jueves, 1 de noviembre de 2012

Cartas de Alemania (1)

Aquí en Alemania tienen un presidente de la república, pero no le dan realmente poder. El poder está concentrado en el parlamento, y este lo delega, con mayoría simple de la mitad más uno de los diputados, a un primer ministro llamado canciller. Igual se lo quitan cuando pierda la confianza de la mitad más uno de los diputados. Este canciller electo por el parlamente preside el gabinete y gobierna al país. En cambio, el presidente de la república es una figura más bien decorativo, una especie de “rey civil” que juega un rol decorativo y protocolario parecido al papel de la reina en Gran Bretaña y los reyes en países como Dinamarca, Suecia o Holanda.

Los alemanes no sólo se deshicieron de sus reyes e imperadores, sino al fin también de su exagerado respeto por las autoridades. Los ciudadanos ya no quieren ser súbditos y exigen que las autoridades se ganen su respeto. No todos los presidentes lo logran, y al último los ciudadanos lo obligaron a renunciar. A pesar de la poca importancia de la institución presidencial, no toleraron en Palacio a alguien que se aprovechaba de su cargo para beneficio privado. Mucho menos para beneficio financiero. Cuando el presidente Christian Wulff, muy estrechamente aliado con la poderosa canciller Angela Merkel, tuvo que reconocer que como funcionario público había aceptado que amigos personales le pagaran lujosos viajes y le facilitaran créditos preferenciales para adquirir casas, hasta su propio partido lo dejó caer como una papa caliente. Bajo la presión permanente de la prensa y la opinión pública, el presidente renunció.


Ahora, medio año después, los medios siguen mencionándolo, pero ahora ya como figura tragicómica. Las últimas noticias de él dan cuenta de una de sus últimas hazañas. Wulff encargó a un pintor (obviamente de baja categoría) a producir pinturas oficiales de los 10 hombres que hasta la fecha han ejercido este cargo ceremonioso, incluyendo él. Poco después tuvo que renunciar. Y cuando su sucesor, el actual presidente Joachim Gauck, asumió el cargo, encontró en el Palacio Bellevue, sede de la presidencia en Berlin, una galería de retratos espantosos. Para más joder, estaban colgados en la mera entrada, visible para cada invitado. El nuevo presidente, con prudencia, encargó a una comisión de expertos que le aconsejaran sobre qué hacer con estas obras impresentables pero que costaron al arco público unos $160 mil. Familiares de los presidentes retratados empezaron a demandar la remoción de la galería espantosa. La decisión sabia del nuevo presidente: quitarlos  de donde todo el mundo los veía - y colgarlos en una sala donde nadie entra.

Saludos desde Alemania de Paolo Lüers
(Más!/EDH)