sábado, 2 de noviembre de 2019

Esta carta es un cuento: El velorio que me salvó el pellejo. De Paolo Luers



Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 2 noviembre 2019


El Día de los Muertos. Me vienen a la mente tantas historias de muertes que he visto en este país. Cadáveres de estudiantes y sindicalistas que me tocó fotografiar en las semanas de venganza luego de la ofensiva insurgente de enero de 1981. Cuerpos de soldados y combatientes abatidos a balazos. Restos carbonizados de niños que encontré en El Mozote. Policías y pandilleros acribillados…
Pero no son historias tristes las que quiero contar hoy. Prefiero contar cómo el velorio de un campesino anciano me salvó el pellejo.
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Año 1981, tipo marzo o abril. Mi primera entrada al frente de guerra en Morazán. Un colega periodista (cuyo nombre me tengo que reservar aún 38 años más tarde) me deja en frente de una casa en El Divisadero, sobre la Ruta Militar que lleva de San Miguel a El Amatillo. “¿Estás seguro, Chele? No me gusta este lugar. ¿Seguro que es aquí?”— “No te preocupés, aquí es. Andá rápido, ¡y gracias!”…
El carro arranca y se va, y ahí estoy yo, un chelito alto, con mochila y bolso de cámaras, solo en medio de la nada, cerca de una zona de guerra.
Bajo unas gradas a la casa-tienda indicada. Pregunto por Ramón. Me meten de la tienda a la casa, veo un montón de niños y algunos ancianos. Aparece un muchacho, le digo la contraseña acordada. “Soy Ramón. A medianoche los compas te van a recoger aquí cerca y llevarte a Río Seco. Descansá, aquí estás seguro…”.
Me dan tortillas, frijoles y café. Todos se van, solo Ramón se queda conmigo. “Van al velorio de un vecino que murió anoche…”.
A la hora alguien entra en la tienda. Ramón va a verlo, los escucho hablar. Siento que hay problemas. Regresa Ramón y dice: “Viene una patrulla. No puedes estar aquí. Dejá tus bultos y seguime”. Esconde mi mochila y mis cámaras debajo de una cama y salimos. Cruzamos la carretera y subimos unas gradas, para llegar a otra casa, llena de gente. Lleno el patio, llena la casa. El velorio. Entramos, Ramón explica algo a la familia doliente, me saludan y me meten en otro cuarto, separado por una cortina. Me quedo solo, en lo oscuro, con los nervios de punta, pendiente de cada ruido y cada voz. “¿Qué pasa si los soldados me encuentran aquí? ¿Qué explicación les puedo dar? ¿Qué pasa con esta familia?”
Afuera voces que obviamente no son de velorio, entre ellas una de mando. Y voces de mujeres. “¿Quieren café? ¿Ya comieron, tomen unos tamalitos…”. Las voces se calman. Murmullos. De repente la voz de mando: “Voy a entrar para brindarle nuestro respeto al difunto. ¿Cómo fue que se llama?” -  “Don Sebas. Pase adelante, sargento…”
Quince minutos más tarde me sacan del escondite, me sientan a la par del ataúd, me dan tamales y con café. Nadie me pregunta nada. No hace falta. La hija de don Sebas me da dos conos envueltos en hoja de huerta. “Para el camino. Esto da fuerza”. Luego alguien me explicaría que eran atados de dulce, azúcar artesanal hecha en molinos movidos por bueyes. En este momento, son los primeros (de muchos) atados de dulce en esta guerra…
Al rato aparece Ramón para recogerme. “Catearon todas las casas, menos esta. Aun los asesinos respetan la muerte”.
Docenas de abrazos sin palabras, o con una sola: “Cuídese”. Cruzamos nuevamente la Ruta Militar, pasamos por mi mochila y mis cámaras, otros abrazos silenciosos y bajamos una vereda que nos lleva a una quebrada. En medio de un bosquecito de bambú encuentro a Jimmy y su escuadra, que me van a llevar a Río Seco, y la siguiente noche agarraremos viaje hacia La Guacamaya, al norte de Morazán. Pero primero habrá que subir todo el maldito cerro Cacahuatique, sin parar, sin descansos, porque hay que llegar antes de que amanezca. Pero esta es otra historia, más triste que aquella del velorio de don Sebas…
Saludos a todos los sobrevivientes, que hoy recuerdan a los muertos, entre ellos Ramón y Jímmy.



viernes, 1 de noviembre de 2019

Carta abierta a una legisladora. De Federico Hernández Aguilar


Publicado en LA PRNSA GRAFICA, 1 noviembre 2019


Qué bueno que no voté por ti el año pasado. De haberlo hecho, hoy estaría no solo arrepentido sino profundamente decepcionado.
Te explico la diferencia entre un estado y otro. Arrepentirse de una decisión electoral es parte del proceso de madurez democrática por el que han transitado millones de ciudadanos en Latinoamérica. Tropezarnos con las mismas piedras –veamos hoy a Argentina– se ha convertido en una especie de deporte nacional en algunas sociedades del hemisferio. Y así nos va.
Tras asumir el error cometido, sin embargo, la decepción de los votantes es algo mucho más profundo y doloroso. Cuando alguien se equivoca al elegir a un diputado o diputada –aquí sí conviene hacer esos penosos desdoblamientos que impone el "lenguaje de género"–, el comportamiento errático de tal funcionario o funcionaria termina traicionando los principios que el elector creyó haber garantizado con su voto. De ahí que la frustración llegue a ser tan desgarradora cuando la persona elegida protagoniza una hedionda vuelta de calcetín, pues ese engaño constituye una afrenta directa a valores que trascienden a partidos y campañas.
En mi caso, repito, me congratulo de no haber votado por ti el año pasado. Tu vergonzosa conducta oportunista, por ende, me implica solo de manera colateral. De antemano sabía que ninguna credencial moral o profesional te facultaba a aspirar a una curul. Jamás pude explicarme con qué criterio fuiste incorporada a un listado de elegibles dentro de tu partido, y nunca entendí cómo alguien podía pensar que la política nacional necesitaba perfiles como el tuyo.
Pero ahí estás. Tu partido impulsó tu carrera como servidora pública y un número suficiente de electores creyó que la imagen ante cámaras era preferible a una experiencia mínima en asuntos de Estado o a la habilidad para articular un discurso coherente.
Hoy tus correligionarios, claro está, se arrepienten. Pero quienes creyeron en la rigurosidad de sus propios filtros y llevaron a la consideración de los votantes una candidatura tan endeble e insustancial, no merecen lástima. A ellos ahora debe quedarles claro que ganar puestos en la Asamblea Legislativa es apenas la primera parte de una responsabilidad más seria. Obtener votos como sea –y con quien sea– se termina pagando caro.
La parábola de tu trayectoria pública es, no obstante, digna de ser reseñada. La traigo a cuento como un excelente mal ejemplo, porque ilustra con exactitud algo que ya Gandhi identificaba entre los siete factores que pueden destruir a la humanidad: la política sin principios.
El dilema es real y tiene sus consecuencias, algunas nefastas. La confianza del ciudadano en la política es directamente proporcional a los valores que ve personificados en los políticos. La carne y el hueso de quien solicita un voto es lo que percibe el ciudadano como la médula del ejercicio público, aunque no siempre lo sea. Por eso, si a la incongruencia entre idearios y comportamientos se suma la altanería y la desfachatez, es decir, cuando el funcionario (o funcionaria) parece enorgullecerse de su carencia de principios, la política se degrada y la decepción ciudadana aumenta a niveles riesgosos para el sistema democrático. Gente como tú, desde esta perspectiva, hacen un daño terrible a nuestras sociedades.
Te daría el consejo de ser más prudente si creyera que escuchas consejos. En lugar de ofrecerte eso, y apelando a la decencia con que aún puedes sorprendernos, concédete la oportunidad de la reflexión. Acumular motivos para futuras vergüenzas es una mala forma de ir poniendo fin a tu poco ejemplar –y ojalá único– periodo como legisladora.

Piñera debe mantenerse. De Manuel Hinds


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 1 noviembre 2019
En toda América Latina, quizás en todo el mundo, hay un prejuicio a favor de las turbas que, como en Chile en este momento, destruyen edificios, vehículos y vidas humanas en terribles orgías de violencia. El prejuicio se ha manifestado de varias maneras. Primero, se les creyeron sin cuestionamientos las razones que dieron para explicar sus actos destructivos: primero porque habían subido los precios de los tiquetes del metro en 4 centavos y luego por la inequidad supuestamente prevaleciente en Chile, por los bajos salarios y por los malos servicios públicos.
El público también asumió inmediatamente que las quemas de las estaciones de trenes y de los trenes mismos y la destrucción de supermercados y la quema de personas vivas son pasos necesarios y moralmente justificables para lograr la deseada disminución de la inequidad y los mejores salarios y servicios públicos. La gente no se pone a pensar que Chile es una democracia y que si a uno no le gusta lo que hace un partido puede entonces votar por otros sin necesidad de quemar nada ni a nadie. Lo más ominoso es que la gente interpreta lo vicioso de los crímenes como prueba de que el gobierno les tiene que haber hecho cosas terribles a los que los cometen para que ellos reaccionen así.
Es por estos prejuicios que la gente cree fácilmente que los que queman y matan son los mismos ciudadanos respetables que protestan por problemas del gobierno, sin darse cuenta de que hay dos procesos distintos pasando en Chile. El primero es una manifestación de descontento muy común en todas las democracias y que tiene implicaciones sólo para Chile. El segundo es un asalto al poder que tiene implicaciones muy graves para toda América Latina. Las dos cosas están mezcladas en los hechos que se están sucediendo diariamente, pero son esencialmente diferentes.
Habrá mucha gente que crea que lo que están planteando en esta segunda batalla es una entre ideologías de izquierda y derecha, pero si esto fuera así el escenario para hacerlo no es una estación en llamas sino un evento electoral. En Chile hay partidos de izquierda y derecha, y en los últimos treinta años ha habido presidentes y senadores y alcaldes de ambas tendencias. Habrá mucha otra gente que piensa que los grupos de violencia profesional tienen que venir de Cuba o de Venezuela. Esto puede ser verdad o no. No hay duda de que ambos países tienen motivos para hacer esto y los medios para hacerlo. Lo han hecho ya muchas veces en otros países. Pero, siendo importante si son cubanos o venezolanos, esto no es el punto crucial de estos hechos. Hay suficientes chilenos que apoyan las maneras violentas de adquirir y manejar el poder como para formar los grupos que han estado actuando en los últimos días.
Así, lo que se está planteando no es una batalla entre izquierda y derecha, ni entre Cuba y Venezuela y Chile, sino una batalla entre dos regímenes radicalmente opuestos: la democracia naciente en América Latina y las viejas tiranías violentas y arbitrarias que destruyeron el progreso de la región por dos siglos. En ese sentido, la batalla en Chile es una batalla mil veces peleada y mil veces perdida durante la mayor parte de la historia de Latinoamérica. Es la batalla que se perdió en Cuba, Venezuela y Nicaragua, que viven bajo caudillos iguales en naturaleza pero más sangrientos que Fulgencio Batista, Juan Vicente Gómez y Anastasio Somoza.
El resultado de la batalla depende crucialmente de si Piñera se va o no. Si Piñera se queda, puede perfectamente trabajar con la oposición dentro de las instituciones democráticas para arreglar todos los problemas que han causado malestar a la ciudadanía. Si Piñera se va, los efectos serían catastróficos por dos razones. Primero, se habría establecido el precedente de que el camino más corto al poder no es trabajar dentro de las instituciones para ganar elecciones sino volar estaciones de metro, legitimando estos actos violentos como parte de la política en Chile. Segundo, un gobierno que hubiera subido al poder sobre actos tan cínicamente violentos como los de los últimos días no tendría ningún escrúpulo para usar los mismos métodos para mantenerse en él —como Castro, Maduro y Ortega.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Carta a los diputados: Legislar para salir del conflicto con dignidad, no para perpetuarlo. De Paolo Luers



Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 31 octubre 2019


En estos días, la Asamblea tiene que cumplir con su mandato de aprobar una Ley de Reconciliación que regule cómo El Salvador va a enfrentar los crímenes de guerra cometidos durante su guerra civil. No les puedo decir a los diputados cómo legislar, pero sí les puedo pedir que tomen en cuenta los siguientes criterios políticos y éticos.    
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La gente tiene derecho a la verdad, sobre todo las familias de las víctimas, cuando se trata de los sufrimientos que causó la guerra. Es el derecho a la verdad que nunca prescribe, que incluso se hereda de las víctimas a sus hijos y nietos. No así el derecho a la justicia penal. Esta sí debe prescribir cuando castigar ya no tiene sentido, porque los victimarios están muertos o enfermos, y cuando ya no constituyen ningún peligro para la sociedad, porque el país ya no está en condiciones de recaer en un conflicto armado.

Podemos ser generosos en cuanto al castigo a los victimarios, pero tenemos que ser implacables con las mentiras. 

El derecho a la verdad no tiene nada que ver con la persecución penal, el castigo, la venganza, la satisfacción de ver al otro en la cárcel. Tenemos que buscar la forma que se siga conociendo la verdad. La madre de un estudiante asesinado por la Guardia Nacional necesita que se reconozca que fue un crimen del Estado. El nieto del campesino que murió en una masacre necesita saber que sus abuelos murieron porque en El Salvador se implementó la doctrina de la contrainsurgencia que los Estados Unidos trajeron de Vietnam. Los hijos del empresario secuestrado y asesinado por un comando urbano insurgente necesitan saber que los comandantes guerrilleros no pueden continuar haciéndose los santitos inmaculados, sino que asumen su responsabilidad...

Y todos tienen derecho de saber si el hecho violento que sufrieron fue consecuencia lamentable de la guerra - o consecuencia de un crimen de guerra. El simple hecho de la guerra, con ofensivas, bombardeos, campos minados ha causado daños irreparables a miles de familias, pero estos daños hay que distinguirlos de otros que fueron causados porque dentro de cada bando hubo quienes cometieron crímenes de guerra y abusos de los Derechos Humanos.

Luego de 30 o 40 años, será técnicamente bien difícil (y posiblemente de poca relevancia política y moral) comprobar, bajo las reglas que exige un juicio penal, quiénes fueron los individuos culpables. En cambio, será mucho más factible (y tiene mucho más sentido), buscar los mecanismos para establecer si se trataba o no de un crimen y si fue cometido por la agentes del Estado, por paramilitares o por fuerzas guerrilleras.

Saber esto, de boca de instancias autorizadas, satisface el derecho a la verdad. También les da oportunidad a los diferentes actores beligerantes de la guerra a asumir su responsabilidad histórica.

Si logramos esto, habremos hecho mucho. Si no caemos en las tentaciones de pedir cárcel para los que ejercieron durante la guerra el poder sobre vida y muerte, también haremos justicia, aunque no de la forma en que algunos siguen insistiendo: persiguiendo, castigando, encarcelando. 

Un amigo me decía que quienes intransigentemente insisten en justicia punitiva son el último obstáculo para lograr la reconciliación. Yo le hice dos correcciones: La reconciliación ya lo logramos la sociedad, aunque los políticos todavía no se dan cuenta. Y segundo: Hay otro obstáculo, que es la igualmente intransigente incapacidad de muchos actores, en ambos bandos, de reconocer sus errores y sus abusos del poder que dieron las armas. Pero reconocer responsabilidades históricas no es lo mismo que confesar crímenes que todavía pueden penalizarse. Mientras pidamos a los responsables que confiesan, incriminándose en potenciales juicios penales, van a mantener silencio – y haremos un mal servicio a la verdad...  
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Les hago el llamado de legislar con valentía, sensatez, y sabiduría. Tienen la mayoría necesaria, incluso para el caso que el presidente, por razones demagógicas, vete la ley. Lo único que falta es el coraje de poner final a este capítulo.

Saludos, 


lunes, 28 de octubre de 2019

Carta sobre las supuestas ‘brisas nuevas’ en América Latina: los Kirchner, los Saca y los Bukele. De Paolo Luers


Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 29 octubre 2019


Cristina Kirchner regresa al poder en Argentina, a la par de Alberto Fernández, ex empleado del clan Kirchner. Nayib Bukele inmediatamente felicitó a los ganadores, lo que a algunos sorprende, ya que se trata de aliados de Maduro, y él, de Washington. Bueno, tendrán diferentes discursos frente a Venezuela, Cuba y Washington, pero tienen mucho en común. Tanto los Kirchner como los Bukele tienen esta capacidad de mantener un discurso electoral de izquierda, aunque obviamente no son de izquierda, sino que son adeptos del capitalismo de cheros y compadres.
Volver a marcar una papeleta donde nuevamente aparece el nombre Kirchner nos puede parecer inexplicable. Sin embargo, no es tan diferente que votar por Bukele luego de que hemos visto lo que Tony Saca hizo al país. En Argentina son un poco más descarados: Pusieron el mismo apellido en la papeleta, ¡¿y qué?!
En El Salvador ya sabían que esto no iba a funcionar. Lo trataron en el 2014, pero no les funcionó el ‘comeback‘ de Tony Saca. La gente no se lo tragó, aunque en aquel entonces nadie se imaginaba el grado de robo y corrupción cometidos en su primer gobierno. Así que decidieron crear la imagen contraria: la de un cambio de generación, cambio de forma de hacer política, cambio de época, cambio de paradigma… Surgió la figura de Nayib. Surgió el movimiento-partido Nuevas Ideas. Surgió el eslogan ‘Devuelvan lo robado‘. Surgió la definición del enemigo a derrotar: ‘los Mismos de Siempre‘. Sin embargo, detrás de esta pantalla de relevo total (de líder, de ideas, de estilo, hasta de la forma de vestir) estaban los mismos de siempre, los operadores políticos y técnicos de la demagogia íntimamente ligados al ‘sistema Saca‘: el primo Herbert Saca, sus encargados para lo sucio (Ernesto Sanabria/El Brozo y Peter Dumas), su gurú de estrategia Porfirio Chica y sus propagandistas Walter Araujo y Geovanni Galeas. Todos tuvieron funciones muy parecidas en el ‘sistema Saca‘ y algunos incluso en el entorno de Mauricio Funes.
En Argentina igual: Regresa al poder la misma cherada y manejarán las palancas del poder los mismos operadores.
Queda la inquietante pregunta: ¿Cómo lograron volver a ganar, con mayoría, sin fraude, en Argentina como en El Salvador? 
En Argentina, porque Mauricio Macri, el que en 2015 asumió la presidencia con el mandato de terminar con la corrupción, el populismo y el Estado clientelista, gobernó a medias tintas. Hizo reformas, pero no buscórupturas. Predicó austeridad, pero sin erradicar el clientelismo, lo que no puede funcionar. Argentina necesitaba reformas radicales y las recibió tibias, sin dientes. 
En El Salvador, la historia fue diferente, porque entre el gobierno de Tony Saca y su reencarnación bajo Nayib Bukele hubo un interludio: 10 años de gobiernos del FMLN. Dos gobiernos cuyos fracasos políticos y morales llevaron a una profunda crisis de credibilidad a todo el sistema partidario. Prometieron ‘el cambio‘ y lo que había que cambiar no cambió. Así se abrió el espacio a un candidato con discurso de antipolítica como Bukele. Y ARENA cometió en su campaña el mismo error que cometió Macri gobernando, y luego en su campaña de reelección: no logró construir una propuesta de reforma radical, con propuestas claras y medidas inequívocas. No lograron convencer a la ciudadanía de que tenían no solo la capacidad técnica sino también ‘el ñeque’: la férrea voluntad de componer el Estado y a sus políticas públicas. 
Para superar todos los efectos dañinos que el populismo causó en la sociedad, se necesita de líderes muy decididos que proyecten la voluntad de hacer las reformas radicales y drásticas que sean necesarias, aun cuando les cueste popularidad. Líderes que por miedo a las encuestas y ‘los nuevos tiempos’ tratan de emular a sus adversarios populistas no generan confianza. Esto pasó a Mauricio Macri y también a Carlos Calleja. 
Pero no se equivoquen: los triunfos electorales de los Bukele y Kirchner no son parte de una nueva ola de izquierda, sino de la incapacidad de las sociedades de deshacerse de las tentaciones populistas y la ‘cherocracia’. No hay ola de izquierda pasando por América Latina, como algunos celebran u otros lamentan. Evo Morales tuvo que hacer fraude para tratar de prolongar su régimen. En Chile y Ecuador, la izquierda mostró capacidad de pescar en el río revuelto del descontento social y las movilizaciones de protesta, pero está lejos de construir nuevas mayorías electorales. En Perú hubo una crisis de gobernabilidad, pero sin ningún rol de la izquierda…
La lucha pendiente en todo el continente no es entre derecha e izquierda, sino que entre democracia abierta y racional contra populismo autoritario y corrupto.  
Saludos, 


Casandras modernas. De Cristina López


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 28 octubre 2019


Siempre ha sido mi opinión que una de las historias más desgarradoras de la mitología griega es la de Casandra. Me acuerdo perfectamente de cuando aprendí la historia de Casandra por primera vez: era la temporada de vacaciones entre tercero y cuarto grados y había caído entre mis manos una colección de historias de los dioses, semidioses y héroes greco-mitológicos (con sus equivalencias de nomenclatura romana) adaptadas para audiencias juveniles.
La historia de Casandra venía con dibujos que la presentaban siempre con cara de angustia y jalándose los pelos, perfecta ilustración de la desesperación que sentiría quien, conociendo el futuro y haciendo predicciones, fuera ignorada por quienes la rodeaban. Lo anterior era producto de haber rechazado al dios Apolo, patrón de la adivinación (entre otras cosas). Apolo quería a Casandra y para conquistarla le otorgó la capacidad de predecir el futuro. Pero no fue suficiente para conservar la atención y el afecto de Casandra. Apolo, como todo dios griego, padecía de una falta de inteligencia emocional que haría palidecer a un adolescente hormonal, y no se tomó bien el rechazo. Dado que no podía quitarle a Casandra el don de predecir el futuro que ya le había otorgado, la condenó a que nadie le creyera sus predicciones.
Pienso mucho en esta historia, sobre todo últimamente. Y es que hay gobernantes que se parecen mucho a Apolo y como reacción a que la prensa, su Casandra moderna, no les da la cobertura lambiscona y amorosa que quisieran, han decidido usar todo su poder para atacar su credibilidad. Y es de esta manera que hemos llegado a situaciones como la que está atravesando los Estados Unidos, donde a pesar de que existe evidencia de que el presidente Donald Trump usó su cargo, las relaciones diplomáticas y la ayuda internacional para presionar a Ucrania a que le proporcionara información en contra de uno de sus rivales políticos, un porcentaje altamente deprimente de la población simplemente no se cree los reportajes periodísticos. Simplemente porque no le creen a los medios. Y aunque esta corrupta conducta presidencial ameritaría en otro universo un antejuicio y la posible remoción del cargo, esto no va a pasar, porque no existe el apoyo político para que la institucionalidad siga su curso.
Como Apolo, Trump buscaba el amor incondicional de los medios, manifestado a través de una cobertura consistente con la imagen que Trump tiene de sí mismo: un ente perfecto sin capacidad de errar. Pero la conducta anti-presidencial de Trump nunca le hizo merecer cobertura positiva a menos que viniere de medios propagandísticos. Su retórica decididamente ofensiva, su propensión a la mentira, exageración y vulgaridad, su falta de intelecto y su arrogancia al respecto, su imprudencia y constante necesidad de atención que derrocha tuiteando sin parar, le hicieron sujeto de constante cobertura negativa. Por eso durante su campaña y ahora, reacciona a la falta de adulación mediática cual pretendiente rechazado y dedica gran parte de su retórica a acusar a los medios y a los periodistas de mentir (a pesar de que exista evidencia de que quien miente es él), de ser corruptos o manejados por intereses políticos oscuros, de odiar a los Estados Unidos, y en sus palabras, de ser “enemigos públicos” de los estadounidenses.
Esto ha convencido a suficientes personas como para convertir a los medios de comunicación de los que depende la democracia y a los periodistas que los hacen funcionar en Casandras modernas, con la misma situación de angustia, desesperación, e impotencia de saber la verdad y los horrores que se nos avecinan y notar que gran parte de la audiencia simplemente no les cree. Reportajes conteniendo meticulosas investigaciones periodísticas, entrevistas con testigos confiables, documentos filtrados y otra suerte de pruebas contundentes no significan nada para la audiencia hipnotizada, que aplica universalmente a cualquier reporte en contra de su dios caprichoso con la misma reacción: “fake news”. Y la estrategia de Apolo no sólo le ha sido útil a Trump. ¿A quién les recuerda?
@crislopezg.

Sin rumbo. De Erika Saldaña


Publicado en EL DIARIO DE HOY, 28 octubre 2019


Intrigas, boicot, pleitos, cámaras y mucho show. Cualquiera pensaría que hablamos de una telenovela. Lo más triste de todo es que se trata de un recuento de los últimos sucesos en la Asamblea Legislativa. Hemos visto los intentos de boicotear una presidencia ya pactada desde hace meses, los pleitos internos entre los miembros de los partidos, los enfrentamientos con el gobierno y las comisiones dignas de un “reality show”. Pareciera que no hay rumbo al interior de la Asamblea Legislativa.
Los perdedores de esta tragicomedia son los ciudadanos a quienes les toca afrontar la dura realidad. Porque mientras los diputados viven de pleito en pleito, hay personas que siguen sufriendo las consecuencias de la falta de seguridad, los desplazamientos forzados por la violencia, la falta de agua, las pensiones de miseria para la mayoría de salvadoreños y la falta de oportunidades para jóvenes y adultos.
En la Asamblea hay asuntos de suma importancia a espera de ser discutidos y pasar por el proceso de formación de ley. Entre esas cuestiones pendientes existen varias que han sido ordenadas por la Sala de lo Constitucional en sentencias, por ejemplo: en el año 2016 se ordenó emitir una nueva ley de reconciliación nacional y, además, la normativa que regule el voto para diputados y concejos municipales de salvadoreños en el exterior. Desde el año 2018 la Asamblea tiene en sus manos la responsabilidad de elaborar una ley que tenga como finalidad proteger a las personas que sufren el desplazamiento interno por la violencia. Todos estos temas aún se encuentran pendientes y no se vislumbra un final feliz en el corto plazo.
Por otra parte, también existen discusiones pendientes al interior del Salón Azul en temas trascendentales, como el presupuesto general de la nación para el próximo año, donde se tiene que definir muchas de las prioridades de nuestro país para el 2020; la reforma de pensiones que busque solventar los agujeros que dejó sueltos la reforma del 2017; la ley de agua, considerando la crisis hídrica que sufren muchos sectores del país y la necesidad de reivindicar este derecho para muchos salvadoreños. Y así podemos enlistar una serie de asuntos que la Asamblea Legislativa debería estar discutiendo de forma responsable.
Y, en relación con la obligación de la Asamblea Legislativa de elegir a funcionarios, la Sala de lo Constitucional admitió una nueva demanda de inconstitucionalidad contra una elección de los magistrados del Tribunal Supremo Electoral. Dejando a un lado las particularidades del caso concreto, lo triste es que todavía existan serias dudas sobre los procedimientos y el trabajo que realiza la Asamblea Legislativa.
Desde que se empezó a desarrollar de manera sostenida la jurisprudencia constitucional sobre las elecciones de funcionarios, han pasado ya alrededor de ocho años. Se han sentenciado más de una docena de casos y se ha declarado inconstitucional la elección de cerca de treinta funcionarios. Y aún con estos números y toda la experiencia que deberían haber adquirido, pareciera que los diputados se resisten a capitalizar las lecciones de cada una de las sentencias en su contra.
En vez de sentarse a trabajar las reformas a su reglamento interno para permitir la mejora permanente de estos procesos de elección de funcionarios, la Asamblea Legislativa está sumida en asuntos puramente políticos y de intereses de los partidos, no de la población.
Los diputados deberían estar buscando la manera de ofrecer más y mejores respuestas a la población y no solo dar la impresión que llegan a levantar la mano de forma automática al momento de la plenaria. Hay que enderezar el rumbo al interior de la Asamblea Legislativa; el país necesita respuestas integrales a la infinidad de problemas que existen.

domingo, 27 de octubre de 2019

Vos. De Cristian Villalta


Publicado en LA PRENSA GRAFICA, 27 octubre 2019


Bueno, es cierto, cada vez son más insustanciales y por lo general los voceros de la partidocracia no sólo se toman demasiado en serio sino que exhiben una dicción deficiente, su argumentación es floja, en fin... Y, está bien, si el zapping de esas entrevistas puede terminar con "el Diablito" Ruiz hablando en tu televisor, debe ser considerado deporte de alto riesgo.
Tampoco te estoy recomendando desayunarte todos los días al diputado Martel, a Medardo, a Guillermo Gallegos citando los Evangelios.