Daniel Ortega y Mauricio Funes se están
paseando en una institución muy noble: el asilo político que países
democráticos conceden a los perseguidos por regímenes autoritarios y
represivos.
El asilo político tiene una honrosa tradición en América Latina. Costa Rica acogió a los nicaragüenses perseguidos por Somoza, a los chilenos expatriados por Pinochet, a los argentinos reprimidos por la junta militar – y a nuestros hermanos salvadoreños que huían de escuadrones de la muerte: Rubén Zamora, don Fabio Castillo, Manuel Ungo entre ellos. Lo mejor de la historia de México y Venezuela está relacionado con los republicanos españoles que llegaron a estos países luego del triunfo de Franco; y con los miles de intelectuales del Cono Sur que acogieron en los años de las dictaduras militares.
Francia y Checoslovaquia dieron generosamente asilo político a intelectuales, artistas y científicos antifascistas que tuvieron que salir de Alemania y Austria – y cuando Hitler ocupó estos países, fueron acogidos por Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá, donde hicieron extraordinarios aportes a la cultura y academia. El cine de Hollywood tuvo un extraordinario auge con la llegada de profesionales y artistas que huían de la barbarie nazi. Igual la ciencia, la literatura, el teatro, la medicina…
La historia del asilo político es a la vez historia del intercambio cultural, de la globalización del pensamiento, de la libertad de expresión y de las universalidad de las artes.
La figura del asilo político de Mauricio
Funes bajo las faldas del clan Ortega es un insulto para los perseguidos
políticos que tuvieron que salir al exilio, pero igualmente para los
gobiernos y sociedades que los acogieron. Es un insulto para los
esfuerzos extraordinarios que líderes como Angela Merkel, pagando un
gran costo político, están haciendo hoy en día, abriendo las fronteras
de Alemania para los refugiados de países destruidos por guerras y
terrorismo, como Siria o Afganistán.
Lo que Funes consiguió en Nicaragua no es asilo político, de ninguna manera. Es otra cosa: es santuario o ‘safe heaven’, que repúblicas bananeras y dictaduras siempre han otorgado a maleantes, mafiosos, ex dictadores, y terroristas.
La Cuba de Batista acogió a capos de la mafia y de otras organizaciones del crimen organizado perseguidos por la justicia en Estados Unidos: Mayer Lanski y Lucky Luciano solo son los más prominentes.
La Cuba de Castro echó a la mafia, pero dio santuario a la ETA y narcos latinoamericanos. En la Libia de Gadafi encontraron protección y apoyo asesinos como Carlos “El Chacal” y Idi Amin, ex dictador de Uganda.
Los jefes de los carteles colombianos encontraron santuario en la Panamá de Noriega y en la Nicaragua sandinista.
Es en esta macabra tradición que Mauricio Funes se enmarcó cuando decidió ‘asilarse’ en Nicaragua – no en la noble tradición de los luchadores por la democracia que tuvieron que salir de sus patrias y encontraron asilo político en las sociedades abiertas de la Venezuela pre chavista, en Costa Rica, en México y en España.
A diferencia de los asilados que dieron aportes intelectuales, profesionales y creativos a los países que los acogieron, Mauricio Funes no va a aportar nada a Nicaragua. ¿Qué bueno va a contribuir Funes a Nicaragua con la tal ‘consultoría profesional’ que dice ejercer en Managua? ¿Qué conocimientos y cualidades tiene Mauricio Funes, aparte de retórica izquierdosa combinada con dotes de vividor? La única cosa donde puede contribuir es en el mafioso y mentiroso imperio mediático de la familia Ortega. Se merecen mutuamente.
(El Diario de Hoy)