miércoles, 28 de noviembre de 2012

Carta a Oscar Arnulfo Romero

Monseñor:
Usted ya sabe que esto de ser héroe y mártir tiene su costo. Todo el mundo se siente con el derecho de usar su nombre – y muchas veces, lamentablemente, en vano. Y no hay manera de defenderse.


Así que, le guste o no, su imagen aparece en camisetas rojas a la par del Che Guevara, de Mao Tsetung o de Schafick Handal. Aparece en mantas gigantescas en convenciones partidarias y en pancartas en manifestaciones contra cualquier cosa. Aparece como calcomanía en los parabrisas de los autobuses, a veces a la par de chicas desnudas o incluso de símbolos que usted nunca se imaginaría: En la línea 26 circula un bus que lleva a la par de su retrato la suástica de los nazis... Imágenes sin sentido.

Le pusieron monumentos en muchas ciudades del mundo. Calles, avenidas y plazas llevan su nombre. Un tal Mauricio Funes, al juramentarse como presidente de El Salvador, lo nombró “maestro y guía espiritual” de su gobierno, y casi no deja pasar discurso sin invocar su nombre. Muchas veces, lamentablemente, en vano. Porque el hombre que se arroga ser alumno suyo resulta más prepotente que sus antecesores de derecha - y bastante dado a las tentaciones del lujo y de la carne.


Y ahora, como si no fuese ya suficiente abuso e hipocresía, este señor Funes hace uso de su nombre, monseñor, ¡para bautizar una autopista! Dicen los que han tenido la suerte de ser amigos personales suyos que usted fue un hombre con humor. Así que tal vez usted se hubiera reído a carcajadas de esta escena de un presidente inaugurando una autopista con nombre de un arzobispo, piloteando una lancha gringa descapotada al estilo de las que le gustaron a John F. Kennedy, con su elegantemente peinada dama a la par - y en los asientos traseros dos señores con caras de ahuevados (uno su hermano Gaspar, el otro el ministro de Obras Públicas). Desfilando ante las cámaras en su juguete de playboy, en la autopista nueva que lleva su nombre, pero que para la gente sigue siendo el símbolo de la corrupción. Corrupción que el piloto de la lancha muchas veces ha denunciado citando a usted, pero que al fin nunca persiguió... porque en el camino se hizo amigo y aliado de su antecesor corrupto.

Ahora, le guste o no, usted tiene su propia autopista. Temo que por cada calle, plaza, escuela que lleve su nombre, por cada vez que un gobernante pronuncie su nombre en vano, su figura pierda un poco de su contenido. Al final quedará una imagen vacía, como las del Che o de Mao – o como aquella calcomanía suya a la par de una suástica en el bus de la 26...

Descanse en paz, Oscar Arnulfo. Paolo Lüers
(Más!/EDH)