A excepción de los concienciados documentales firmados por ese señor tan histriónico como espectacular llamado Michael Moore y que disfrutan de una clientela fiel, resulta arduo para este género convencer masivamente al espectador de que su oferta compensa pagar la entrada en las salas de cine. Relacionamos inevitablemente este género tan necesario con la captación de la realidad, algo por lo que no hay que pagar, ya que la televisión lo ofrece cotidianamente y gratis, mientras que las ficciones que narra el cine y la ensoñación que provocan justifican salir de casa y gastarse la pasta.
Que concedan el Oscar a un documental (y la plataforma publicitaria que esto implica) ayuda a que los exhibidores se atrevan a estrenarlo en los cines, a intentar despertar la curiosidad de un público limitado. A condición de que su metraje sea similar al de una película, también puede servir para rellenar la programación o para cubrir la cuota de pantalla. Pero, gracias a ello, puedes encontrarte en los cines con sorpresas muy gratas, con documentales que tienen idéntica capacidad de hipnosis que una buena ficción. Ocurrió con el Oscar de 2009 Man on wire, la tortuosa historia del funambulista que, esquivando la vigilancia de las Torres Gemelas, con la ayuda de una banda de friquis, consiguió mantenerse en un alambre extendido entre ellas durante 45 minutos épicos y mágicos.
The cove, Oscar de este año, es un documental sobre el mundo animal, ese género tan adecuado para compartirlo con la siesta en el sofá. Me he expresado con torpeza. Es un documental sobre las animaladas que cometen unos depredadores supuestamente civilizados conocidos como hombres con animales que no les han causado ningún mal. Ocurre en Taiji, un idílico pueblo pesquero de Japón, empeñado en recordarle al visitante que tienen una relación entrañable con los delfines, esos mamíferos tan simpáticos y listos destinados a divertir a los niños en los parques acuáticos. Esa relación incluye fundamentalmente la matanza ritual de los que no han tenido la suerte de ser elegidos para hacer monerías en los delfinarios. Cuenta la historia de los que han montado una peligrosa cruzada para frenar esa salvajada, para la inútil tarea de que el Gobierno japonés imponga leyes prohibiendo la folclórica matanza.
La protagoniza Ric O'Barry, un antiguo adiestrador de delfines que se hizo rico con ellos gracias al éxito de la serie de televisión Flipper. Como Pablo de Tarso, un día muy lejano fue tocado por el rayo de luz y dedicó su conversa existencia a velar por los acorralados delfines. En compañía de ecologistas con experiencia, reyes del buceo, aventureros con causa, se ha propuesto filmar ese clandestino horror. Y saben que en esa movida pueden jugarse la vida, que los verdugos de delfines, ayudados por la policía y los mecanismos del Estado, están dispuestos a todo con tal de impedir que los intrusos hagan notaría pública de su impune barbarie. Eso garantiza el suspense en este documental realizado con inteligencia, sentimiento, pasión y razón. En los títulos de crédito finales, la voz de David Bowie nos asegura que podemos ser héroes solo por un día. El legendario O'Barry se ha propuesto serlo hasta el final de su existencia si no finaliza la tortura de sus amados delfines. Lo tiene crudo. Han prohibido en Japón el estreno de The cove.