Amigos:
El 20 de julio, aniversario del atentado que un grupo de altos jefes militares alemanes intentaron para matar a Adolf Hitler, siempre fue un día complicado durante mi juventud en la postguerra. Declarado por ley “Día de la Resistencia”, pero nunca fiesta nacional, nunca “día nacional”, tuvimos que asistir al colegio en vez de ir a un lago o las piscinas públicas. No había clases, pero un acto solemne, donde tuvimos que escuchar el sermón del director, que nadie podía entender. No sólo porque éramos muy jóvenes, sino por su incongruencia. Todos sabíamos que el tipo había sido ferviente militarista y nazi durante la guerra, y ahora, democratizado y “desnazificado” el país, le tocó hablarnos de la “noble resistencia” y del “honor de los verdaderos patriotas y militares”.
El 20 de julio, aniversario del atentado que un grupo de altos jefes militares alemanes intentaron para matar a Adolf Hitler, siempre fue un día complicado durante mi juventud en la postguerra. Declarado por ley “Día de la Resistencia”, pero nunca fiesta nacional, nunca “día nacional”, tuvimos que asistir al colegio en vez de ir a un lago o las piscinas públicas. No había clases, pero un acto solemne, donde tuvimos que escuchar el sermón del director, que nadie podía entender. No sólo porque éramos muy jóvenes, sino por su incongruencia. Todos sabíamos que el tipo había sido ferviente militarista y nazi durante la guerra, y ahora, democratizado y “desnazificado” el país, le tocó hablarnos de la “noble resistencia” y del “honor de los verdaderos patriotas y militares”.
Por suerte, también tuvimos un profesor que no sólo una vez al año, no sólo el 20 de julio, nos hablaba del nacionalsocialismo, del nacionalismo, del militarismo, de los crímenes de guerra y del Holocausto. Claro, este hombre no fue nazi durante la guerra, sino preso político, por el crimen de ser socialdemócrata. Por supuesto, a él jamás lo dejaron dar el discurso del 20 de julio…
Los discursos oficiales en el Parlamento, de ministros, jueces, fiscales y diputados, siempre se parecían más al sermón de nuestro director que a lo que nuestro profesor de historia nos hizo estudiar. Nunca explicaron porqué ellos no habían hecho nada contra la dictadura, la guerra y los campos de concentración. Más bien resaltaron a los “héroes del 20 de julio” como prueba que no todos en su generación eran o nazis o cobardes.
Tampoco explicaron que la élite militar prusiana, en gran parte proveniente de familias aristocráticas como su líder, el Conde Claus Schenk von Stauffenberg, se rebeló contra los nazis cuando comenzaron a perder la guerra, en 1944, no sin antes armarle a Hitler la formidable máquina militar que necesitaba para invadir a Polonia, Francia y la mitad de Europa.
Nadie en estos discursos oficiales mencionaba que la persecución de socialdemócratas, comunistas, y sindicalistas y el exterminio de los judíos comenzó en 1933 – y la resistencia de los militares del 20 de julio hasta 10 años más tarde. O sea, cuando ya habían muerto millones en los campos de batalla, las prisiones y los campos de concentración.
Esta ambivalencia y hipocresía escuchó mi generación de postguerra en nuestras casas, nuestras escuelas, de nuestros fiscales, jueces y gobernantes.
Llegando a la edad propicia para racionar y cuestionar, y topándonos en las universidades con la misma amnesia y las mismas mentiras, nos rebelamos. Surgió la famosa consigna “Debajo de las togas, el tufo de mil años”, haciendo alusión a las vestimentas medievales que en aquel entonces todavía usaban los catedráticos dando clases – y al “imperio de mil años” proclamado por Hitler.
La hipocresía de la generación de nuestros padres y profesores produjo la rebelión estudiantil de los años sesenta.
La historia es para conocer y entenderla. Y para actuar. Saludos,
(MAS! / El Diario de Hoy)