sábado, 29 de septiembre de 2012

Carta de adiós a La Luna

Querida Luna:
hoy es tu último día: a partir de mañana estará cerrado lo que fue, durante los convulsionados primeros años de la paz, mi bar favorito - un lugar místico, divertido, lleno de vida y risas, chistes y planes de un futuro mejor. Punto de encuentro y discusión interminable entre artistas, intelectuales, escritores, periodistas, izquierdistas, bohemios y bolos ilustrados. Bueno, no todos...

No entiendo porqué muchos de los dolientes, incluyendo su fundadora y dueña, Beatriz Alcaine, hoy tratan de decirnos que la difunta no fue un bar, sino “un proyecto cultural”. Como si un bar fuera algo ordinario, una institución no digna para enamorarse de ella – y como si un centro cultural fuera algo más digno de tristeza cuando deje de existir...

Déjense de pajas todos ustedes: Nos enamoramos de La Luna porque fue un bar excelente, con buenos tragos, meseras guapas y con chispa, creativa decoración, rica comida, un lugar divertido. Nadie se enamora de una institución cultural, pero sí de un buen bar, como La Luna de los años noventa. Claro que un bar, para que sea bueno, tiene que tener cultura, clase, buena música. Y buena música tenía aquella Luna. Aunque no siempre. A veces era más bien horrible, y uno prefería migrar a la Taberna del Viejo, del papá de la Bea, a la vuelta de La Luna, a pesar de que ahí siempre había demasiados izquierdosos frustrados llorando en su jarra de cerveza...

Es más, querida Bea: la decadencia de La Luna empezó cuando ustedes se olvidaron que estaban manejando un bar, un lugar para divertirse y relajarse y para tener buenas conversaciones. Cuando de repente las bocas ya no eran las mismas, los tragos mal servidos y la música tan heavy metal que ya no había forma de conversar con su novia. O cuando La Luna se convirtió tanto en centro cultural que puso espectáculos que requerían atención respetuosa, y uno ya no se atrevía a hablar de voz alta, ni a pedir su whisky, ni a reírse.

¡Cómo extrañaba yo la vieja Luna-bar! Todavía la extraño. ¿Quién diablos, luego de echar riata todo el día, quiere tomarse su trago en un centro cultural donde no lo dejen hablar – sea por la bulla, sea por “respeto” al arte?

Que La Luna tiene que cerrar, como hoy dicen, porque los gobiernos no apoyan la cultura y el arte, me parece una mamada. ¿Qué diablos tienen que ver el gobierno y su política cultural con el bar donde yo me echo mi trago y me encuentro con gente inteligente y divertida, o donde disfruto de un buen jazz?

Un bar es donde me quiero olvidar que existe tal cosa como un gobierno o una secretaría de cultura. Un buen bar es donde se vive cultura y donde nadie habla de “política cultural”. Esta clase de bar fue aquella Luna, por esto todos la recordamos con nostalgia.

A los lectores, que en su mayoría tal vez no saben de qué estoy hablando en esta carta, les digo: ¡Miren lo que se perdieron los que nunca pasaron una noche mágica en el bar La Luna!

Adiós, Luna! Nos harás falta. Paolo
(Más!/EDH)