lunes, 3 de febrero de 2014

Agradecimiento y despedida

En la sesión del 15 de enero del año en curso, entre otros asuntos, la Junta de Directores de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA) acordó nombrar a Luis Antonio Monterrosa Díaz como nuevo director de su Instituto de Derechos Humanos (IDHUCA) para un período de tres años, iniciando el 1 de febrero de 2014. Por tanto, a partir de ayer dejé ese cargo que ocupé durante más de veintidós años con errores y aciertos pero –sobre todo– con el compromiso decidido de servir a las mayorías populares[1] salvadoreñas y seguirlas en sus esfuerzos por vivir en un país mejor.
Esa decisión no significa que saldré del IDHUCA; por el momento, seguiré en este espacio al que le tengo un inmenso apego por todo lo que viví dentro del mismo, con un personal integrado por colegas que a lo largo del tiempo –en su mayoría– no puede calificarse menos que “de lujo” por su generosidad y entrega, cualidades sin las cuales no se hubiera podido hacer todo lo bueno que se logró hacer con imaginación, con indignación y acción; también con pasión por las víctimas, por sus sueños y sus luchas.

Ese compromiso no inició el 6 de enero de 1992 cuando comencé la labor que finalicé ayer,  viernes 31 de enero del 2014. Desde mi adolescencia anduve detrás de mi hermano Roberto, “Beto”, quien a su vez seguía los pasos de José María Cabello, “Cabellito”, el apreciado jesuita rebelde y audaz en su vida y en su “Vespa”. Así conocí de cerca y a tempranas horas de mi vida, el surgimiento de una de las más emblemáticas “zonas marginales”[2] de la capital y el país: “La Tutunichapa”.

De ahí en adelante, allá por 1971, ya no paré; luego de quedar marcado para siempre con el impacto de la pobreza y la injusticia, pero también con el de la nobleza de tanta gente que desde entonces y por más de cuatro décadas he conocido. A su lado, trashumé los obligados caminos de antes y durante la guerra que dividió aún más al país; a su lado he compartido ideales e ideas, ilusiones y decepciones, logros y “ogros”, en las ciudades y el campo de El Salvador. También en México, durante mis ocho años dos meses y cinco días de estancia entre finales de 1983 e inicios de 1992, en los cuales fundamos casi de la nada –con el querido fray Gonzalo Balderas Vega, O. P.– el Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vitoria, O. P.”. Por ese trabajo, las autoridades mexicanas de Gobernación –en plena época del “priato” presidido por Carlos Salinas de Gortari– me “aplicaron el 33”[3] por ser un “extranjero metido en asuntos internos”.

Apalabrado en México por el también valorado jesuita Michaell Czerny y aprobada mi contratación por la Junta de Directores de la época, regresé al país el domingo 5 de enero de 1992 sin nada más que las ganas de aportarle a su gente excluida, víctima además de violaciones de otros derechos fundamentales, lo que pudiera desde la Dirección del IDHUCA. El siguiente día, lunes 6 de enero, a diez del fin oficial de aquella guerra ingresé a la UCA para presentarme de inmediato con mi nuevo jefe: el jesuita Rodolfo Cardenal, a quien entonces no conocía personalmente y quien a estas alturas me conoce, conozco y compartimos una amistad real y sólida. Al preguntarme qué debía hacer –palabras más, palabras menos– por respuesta tuve dos preguntas desafiantes y un mandato tajante: “¿Y qué no sos vos el que sabés? ¿No para eso te contratamos? ¡Vos ve qué hacés!”. Con esa orientación clara y certera, comencé a hacer.

Y como dije al final de un comentario reciente que escribí para la emisora universitaria –la YSUCA– y que anexo a la presente, me dediqué a eso y así he pasado en el IDHUCA las últimas dos décadas con dos años de mi existencia: entre hacer y hacer. También anexo la canción así titulada, himno del IDHUCA en su lucha contra la impunidad.[4] Me tocó entonces contribuir durante mi gestión “recrear” el Instituto varias veces dependiendo de las condiciones del país, las necesidades de la gente y sus exigencias.

Es motivo de satisfacción para mí que durante esos veintidós años, el trabajo del IDHUCA fue reconocido varias veces dentro y fuera del país. Pero más me satisface haber propuesto e impulsado la creación del Festival Verdad y, dentro del mismo, la del Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador; también haber brindado apoyo y acompañamiento a varios comités locales de víctimas de violaciones de derechos humanos de antes y durante la guerra. Por eso me sentí bien cuando el Presidente de Irlanda, Michael D. Higgins, pronunció en la UCA el 24 de octubre del año pasado las siguientes palabras:

“En un contexto en el que es actualmente difícil para las familias acceder a la información acerca del destino de sus seres queridos, el trabajo realizado por el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad (IDHUCA), que durante los últimos años ha conducido una corte de justicia restaurativa, es enormemente valorado. Y también lo es el proyecto Historia, Memoria y Justicia en El Salvador, lanzado en 2011, y que ha sido testigo de la unión de IDHUCA con estudiantes de la facultad del Centro para los Derechos Humanos de la Universidad de Washington, que están trabajando para desclasificar documentos de la CIA, y de varios departamentos del Gobierno de los Estados Unidos, tales como el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado, a fin de buscar justicia para las víctimas de la guerra de El Salvador”.

A lo anterior se suma el haber logrado que se condenara al Estado salvadoreño por el caso Ramón Mauricio García Prieto en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y haber colaborado decisivamente con las organizaciones que presentaron en la Audiencia Nacional de España la querella contra los responsables de la masacre en la UCA, tanto en su elaboración y presentación como en su impulso posterior, entre otras iniciativas y acciones de impacto. Igual me complace haber participado dentro y fuera del país en actividades propias de la investigación y la docencia.

Varias amistades entrañables, cercanas y solidarias, me han preguntado cómo me siento y cómo estoy. Mi respuesta primera: me siento bien, tranquilo y consciente de que, dentro de mis posibilidades y limitaciones, hice lo que debía y lo que mejor pude hacer; la segunda: estoy dispuesto a seguirlo haciendo en este y en otros esfuerzos que puedan requerir de mis modestos aportes. Sobre todo en la línea de transmitir a otros esfuerzos las claves de esta experiencia, tanto buenas como malas.

Mi determinación es seguir en lo que ha sido mi vida: el repudio a la injusticia y la lucha para erradicarla. Eso comenzó a gestarse quizás desde que quedó grabada en mi mente, mucho antes de conocer “La Tutunichapa”, la imagen de mi padre –el doctor Roberto Emilio Cuellar Milla– regresando a nuestra casa en la colonia Layco, en San Salvador, el 3 de septiembre de 1960. Llegó con la camisa llena toda con la sangre de su cabeza, rota a puros y duros garrotazos policiales, y un brazo enyesado; él, junto con el rector –el doctor Napoleón Rodríguez Ruiz– y decenas de personas más, fueron víctimas del régimen autoritario encabezado por el coronel José María Lemus cuando sus esbirros ocuparon brutalmente la Universidad de El Salvador. Mi padre fue su Secretario General de 1959 a 1963 y junto con el rector Rodríguez Ruiz, fueron los encargados de trabajar la propuesta de lo que luego fue el lema de la institución: “Hacia la libertad por la cultura”.

Y mi hermano “Beto”, diecisiete años después se convirtió en el brazo derecho para la defensa seria y altamente riesgosa de los derechos humanos que realizó Óscar Arnulfo Romero; en sus propias palabras, “Beto” tuvo “el privilegio, el honor, de trabajar a su lado prácticamente durante todo el tiempo que ejerció su cargo de Arzobispo”.[5]

Por herencia e historia familiar, porque quiero un mejor país para mi familia y mis hijas –la mayor de las cuales tuvo que salir de El Salvador, por amenazas recibidas debido a mi trabajo– y porque las mayorías populares salvadoreñas me inspiran y me obligan a continuar acompañándolas en sus sueños y batallas en defensa de sus derechos y su dignidad; también  porque detesto a los sospechosos redentores y no creo en falsos profetas sino en un pueblo consciente y activo, pero sobre todo porque creo que aún puedo dar algo para y por todo eso… Y porque quiero darlo, nada ni nadie harán que no lo siga haciendo.

Aprovecho la presente para ofrecer disculpas a quienes se hayan sentido molestos u ofendidos por algo que haya hecho o dejado de hacer en estos veintidós años. No quiero despedirme, sin decir eso y sin enviar un fuerte abrazo a las mujeres y los hombres de bien que han caminado conmigo por la misma senda. Mis agradecimientos son imperecederos.

Fraternalmente,

José Benjamín Cuéllar Martínez, “Mincho”


[1] Ignacio Ellacuría, rector mártir de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), llamó así a la población que “vive en unos niveles en los que apenas puede satisfacer las necesidades básicas fundamentales […] marginada frente a unas minorías elitistas. Su exclusión no se da por “leyes naturales o por desidia personal o grupal, sino por ordenamientos sociales históricos” que las mantienen en una “posición estrictamente privativa y no meramente carencial”. La explotación que sufren les impide “aprovechar su fuerza de trabajo o su iniciativa política”.
[2] Luego llamados “tugurios” en el habla popular y “asentamientos humanos urbanos” en la jerga tecnócrata.
[3] El articulo 33 constitucional es el que permite al Gobierno mexicano expulsar del territorio nacional a cualquier extranjero que interfiera en “asuntos internos” políticos y sociales.
[4] Luis Suárez, querido amigo y compañero, cuarto integrante de “Los Guaraguao” que la compuso y musicalizó después de un sabroso almuerzo y una más rica plática en el mercado de Antiguo Cuscatlán. En la versión compartida están las voces de María Inés Ochoa, salvador Cardenal, Vicente Feliz, Julio Lacarra, Guillermo “Pikin” Cuéllar, Mirian Quiñónez y Eduardo Martínez, voz líder de “Los Guaraguao”.
[5] Cuellar, Roberto, Un apóstol de los derechos humanos, San Salvador, 31 de marzo del 2005, ver http://www.fasic.org/ OscarRomeroylosDerechosHumanos .pdf