viernes, 14 de noviembre de 2014

Carta a Ignacio Ellacuría

Estimado padre:
Le mataron por la misma razón que asesinaron a Antonio Rodríguez Porth: Para abortar el proceso de paz. Ambos se volvieron peligrosos para los enemigos de la búsqueda de una solución negociada al conflicto. Estos enemigos los hubo en ambos bandos. Los que dentro de la insurgencia vieron con preocupación que con Alfredo Cristiani había llegado al poder un hombre que tenía la autoridad y la visión de abrir dentro de la derecha espacio a la idea de una salida sin vencedores ni vencidos. Por esto mataron al cerebro detrás de esta visión del nuevo presidente: su Ministro de la Presidencia y más cercano asesor, Rodríguez Porth.

Usted sabía esto y expresó en muchas pláticas privadas y no tan privadas que con este crimen se podía abortar el proceso de paz antes de poder agarrar impulso y correlación de fuerza en el campo de la derecha y de los militares. De hecho, usted comenzó a convertirse en el puente entre los sensatos de ambas partes. Esto -y la incidencia que esto podría tener sobre las decisiones del presidente Cristiani- lo convirtió en un peligro para los enemigos de las negociaciones dentro de la Fuerza Armada. Y cuando el FMLN lanzó su ofensiva al tope sobre San Salvador, vieron la oportunidad de eliminar este peligro.

Muy pocos en el ejército, y ciertamente no los que tomaron decisiones, se creyeron la paja que usted y sus hermanos jesuitas estaban detrás de la ofensiva insurgente. Esto era el pretexto para justificar la operación contra la UCA. Los que ordenaron este crimen no querían eliminar a colaboradores de la guerrilla sino a uno de los pocos puentes que quedaba funcionando entre los que, dentro del FMLN y dentro de la derecha, querían en serio avanzar hacia una solución negociada.


Por esto es ridículo pensar que Alfredo Cristiani haya ordenado o consentido la muerte de los jesuitas. Fue una operación contra Cristiani, para debilitarlo; para pararlo; para comprometerlo con los guerreros que querían pasar a la fase definitoria de la guerra contrainsurgente. Estaban desesperados, porque hasta el mayor D'Aubuisson había ya abandonado la idea de buscar una victoria militar y estaba respaldando a Cristiani en su búsqueda de una solución negociada. Es más, parece que precisamente para asumir este rol histórico, el mayor había escogido a Alfredo Cristiani como candidato a la Presidencia.

En la última plática que tuvimos, poco antes de su último viaje para España, usted mismo me explicó este nuevo mapa político. Yo estaba escéptico, usted estaba convencido de las intenciones de Cristiani e incluso de D'Aubuisson. Usted sabía que la ofensiva ya no se podía detener, y al final me dijo: Una vez pase este último auge de la guerra, hay que trabajar duro para retomar las negociaciones y llevarlas a las últimas consecuencias.

Lo mataron, pero ya no pudieron conseguir su objetivo. Pasó la ofensiva, con todo el horror que significaba, incluyendo su propia muerte, pero luego ya no hubo como contener la paz. Cristiani cumplió su misión. Tanto en la Fuerza Armada como en el FMLN se impuso la razón.

Al fin, usted ganó. Pero qué horrible la falta que nos hace, todavía hoy, en la construcción de la paz y de la democracia. Adiós, Ignacio Ellacuría. Paolo Lüers
(Mas!/El Diario de Hoy)