Dice un diputado de la Asamblea Nacional que "quien no quiere a su patria, no quiere a su madre". La frase es de una complejidad realmente asombrosa. Pertenece a ese género de argumentos que suelen gritarse un poco antes de lanzar una bofetada o un puñetazo. "¡La tuya!". Con tal enjundia, el oficialismo piensa entusiasmarnos y convencernos de que un conflicto bélico con Colombia es algo tan legítimo, tan necesario y sentimental, como el amor a mamá. Ya hablamos de la guerra casi en términos domésticos. Es parte de la incoherencia que vivimos. No es frecuente que el Presidente de un país alerte a sus compatriotas y los convide a prepararse para la guerra. Pero menos frecuente todavía es que los ciudadanos de ese país no se tomen la advertencia demasiado en serio. Ah, sí. Está bien. Avísanos cuando mandes los tanques. El problema reside, quizás, en la constante reiteración de los recursos escénicos. Los procedimientos utilizados en cada espectáculo casi siempre son los mismos. Tarde o temprano, el público se cansa, pierde la fe. Porque el numerito de la guerra se parece bastante a, por ejemplo, el numerito del magnicidio. Apelan a la misma sensibilidad, invocan la misma amenaza, buscan provocar una movilización a partir del miedo o del afecto. Pero al final nunca pasa nada. Ya conocemos de sobra el método oficial para producir suspensos. Al llegar al clímax, todo de pronto se desvanece. El numerito de la invasión también podría entrar en ese lote. No es saludable olvidar los días de entrenamiento, las pruebas de simulación que se realizaron en alguna de nuestras costas, previniendo la inminente irrupción del ejército enemigo. Jugar a la guerra siempre ha sido un viejo programa del Gobierno. Suelen estas perfomances acompañarse también de una regla sentenciosa y tajante: son incuestionables. Ay de aquel que se atreva a criticar o a poner en duda la alarma oficial. No se puede. No se debe. No hay tiempo para pensar. Quien haga una pregunta es un traidor. ¡Cómo extraña el gobierno bolivariano a Bush! ¡Cuánta falta le hace! Era el enemigo perfecto, ideal. George y Hugo hacían tan buena pareja. Hasta se financiaban mutuamente. No es lo mismo con Álvaro Uribe. Por más que insistan en señalar que quienes critican la guerra le hacen el juego a Uribe, nunca lograrán ser convincentes. Es un esquema demasiado simple. Bastante ha tardado América Latina en desembarazarse de ese tipo de trampas. Mucho le ha costado a la izquierda del continente entender que se puede estar en contra del bloqueo y también en contra de Fidel. Lo sabemos. No estamos obligados a elegir entre Uribe y Chávez. El espectáculo de la confrontación sólo les conviene a ellos. Pero el numerito de la guerra, obviamente, también tiene consecuencias. En algún momento, los venezolanos tendremos que ponderar el costo cultural de estos diez años de vocación militarista. Es ingenuo creer que no estamos tocados, que no somos otros. Contrariamente a lo que se pregona, me temo que desde el poder se ha ido distribuyendo y contagiando un nuevo sentido social que valora mucho menos la existencia, que entiende que la violencia es también una forma de negociación. No hace falta rascar detrás de los símbolos. En el eslogan publicitario del Gobierno no dice "patria, socialismo y vida". De eso se trata. Justamente. Quien pronuncia y convoca tan rápidamente a una posible guerra, no siente demasiado respeto por la vida. Quien es capaz de utilizar un conflicto bélico para resolver diferencias o para distraer la atención sobre sus propias crisis internas, no repara demasiado en los demás, supone que la existencia de los otros también está a su servicio. Ordene usted, comandante. La otra cara de esto no es menos dura y feroz: la omisión que mantiene el poder frente a la cantidad de muertos que, semana a semana, vamos sumando en el país. La inseguridad que vivimos los venezolanos casi nunca aparece en la agenda retórica oficial. En vez de buscar tan vehemente la violencia fuera de nuestro territorio, tal vez el Gobierno debería atender la terrible violencia que se vive en su propio país. Nosotros no necesitamos otras guerras. Con la que tenemos dentro ya es suficiente. Dice un diputado de la Asamblea Naciona l que "quien no quiere a su patria, no quiere a su madre". Yo recordé una carta que Joseph Roth le escribió a su madre, en mayo de 1930. El escritor austriaco se encontraba en Berlín y ya alertaba sobre el peligro terrible que podría significar Hitler. La tragedia apenas estaba comenzando. "Donde me va mal, ahí está mi patria", escribió. (El Nacional, Venezuela. El autor es escritor y guionista.) |