El discurso de toma de posesión de José "Pepe" Mujica en Uruguay merece la mayor atención. Es una pieza de singular sabiduría política, tejida por alguien que viene de vuelta de muchas enfermedades del izquierdismo infantil, pero que no deja de ser de izquierda. Es una disertación de alguien que ha metabolizado lo que el maestro Norberto Bobbio estableció como la tríada de fuerzas políticas del siglo XX: el liberalismo, la democracia y el socialismo, de cuya combinatoria se ha nutrido la mayoría de los países ricos y prósperos del planeta, siempre colocando el énfasis en el liberalismo y la democracia.
Aboga por la consolidación de un sistema democrático de partidos, tallado en las mesas de negociación y acuerdos.
Habla de cóncavos y convexos en un país que no puede prescindir de ninguno. Nadie queda fuera. Rema a favor de la concertación y en contra del conflicto, mientras enciende velas en el altar de la unión y le da la espalda a la separación, a la ruptura. Reproduzco, en este sentido, una frase que sólo puede pronunciar un hombre maduro: "Hace rato que aprendimos que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque".
Confiesa querer terminar con la indigencia, lograr el pleno empleo, darle seguridad a la gente en su vida cotidiana y ofrecerle a la ciudadanía salud y previsión social, y dice: "Nada de esto se consigue a los gritos.
Basta mirar a los países que están delante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena. Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos.
Más bien, tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción".
Afirma que desea buscar cambios de verdad, para lo que es necesario llevar una "civilizada convivencia política". Se propone darle "cinco años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila e invertir tranquila". En esto, le rinde homenaje a su antecesor, Tabaré Vásquez, y deja en claro que la parte buena de la historia no comienza con él.
Concluye este pasaje señalando: "Vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía". Más adelante, emerge una humildad que sólo puede profesarla un hombre ya librado de fantasmas. Dice: "No vamos a inventar nada, vamos con humildad detrás del ejemplo de otros países pequeños, como Nueva Zelanda o Dinamarca".
Hacia el final de sus palabras sabias, afirma que "sólo el dogmatismo quedó sepultado" y que "en el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible". Sentencia que "la idea de cerrarse al mundo quedó obsoleta". Les soy franco: leí en diciembre un libro de entrevistas con Mujica; en él advertí que no se trataba de un dinosaurio, que sus ideas no eran tributarias de alguna asfixia ideológica, que no era un tonto aferrado a un submarino.
Con este discurso, advierto que se trata de un hombre de peso, que puede hacerle mucho bien a América Latina.
Viene de la izquierda y sigue en ella, pero ha sido capaz de metabolizar la ristra de errores que se tejen en torno a su petrificación autoritaria. Está dispuesto a pensar más que a profesar. Es práctico, sin sacrificar su esencia. Está dispuesto a ensayar caminos que desde sus cárceles ideológicas antes no se hubiera permitido. Pepe Mujica es otro: sólo los hombres inteligentes cambian.
Sus palabras demuestran que es posible hallar un espacio de encuentro entre distintas maneras de concebir el mundo.
Gritar, tirar la puerta, insultar, humillar será siempre más fácil que construir consensos.
Los venezolanos nos merecemos un presidente así: ya son muchos años trajinando el camino equivocado.
(El Nacional/Venezuela)
Aboga por la consolidación de un sistema democrático de partidos, tallado en las mesas de negociación y acuerdos.
Habla de cóncavos y convexos en un país que no puede prescindir de ninguno. Nadie queda fuera. Rema a favor de la concertación y en contra del conflicto, mientras enciende velas en el altar de la unión y le da la espalda a la separación, a la ruptura. Reproduzco, en este sentido, una frase que sólo puede pronunciar un hombre maduro: "Hace rato que aprendimos que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque".
Confiesa querer terminar con la indigencia, lograr el pleno empleo, darle seguridad a la gente en su vida cotidiana y ofrecerle a la ciudadanía salud y previsión social, y dice: "Nada de esto se consigue a los gritos.
Basta mirar a los países que están delante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena. Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos.
Más bien, tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción".
Afirma que desea buscar cambios de verdad, para lo que es necesario llevar una "civilizada convivencia política". Se propone darle "cinco años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila e invertir tranquila". En esto, le rinde homenaje a su antecesor, Tabaré Vásquez, y deja en claro que la parte buena de la historia no comienza con él.
Concluye este pasaje señalando: "Vamos a ser ortodoxos en la macroeconomía". Más adelante, emerge una humildad que sólo puede profesarla un hombre ya librado de fantasmas. Dice: "No vamos a inventar nada, vamos con humildad detrás del ejemplo de otros países pequeños, como Nueva Zelanda o Dinamarca".
Hacia el final de sus palabras sabias, afirma que "sólo el dogmatismo quedó sepultado" y que "en el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible". Sentencia que "la idea de cerrarse al mundo quedó obsoleta". Les soy franco: leí en diciembre un libro de entrevistas con Mujica; en él advertí que no se trataba de un dinosaurio, que sus ideas no eran tributarias de alguna asfixia ideológica, que no era un tonto aferrado a un submarino.
Con este discurso, advierto que se trata de un hombre de peso, que puede hacerle mucho bien a América Latina.
Viene de la izquierda y sigue en ella, pero ha sido capaz de metabolizar la ristra de errores que se tejen en torno a su petrificación autoritaria. Está dispuesto a pensar más que a profesar. Es práctico, sin sacrificar su esencia. Está dispuesto a ensayar caminos que desde sus cárceles ideológicas antes no se hubiera permitido. Pepe Mujica es otro: sólo los hombres inteligentes cambian.
Sus palabras demuestran que es posible hallar un espacio de encuentro entre distintas maneras de concebir el mundo.
Gritar, tirar la puerta, insultar, humillar será siempre más fácil que construir consensos.
Los venezolanos nos merecemos un presidente así: ya son muchos años trajinando el camino equivocado.
(El Nacional/Venezuela)