Se ha vuelto moda culpar a la “polarización” de todos los males que vive
nuestro país. En las expresiones más triviales de la anti-política, que
actualmente se manifiesta en movimientos contra la “casta política”, la
peste “polarización” figura a la par del cáncer “corrupción”.
Pero
también hay consideraciones serias, hechas por analistas de peso como
por ejemplo Luis Mario Rodríguez de FUSADES, que ponen la “polarización”
al centro de las explicaciones de nuestros males.
En una
columna publicada en julio de este año, titulada “Alegato por el
disenso”, escribí: “Me canso de estar escuchando el mismo discurso de
que el país necesita superar sus divisiones políticas, llegar a acuerdos
entre todos sobre el rumbo del país, y que entonces nuestros problemas
se resolverían…
Lo escucho de religiosos, de algunos empresarios
que quieren quedar bien con Dios y el diablo, de columnistas que no
quieren ofender a nadie. Y de políticos que buscan un nicho electoral
predicando “unidad” y “el fin de las ideologías”, y que se ofrecen como
salvadores capaces de superar la polarización.
Lo que nos hace
falta es el disenso honesto y transparente, no el consenso. Lo que nos
urge es que las diferencias entre las distintas visiones del país se
vuelvan tan claras que los ciudadanos, a la hora de votar en 2018 y
2019, puedan tomar una decisión consciente y educada, creando una
mayoría alrededor de una propuesta definida. Solo así se puede definir
el rumbo”.
Sostengo cada una de estas palabras. Pero voy a tratar de profundizar un poco este debate.
Parte
del problema es que no hay una definición clara del término
“polarización”. Si lo entendemos como sinónimo de la falta de consenso
en una sociedad, y como la existencia de fuertes enfrentamientos entre
dos (o más) posiciones políticas, ideológicas o concepciones excluyentes
del desarrollo de la economía y la sociedad, para mí no es un término
negativo y sostengo los argumentos arriba citados: antes de llegar a una
mayoría capaz de dar rumbo al país con un consenso sólido, tenemos que
pasar por mucho disenso transparente.
Pero hay otra manera de
definir el término polarización, y de ella emanan argumentos que hay que
tomar muy en serio. En alemán hay un término muy particular:
“Lagerdenken”. Significa: pensar encerrado en una mentalidad de campo o
bloque; percibir el mundo (el país, la sociedad) dividida en bloques o
campos opuestos, y permitir que esta división determine todo: lo que
pensamos, lo que podemos criticar, lo que debemos apoyar
incondicionalmente. “Lager” es campo, y el término “Lagerdenken” nació
en el tiempo de la guerra fría, cuando el mundo estaba limpiamente
dividido en el campo “de la dictadura comunista” y el campo del “mundo
libre” (visto desde Occidente); o entre el campo “socialista” y el campo
“capitalista” (visto desde el lado oriental de la cortina de hierro)… Y
la ley era: criticar al otro campo es obligatorio, incluso cuando tenga
razón, y criticar adentro del propio campo es traición, incluso cuando
había razon fuerte de hacerlo.
Esta forma de
polarización/Lagerdenken obviamente es dañina para un país, porque
limita e incluso sanciona, en cada uno de los “campos”, el pensamiento
crítico. Pero sin pensamiento crítico/autocrítico y sin capacidad de
tomar posiciones independientes no hay modernidad, no hay democracia
sostenible, y no habrá renovación.
¿Tenemos esta forma de polarización paralizante? Sí. Y es cierto: es un obstáculo a vencer si queremos avanzar como sociedad.
Pero
esto no significa que hay que buscar a reducir la confrontación
política, filosófica, de valores diferentes, ideológica, como la
queramos llamar. Por lo contrario. Una vez que el debate público se
libera de las restricciones del “Lagerdenken”, el pensamiento crítico
llevará implícito pensamiento autocrítico. Una vez que se supera la
falsa polarización que percibe el mundo como dividido en dos campos,
habrá libertad para enfrentamientos de ideas no solo entre los partidos,
sino también dentro de cada partido político.
En el FMLN hay un
debate pendiente, pero siempre suprimido, entre comunistas y
socialdemócratas, entre populistas y progresistas, entre revolucionarios
y reformistas. De igual forma, en ARENA nunca se ha discutido en serio
entre liberales y conservadores, entre progresistas y reaccionarios.
Borrando la falsa polarización, se puede llegar a un auge de debate
controversial en toda la sociedad. Esta es la polarización positiva, la
del disenso, la de la pluralidad, la de la construcción de una mayoría
alrededor de un consenso. En cambio, la “unidad nacional”, donde todos
seamos convencidos de lo mismo y dejemos de pelear, es una quimera
peligrosa, inventada para confundir, distraer y seducir…