sábado, 18 de septiembre de 2010
Carta al comisionado Howard Cotto, subdirector de investigaciones de la PNC
Primero que todo te felicito por la nueva super estructura de investigación que te encargaron a construir y dirigir. Un gran reto, papá...
Pero lo que realmente quiero en esta carta es hacerte la pregunta del millón que todos los salvadoreños nos estamos haciendo: ¿De quién diablos es el pisto de los barriles?
Me extraña que sólo manejan una sola hipótesis: la de los narcodólares. Como si aquí los narcos fueran los únicos que manejan dinero chuco.
¿Están seguros que no es de algún partido político? ¿O de alguien que lo guarda para financiar alguna campaña electoral venidera?
¿Pueden descartar de antemano que no puede ser dinero que andan buscando en alguna cartera del Estado?
Yo no estoy insinuando que sea ni así ni asá. Porque ni una ni otra cosa me consta.
Para descartar la posibilidad de que sea dinero político o de corrupción, ustedes tendrían que decirnos de quién es, con nombre y apellido.
Si son narcodólares, no son de aquí. Aquí el mercado no da para tanto. Pero tengo entendido que los narcos, a nivel internacional, tienen cómo lavar el pisto. No tienden a enterrarlo, mucho menos a abandonarlo. Los narcos saben mover rápido su pisto, para despistar.
No así los partidos políticos o los que roban al estado. No tienen conexiones internacionales para lavar dinero. Es más probable que lo guarden en barriles. Pienso yo...
Ustedes obviamente tienen una fuente interna, algún soplón que les dijo adónde escarbar. Entonces, ¿cómo es que no hay capturas ni órdenes de captura? ¿Puede haber soplones que saben adónde estaba el pisto escondido, pero no saben de quién es?
Bueno, Howard, vos sos el que investiga. Además sabes aparecer en la tele cada rato. Entonces, amigo, si no quieres chambres sobre los barriles, ¡investigue e informe!
Saludos, Paolo Lüers
jueves, 16 de septiembre de 2010
Carta a los próceres de la patria
Nuevamente, como cada año, celebramos nuestra independencia, de la cual ustedes fueron los arquitectos.
Aunque hoy tenemos un partido en el gobierno que habla de “la verdadera independencia” que, según ellos, la vamos a conquistar cuando lleguemos al socialismo. Hablan de la “verdadera patria, la patria grande de América Latina”. La misma de la cual habla el coronel teniente Hugo Chávez, quien sueña con intronizarse como el comandante en jefe de esta nueva superpotencia antiimperialista.
Ustedes lucharon contra los intentos de sustituir el dominio colonial por la anección a un nuevo imperio,en aquel entonces el mexicano. Hoy hay fuerzas políticas, en toda América Latina y también en El Salvador, que quieren redefinir la independencia que ustedes conquistaron, en favor de una “Alianza Bolivariana de Los Pueblos”, por supuesto conducida por Venezuela. Este sería empeñar la independencia.
Este año, los actos conmemorativos de la indpendencia ueron presididos por un gobernmante que dice no estar de acuerdo con los sueños imperiales de Hugo Chávez, pero que también habla de “la patria grande” y que también quiere redefinir el concepto de la independencia. Lo que hasta ahora era un contrato social entre todos sobre el carácter republicano del país y las libertades que esto significa defender, este presidente y su partido de gobierno lo quieren llenar con sus contenidos partidarios, hablando de su agenda del cambio y transformaciones sociales.
Cada uno, inluyendo el ciudadano presidente, tiene el derecho de promover los cambios y revoluciones que quiera. Lo que no tiene derecho el presidente es confundir su agenda personal y política con el concepto unificador de la independencia y de la república. El cambio de nuestro modelo económico y social es el proyecto político del presidente Funes y su partido. Con esta bandera ganaron las elecciones y comenzaron a gobernar.
Pero la independencia y la república no son conceptos no de un partido, ni de un gobierno, ni siquiera del Estado, sino de la nación. Es el legado de ustedes que da coherencia a la nación, a pesar y encima de todas la diferencias políticas. Ningún presidente puede arrogarse el derecho de redefinir este pacto y actuar como si “la verdadera” independencia comienza con su llegada al poder.
Nos comprometemos antes ustedes de no permitirlo.
Con todo respeo, Paolo Lüers
(Más!)miércoles, 15 de septiembre de 2010
El grito de México
Pareciera que cada 100 años México tiene una cita con la violencia. Si bien el denominador común de nuestra historia nacional ha sido la convivencia social, étnica y religiosa, la construcción pacífica de ciudades, pueblos, comunidades y la creación de un rico mosaico cultural, la memoria colectiva se ha concentrado en dos fechas míticas: 1810 y 1910. En ambas, estallaron las revoluciones que forman parte central de nuestra identidad histórica. Los mexicanos veneran a sus grandes protagonistas justicieros, todos muertos violentamente: Hidalgo, Morelos, Guerrero, Madero, Zapata, Villa, Carranza. Pero, por otra parte, ambas guerras dejaron una estela profunda de destrucción, tardaron 10 años en amainar, y el país esperó muchos años más para reestablecer los niveles anteriores de paz y progreso.
En 2010, México no confronta una nueva revolución ni una insurgencia guerrillera como la colombiana. Tampoco la geografía de la violencia abarca el espacio de aquellas guerras ni los niveles que ha alcanzado se acercan, en lo absoluto, a los de 1810 o 1910. Pero la violencia que padecemos, a pesar de ser predominantemente intestina entre las bandas criminales, es inocultable y opresiva. Se trata, hay que subrayar, de una violencia muy distinta de la de 1810 y 1910: aquellas fueron violencias de ideas e ideales; esta es la violencia más innoble y ciega, la violencia criminal por el dinero.
Tras la primera revolución (que costó quizá 300.000 vidas, de un total aproximado de seis millones), las rentas públicas, la producción agrícola, industrial y minera y, sobre todo, el capital, no recobraron los niveles anteriores a 1810, sino hasta la década de 1880. A la desolación material siguieron casi cinco décadas de inseguridad en los caminos, inestabilidad política, onerosísimas guerras civiles e internacionales, tras las cuales el país separó la Iglesia del Estado y encontró finalmente una forma política estable (méritos ambos de Benito Juárez y su generación liberal) y alcanzó, bajo el largo régimen autoritario de Porfirio Díaz, un notable progreso material.
La segunda revolución resultó aún más devastadora: por muerte violenta, hambre o enfermedad desaparecieron cerca de 700.000 personas (de un total de 15 millones); otras 300.000 emigraron a Estados Unidos; se destruyó buena parte de la infraestructura, cayó verticalmente la minería, el comercio y la industria, se arrasaron ranchos, haciendas y ciudades, y en el Estado ganadero de Chihuahua desaparecieron todas las reses.
Por si fuera poco, entre 1926 y 1929 sobrevino la guerra de los campesinos "Cristeros", que costó 70.000 vidas. Pero desde 1929 el país volvió a encontrar una forma política estable aunque, de nuevo, no democrática (la hegemonía del PRI) que llevó a cabo una vasta reforma agraria, mejoró sustancialmente la condición de los obreros, estableció instituciones públicas de bienestar social que aún funcionan y propició décadas de crecimiento y estabilidad.
Ambas revoluciones -y esto es lo esencial- presentaron a la historia buenas cartas de legitimidad. En 1810, un sector de la población no tuvo más remedio que recurrir a la violencia para conquistar la independencia. Su recurso a las armas no se inspiró en Rousseau ni en la Revolución Francesa. Tres agravios (la invasión napoleónica a España que había dejado el reino sin cabeza, el antiguo resentimiento de los criollos contra la dominación de los "peninsulares" y la excesiva dependencia de la Corona con respecto a la plata novohispana para financiar sus guerras finiseculares) parecían cumplir las doctrinas de "soberanía popular" elaboradas por una brillante constelación de teólogos neoescolásticos del siglo XVI como el jesuita Francisco Suárez. A juicio de sus líderes, la rebelión era lícita.
Además, era inevitable, porque la corona española -a diferencia de la de Portugal- desatendió los consejos y oportunidades de desanudar sin romper sus lazos con los dominios de ultramar enviando, como ocurrió con Brasil en 1822, un vástago de la casa real para gobernarlos.
En 1910, un amplio sector de la población, agraviado por la permanencia de 36 años en el poder del dictador Porfirio Díaz, consideró que no tenía más opción que la de recurrir a la legítima violencia para destronarlo. Al lograr su propósito, esta breve revolución puramente democrática dio paso a un gobierno legalmente electo que al poco tiempo fue derribado por un golpe militar con el apoyo de la embajada americana. Este nuevo agravio se aunó a muchos otros acumulados (de campesinos, de obreros y clases medias nacionalistas) que desembocaron propiamente en la primera revolución social del siglo XX. Las grandes reformas sociales que se hicieron posteriormente han justificado a los ojos de la mayoría de historiadores la década de violencia revolucionaria que, sin embargo, vista a la distancia, parece haber sido menos inevitable que la de 1810.
En 2010, un puñado de poderosos grupos criminales ha desatado una violencia sangrienta, ilegal y, por supuesto, ilegítima contra la sociedad y el gobierno. Esta guerra ha desembocado, en algunos municipios y Estados del país, en una situación verdaderamente hobbesiana frente a la cual el Estado no tiene más opción que actuar para recobrar el monopolio de la violencia legítima que es característica esencial de todo Estado de derecho.
El clima de inseguridad de 2010 ha ensombrecido la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos se han reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar el Grito, una réplica simbólica del llamamiento a las armas que dio el "Padre de la Patria", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En unos cuantos días, una inmensa cauda indígena armada de ondas, piedras y palos lo siguió por varias capitales del reino y estuvo a punto de tomar la capital. A su aprehensión y muerte en 1811 siguió una etapa más estructurada y lúcida de la guerra a cargo de otro sacerdote, José María Morelos. La Independencia se conquistó finalmente en septiembre de 1821.
Han pasado exactamente 200 años desde aquel Grito. Hoy, México ha encontrado en la democracia su forma política definitiva. El drama consiste en que la reciente transición a la democracia tuvo un efecto centrífugo en el poder que favoreció los poderes locales y, en particular, el poder de los carteles y grupos criminales. Ya no hay (ni habrá, como en tiempos de Porfirio Díaz o del PRI) un poder central absoluto que pueda negociar con los bandoleros. Habrá que ganar esa guerra (y reanudar el crecimiento económico) dentro de las reglas de la democracia, con avances diversos, fragmentarios, difíciles. Costará más dolor y llevará tiempo.
El ánimo general es sombrío, porque a despecho de sus violentas mitologías, el mexicano es un pueblo suave, pacífico y trabajador. Muchos quisieran creer que vivimos una pesadilla de la que despertaremos mañana, aliviados. No es así. Pero se trata de una realidad generada, en gran medida, por el mercado de drogas y armas en Estados Unidos y tolerada por muchos norteamericanos que rehúsan a ver su responsabilidad en la tragedia y se alzan los hombros con exasperante hipocresía.
Esa es nuestra solitaria realidad. Y, sin embargo, la noche de hoy las plazas en todo el país se llenarán de luz, música y color. La gente verá los fuegos artificiales y los desfiles, escuchará al presidente tañir la vieja campana del cura Miguel Hidalgo, y gritará con júbilo "¡Viva México!".
(El País/Madrid)
martes, 14 de septiembre de 2010
Tres puntos de divergencia con el presidente
I. “Los grupos pudientes siguen sin caer en la cuenta de que, si no apuestan por este Gobierno, está en juego su propia sobrevivencia como clase empresarial.”
¿Cómo interpretar esta amenaza? La empresa privada, o me apoya, o se hunde. Si no se hunde en la crisis que se desata porque no apoyan a mi gobierno, el FMLN se encargará de hundir al país con su visión socialista. De la cual, en esta misma entrevista, tomo distancia. La última línea de defensa contra el socialismo del FMLN soy yo, Mauricio Funes.
Pero la verdad es que sin Mauricio Funes el FMLN no estaría ni cerca del poder.
Esta clase de ‘protección’ huele a extorsión: tú me das una ayudadita y yo me encargo que nadie te haga daño... O te arreglás conmigo, que soy bien educado, o tendrás que vértelas con los rufianes...
Una oferta de un gobierno abierto a buscar consensos no suena así. Un diálogo no parte de la exigencia de “apostar a este gobierno”, sino de la convicción de que en una sociedad abierta cada uno defiende sus intereses, unos desde el gobierno, otros desde la oposición, y muchos desde la autonomía de su sector.
Si queremos concertación y estabilidad, hay que abandonar actitudes como la que el presidente expresó en esta entrevista, o la que manifiesta su secretario técnico cuando dice: Les invito a que negociemos un pacto fiscal, pero si no lo tenemos en enero, lo hacemos por decreto. Si decreto quieren, que lo hagan y paguen solos el costo político del aumento del IVA y otros impuestos. Si quieren un pacto y que otros les ayuden a asumir el costo político, que se dejen de imposiciones y chantajes.
II. “Lo que se construye en las sociedades no es lo que se desea sino lo que es posible. El FMLN sigue empecinado en construir el socialismo del siglo XXI, que podrá funcionar -si es que ha funcionado- en Venezuela, pero no necesariamente tiene que funcionar en El Salvador.”
Una cosa es no impulsar políticas de transformación socialista porque uno piensa que no es posible. Otra cosa es no desear el socialismo. La diferencia que el presidente tiene con el FMLN es si es posible el socialismo. Funes dice que no, y en el Frente hay muchos que dicen que sí. O dicen: Hoy tal vez no, pero creamos las condiciones para que mañana sí. Pero la diferencia que la mayoría de los salvadoreños tenemos con el Frente (y con Funes) es si es o no deseable el socialismo. Para desmarcarse de Chávez y de Castro no es suficiente decir que lo que ellos hacen con sus países no es posible en El Salvador. Porque esto abra la posibilidad de decir: tal vez en otro momento. Lo que queremos escuchar del presidente es: Aunque fuera posible, no es deseable. Punto.
III.“Yo no he visto al partido ARENA -la derecha que ha mandado durante 20 años en El Salvador- pronunciándose en contra del paro o de la violencia. Las pandillas se han convertido en unidades de tarea, en sicarios al servicio del crimen organizado pero también de intereses políticos. Y la derecha se ve beneficiada desde el punto de vista electoral. Yo no estoy diciendo que ARENA financie a las pandillas, pero sí que hay una coincidencia de propósitos.”
Si el presidente no ha escuchado lo que dijo en voz alta la oposición es porque no estuvo en el país y no interrumpió su campaña de imagen en Los Ángeles cuando aquí, como dicen en el Norte, “the shit hit the fan”.
Ya estamos aburridos que el presidente de la República interpreta a cualquier acto contra la sociedad como resultado de una conspiración desestabilizadora contra él y su gobierno. Así fue su primera reacción cuando los pandilleros quemaron el bus de Mejicanos, y así es su reacción ahora que los mismos pandilleros paran al transporte y buena parte del comercio con amenazas de muerte. Los pandilleros son enemigos de la sociedad y del estado, y así hay que enfrentarlos. Que sus acciones tienen un efecto desestabilizador, es obvio. Así como lo tiene la incapacidad (o falta de voluntad) del gobierno de enfrentarlos y dar confianza a la ciudadanía.
Pero el presidente entiende que cualquier crítica y cualquier oposición también es parte de una estrategia de desestabilización. En vez de obligar a todas las partes de su gobierno a dar respuestas contundentes, con mensajes claros y acciones inmediatas, el presidente se dedica a viajar primero a Los Ángeles, luego a México, ahora a Miami y pronto a Cuba. Y en sus escalas en San Salvador se dedica a regañar a los medios, a la empresa privada y a la oposición, en vez de poner orden en su aparato de seguridad pública.
Así no, presidente. Tres intentos fallidos.
(Para los que quieren leer la entrevista entera: http://www.elpais.com/articulo/internacional/gente/seguira/yendose/EE/UU/pese/masacres/Mexico/elpepiint/20100912elpepiint_6/Tes)
(El Diario de Hoy)
Carta al director de centros penales
Así como uno critica a los funcionarios, cuando hacen mal su trabajo, también hay que saber respaldarlos cuando lo hacen bien. Yo hasta renuncia te he pedido en una de mis cartas públicas, por blandengue con los pandilleros que desde las cárceles siguen organizando extorsiones y asesinatos.
Hoy te escuché en una entrevista anunciando que vas a poner orden en las cárceles y quitarles a los pandilleros los privilegios y la libertad de seguir delinquiendo. Te hablé por teléfono para felicitarte y lo repito en público: ¡Así se habla! Si vos tenés el valor de enfrentarte a las pandilleros y ponerlos en su lugar, puedes contar con el apoyo mío y de muchos que te hemos criticado. Porque lo que anunciaste no es cosa fácil: ya no dejar entrar este montón de gente en concepto de visita familiar o íntima; ya no dejar entrar las tanatadas de comida que sirven para contrabandear droga, pisto, chips de celular, armas, y cartas...
Los pandilleros van a reaccionar. Pero no sólo ellos: Te va a tocar enfrentar las críticas, denuncias y campañas de los que dicen defender los derechos humanos. Esto tal vez será tu reto más yuca, y vas a necesitar todo el apoyo posible.
Los pandilleros van a seguir jodiendo en las calles, con sus amenazas y sus bidones de gasolina. Pero los otros van te van a estar jodiendo desde adentro del mismo gobierno, de la Asamblea, del partido, de algunas iglesias.
Ojala que no des tu brazo a torcer. Pero si realmente hacés lo que anunciaste y ponés orden en las cárceles, tampoco vas a estar solo.
Saludos, Paolo Lüers