En estos días que se recuerda la derrota de la dictadura somocista y la entrada triunfal de las columnas guerrilleras a Managua, se repite constantemente en la televisión (ahora principalmente en el canal oficialista y sus canales aliados) la imagen de la Junta de Gobierno entrando en un camión del Cuerpo de Bomberos a la Plaza de la República, que en ese instante era rebautizada como Plaza de la Revolución. Hay una cosa curiosa en esas imágenes que al menos yo no había notado sino hasta el año pasado. De los cinco miembros de la Junta de Gobierno: Violeta Barrios, Alfonso Robelo, Sergio Ramírez, Moisés Hassan y Daniel Ortega, sólo este último viste uniforme militar. No es de extrañarse que los tres primeros vistan de civil, eran luchadores civiles. Lo que me ha llamado la atención es la vestimenta de los otros dos personajes, que revela, digamos, de cuerpo entero, sus personalidades. Moisés Hassan llegaba de civil. Aunque Hassan fue un hombre que combatió fuertemente en el Frente Interno (Managua) y en los últimos días de la guerra siguió combatiendo en Masaya, y ni entonces ni después anduvo de militar. Ortega, en cambio, miembro del Frente Sandinista desde 1967 aproximadamente, cae preso en 1968, no capturado en combate, sino por un “ajusticiamiento”, como le llaman ellos. Luego pasa siete años preso, hasta 1974, cuando es liberado por la toma de la casa del ministro somocista José María Castillo Quant. Se va para Cuba y regresa brevemente a Nicaragua en el 75, clandestino, en momentos en que la represión somocista era feroz y la actividad guerrillera estaba reducida al mínimo, por la represión y por la división interna del Frente Sandinista. Luego Ortega vuelve a salir y opera clandestino en Costa Rica. Participa de nuevo brevemente en una escaramuza en Las Segovias en 1977 que termina en fracaso y vuelve a Costa Rica. No ingresa de nuevo a Nicaragua sino una semana y días antes del 19 de julio. Llega a León, ya cuando los guerrilleros, liderados por Dora María Téllez han expulsado a la Guardia Nacional, con todo y el temible “Vulcano”, el general Gonzalo Evertz. Hago este recuento que he investigado con destacados dirigentes de la insurrección no para cuestionar la valentía de Ortega como luchador antisomocista. Aunque él “no haya visto mucha acción militar”, como me dijo uno de los que me explicó la carrera guerrillera de Ortega, sí hay que reconocer que se requiere mucho valor para permanecer, por las razones que sea, en la lucha clandestina, sobre todo después de siete años de cárcel. Claramente expuso su vida no pocas veces. Pero sobre lo que me interesa reflexionar es ese “extraño momento” en que Ortega, llegando a León —me lo imagino— entra a un cuarto de civil y sale vestido de militar. La tensión de la guerra primero y la euforia del triunfo después hicieron que el detalle pasara inadvertido, pero en otras circunstancias se habría interpretado que Ortega se había disfrazado. Lo que 30 años después hace fácil esta comparación es la actitud de Hassan, quien jamás vistió de militar durante el gobierno y se retiró en 1988, cuando la nomenclatura sandinista era todavía dueña de vida y hacienda en Nicaragua. Yo no soy siquiatra, pero me imagino que la extraña acción de Ortega se puede interpretar como alguien que no sólo está reclamando su rango, sino que revela la visión que él tenía de lo que venía para Nicaragua. (La Prensa, Managua) |