Esta es la escena que vi en Caracas cuando salieron en televisión las imágenes de Evo Morales, Daniel Ortega con su Chayo (que nunca lo deja solo), la Kirchner, el padre Lugo, asistiendo a este extraño velorio de su benefactor Hugo, el pasado 10 de enero. Bueno, y en medio de estos buitres... dos personajes que daban pena ajena: uno Pepe Mojica, que yo pensaba que tenía más carácter, y el profesor Salvador Sánchez Cerén, porque lo presentaron como nuestro vicepresidente y representante del pueblo salvadoreño...
Digo velorio extraño, porque aún no hay muerte declarada. No podía haber, porque necesitaban que el hombre, este mismito día, asumía su nuevo mandato presidencial, aunque sea en ausencia. Permitiendo de esta manera, aunque sea fuera de la constitucionalidad, que su Gobierno y su vicepresidente sigan ejerciendo el poder. Porque si estuviera muerto (o muriéndose), la Constitución manda que el presidente de la Asamblea Nacional asuma la presidencia temporal, mientras se convocan nuevas elecciones presidenciales. No que este señor, un ex-teniente golpista con el bello nombre Diosdado, sea opositor. Lejos de esto, es conocido como el más represivo y corrupto de los lugartenientes de Chávez. El problema es que no es amigo de los cubanos, ni siquiera es de izquierda: es el líder del chavismo verde olivo, o sea de los militares fieles a Chávez, porque les abrió la puerta a negocios lícitos e ilícitos.
El verdadero problema (aparte de la pérdida del máximo líder) es que Nicolás Maduro, el sucesor designado por Chávez (y los hermanos Castro), es el típico funcionario dócil, sin ninguna luz propia. Es un tipo tan poco carismático que no se atreven a presentarlo en elecciones presidenciales, sin de antemano convertirlo en presidente, colocarlo en palacio, dotarlo de las insignias y, sobre todo, de la chequera del poder.
Bueno, regresemos a los sobrinos que se reunieron en este extraño velorio de Caracas. Si asistía uno, todos tenían que venir. Si lloraba uno, los otros tenían que llorar aún más. Si uno tomó el micrófono para jurar lealtad al comandante moribundo, todos lo hacían igual o peor. Así se explica el discurso del vicepresidente salvadoreño, hasta ahora más bien ausente de las frecuentes reuniones de la familia ALBA.
Para nosotros aquí sonaba extraño este discurso tan declaradamente chavista, socialista y antiimperialista de nuestro profe, lo que muestra que ya nos empezó a calar el lenguaje de abuelito inofensivo que durante meses nos estaba predicando el "buen vivir". Es un lenguaje diseñado a dormirnos. O por lo menos a hacernos olvidar que este hombre comandaba una guerrilla en los 80 y que todavía en 2001, luego de los ataques terroristas contra el World Trade Center, lideraba manifestaciones donde se quemaban banderas yanquis.
Hay dos posibilidades de explicarse el discurso de Salvador Sánchez Cerén en el velorio. O realmente cree lo que dijo en Caracas: que el régimen del teniente coronel Hugo Chávez es un ejemplo de democracia, o sea que le gusta la manera como los chavistas han superado el principio de la separación e independencia de los poderes del Estado, y que le gusta cómo en Venezuela el partido y el Estado intervienen en la economía. Entonces nos está mintiendo aquí. Entonces, está fingiendo aquí.
La otra posibilidad es que Sánchez Cerén es otro buitre dispuesto a hacer cualquier sacrificio (incluyendo de su propia credibilidad), con tal de quedar bien con los ejecutores de la fortuna de petrodólares venezolanos, de la cual tienen años de alimentarse el FMLN y sus dirigentes. Entonces estaba fingiendo en Caracas.
Ambos casos son igualmente graves.
(El Diario de Hoy)