Sterling es inglés. Como casi todo los futbolistas profesionales crecieron en los barrios pobres de sus ciudades. El deporte fue su vehículo para alcanzar autoestima, reconocimiento y éxito social. Esta historia es tan vieja que el fútbol. Siempre ha sido un deporte proletario.
La renuncia de Mesut Özil de la selección alemana ha provocado en Alemania un debate nacional, una controversia que obligó a políticos, funcionarios deportivos, deportistas e intelectuales a tomar posiciones encontradas.
Este debate tiene estrecha relación con otro, que repercutió en todo el mundo: la controversia sobre ”la selección africana” que ganó la Copa del Mundo en camisetas francesas. Ambos son debates sobre fútbol e integración, y sobre fútbol y racismo – y por esto son tan polémicas. Y tan amplias: se discuten en círculos políticos en intelectuales igual que en los chupaderos de la afición.
Mesut Ózil tuvo la osadía de no renunciar silenciosamente, sino acusando de racismo al poderoso DFB, la Federación Alemana de Fútbol, la federación deportiva más grande del mundo. Dijo a los alemanes blancos que no quiere seguir jugando para su país, cuando su federación, la prensa amarillista y parte de la afición no le permiten expresar sus raíces en su otra patria, en la Turquía de sus padres, en su cultura y religión. Gran atrevimiento para el que hasta entonces fue el “turco bueno”, el adaptado, el “casi alemán”…
Los pormenores del “caso Özil” son ampliamente conocidos: la foto que se tomó con el presidente turco Erdogan, un gobernante ampliamente cuestionado por su régimen autoritario; la ola de críticas a Özil, insultos racistas incluidos – todo esto en la fase de preparación al Mundial; el fracaso del equipo alemán; la búsqueda de culpables; los comentarios infelices de los altos funcionarios de la Federación, vinculando la foto con Erdogan con la derrota del equipo alemán. Al fin la renuncia de Mesut.
Al mismo tiempo los medios y las redes de toda Europa se llenaron de comentarios y chistes sobre “la selección africana” que ganó el mundial. Todo esto es reflejo de los problemas no resueltos de la integración racial y étnica en países como Alemania, Inglaterra, Francia y Bélgica. Son precisamente los países que tienen exitosas selecciones multiétnicas. De repente ya no parece tan exitoso lo que durante años pareció una historia de éxito: el deporte, sobre todo el fútbol, como instrumento poderoso de integración social y racial. Durante 10 años, Mesut Özil fue el “niño maravilla”, no solo del fútbol alemán y sus éxitos en los mundiales de 2010 y 2014, sino sobre todo de la integración exitosa: el “turco bueno”. De repente este ejemplo de integración se da cuenta que a pesar de sus éxitos y de sus honorarios millonarios, sigue enfrentando el mismo racismo que cualquier hijo de inmigrantes pobres o refugiado – incluso dentro de la Federación, que durante años lo tuvo como el embajador de la integración.
Lo mismo están sintiendo los jugadores ingleses, franceses y belgas de origen africano, árabe o caribeño. Para poner las cosas claras: Özil es tan alemán como Kylian Mbappé es francés, Romelu Lukaku es belga, y Raheem Sterling es inglés. Como casi todo los futbolistas profesionales crecieron en los barrios pobres de sus ciudades. El deporte fue su vehículo para alcanzar autoestima, reconocimiento y éxito social.
Esta historia es tan vieja que el fútbol. Siempre ha sido un deporte proletario. Muchos de los grandes clubes ingleses y alemanes (Schalke 04, Borussia Dortmund, Liverpool SC, Tottenham Hotspurs, West Ham United) nacen en las zonas industriales, y algunos tienen sus raíces en el movimiento obrero. Para los jóvenes de los barrios obreros, el fútbol fue exactamente lo que hoy en día es para los hijos de los migrantes: la salida del gueto.
Es esta combinación de necesidad y oportunidad que produce
a los talentos. No tiene nada que ver con raza.
Las ligas -y las selecciones- de Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania hoy están llenos de hijos de inmigrantes, porque hoy estos son los pobres más marginados donde se reclutan los talentos del fútbol. Llegan a niveles mayores de excelencia, porque encuentran en los países europeos mejores condiciones que los jóvenes en los países de origen de sus padres: buenos entrenadores en las escuelas y en los clubes de las ligas locales, canteras en los clubes de las ligas mayores, mejor nutrición y salud. Es esta combinación de necesidad y oportunidad que produce a los talentos. No tiene nada que ver con raza. En el siglo pasado, el fútbol alemán estaba lleno de descendientes de los polacos que migraron a las zonas mineras e industriales de Alemania. Miroslav Klose y Lukas Podolski fueron los últimos de ellos. Hoy los talentos con hambre de éxito son los hijos de inmigrantes turcos en Alemania, árabes y africanos en Francia, caribeños y africanos en Inglaterra…
El hecho que el “caso Özil” todavía despierta sentimientos racistas, y que todavía estemos hablando de equipos europeos puros versus equipos africanos, es una muestra que la integración todavía encuentra resistencias y obstáculos a vencer. Hay minorías que no quieren reconocer que sus países ya no son unicolores, uniculturales, unireligiosos. A pesar de todo, estoy convencido que el deporte, sobre todo el fútbol, tiene que jugar un rol protagónico en la integración y en la lucha contra el racismo. Por esto, hubiera sido mucho mejor que en vez de Mesut Özil hubieran renunciado Oliver Bierhoff, el manager de la selección, y Reinhold Grindel, el presidente de la Federación alemana.