jueves, 7 de octubre de 2010

Columna transversal: Historias con comunistas

Nunca me voy a olvidar de la cara que puso Carlos Castaneda, nuestro vicecanciller, cuando el embajador de Alemania, con palabras solemnes sobre el triunfo de la libertad sobre la dictadura, le entregó un pedazo original del Muro de Berlín. La escena histórica (y profundamente irónica) de un funcionario comunista obligado a recibir un pedazo del Muro, que hace 20 años le cayó en la cabeza al movimiento comunista internacional, tuvo lugar en la recepción solemne que el embajador alemán dio el 4 de octubre en un hotel capitalino. Ahí estaban reunidos alemanes y salvadoreños para celebrar el Día de la Unidad alemana, en conmemoración de los eventos que hace 20 años llevaron al colapso de la Alemania comunista y a la reunificación de las dos repúblicas alemanas, separadas durante 45 años por la Guerra Fría y el Muro.

Lo que realmente se celebra el 4 de octubre es el colapso del bloque comunista que había dominado a toda Europa Oriental desde finales de la Segunda Guerra Mundial. El Muro de Berlín, cuyo pedazo conmemorativo tuvo en sus manos nuestro señor vicecanciller como si fuera hecha de lava caliente, y la unidad alemana son símbolos de este evento histórico, que dejó obsoleto el modelo soviético y huérfanos a sus adeptos en todos el mundo. Esto tiene que haber cruzado por la cabeza de nuestro comunista criollo convertido en vicecanciller del gobierno de Mauricio Funes. Y también de buena parte del público asistente que trató de ocultar la risa al ver la cara de los dos comunistas criollos parados a la par del señor embajador de Alemania. El segundo fue el diputado Sigfrido Reyes, quien orgullosamente había asumido su lugar en la fila de honor como vicepresidente de la Asamblea Legislativa y quien seguramente, en este momento pensaba: ¿Y por qué diablos no me llevaron a Cuba donde todavía está en orden el mundo comunista?

Nuestro vicecanciller por suerte está bien entrenado para aguantar cualquier cosa que el protocolo exige. Adquirió esta imperturbabilidad en los largos y sufridos años de guerra que pasó representando al Partido Comunista de El Salvador ante regímenes dictatoriales famosos, por sus interminables actos protocolarios. En estos eventos sumamente ceremoniosos, el buen funcionario comunista aprende a aguantar cualquier cosa estoicamente y sin dormirse...

Mientras todo esto pasaba, otros personajes del gobierno salvadoreño ya estaban en Cuba, en circunstancias tal vez aún más irónicas. Habían llevado a un grupo de empresarios a un Primer Encuentro Empresarial Cuba-El Salvador a un país donde no hay empresarios, pero donde hay medio millón de empleados estatales que, según el gobierno cubano, no serán despedidos, sino más bien recibirán el permiso del gobierno de convertirse en empresarios. Por lo menos así lo entendió uno de los periodistas que va a en la comitiva presidencial: "La visita del presidente Funes se da bajo la luz de la decisión del gobierno de Raúl Castro de permitir que medio millón de trabajadores estatales se dediquen a actividades privadas, tales como el comercio y la agricultura", escribió Luis Laínez en La Prensa Gráfica.

No creo que este medio millón de futuros empresarios sean las contrapartes cubanas en el mencionado Primer Encuentro Empresarial Cuba-El Salvador. Más bien serán los militares y funcionarios de partido que en Cuba dirigen las empresas. Y quienes, cuando el socialismo colapse, quedarán como propietarios de los bancos, los hoteles, las tierras y los inmuebles. Así como pasó en la ex-Unión Soviética. Todos los nuevos millonarios rusos son ex-KGB, ex-Partido o ex-ejército soviético...

Igual es irónico que los diputados que acompañaron al presidente en su histórica visita a Cuba efectúen reuniones célebres con sus homólogos cubanos para discutir, entre otras cosas, los sistemas electorales de ambos partidos. Como si a alguien le importara cómo se eligen los diputados cubanos, mientras todos sean de un solo partido, el comunista.

Donde de repente la historia de la visita oficial a Cuba ya no es cómica, sino más bien trágica, es cuando vemos la actuación del señor presidente. Para que nadie pueda pensar que las estoy inventando o manipulando, las cito textualmente de la página oficial de la presidencia salvadoreña en Internet, donde salen declaraciones del presidente Funes tituladas: "Reunión del presidente Mauricio Funes con empresarios cubanos".

Un presidente que en casa y en Washington jura que está defendiendo el libre empresa, incluso contra su propio partido FMLN, se reúne con "empresarios" cubanos, es decir con funcionarios de una economía estatizada, y les dice: "Durante más de 30 años el paradigma neoliberal nos había enseñado que el Estado debía empequeñecerse, casi desaparecer, para dejar paso a la actividad libre de la empresa privada y al libre actuar de los mercados.

"Las promesas de eficiencia, transparencia y rápido crecimiento económico que brillaban tras ese modelo convencieron a gobiernos de toda índole, incluyendo al nuestro, para comenzar un proceso acelerado de privatizaciones y venta de activos, hasta entonces propiedad del Estado.

"En pocos años, sectores estratégicos para el desarrollo de los países, como los servicios básicos a la población, infraestructuras o la explotación de recursos naturales quedaron en manos de (...) empresas transnacionales".

Todo lo que dijo el presidente Funes tal vez hubiera tenido sentido en una reunión con banqueros en Wall Street ¿pero en Cuba? Ir a Cuba a una reunión con "empresarios" cubanos, que en realidad son funcionarios comunistas, para sermonear contra "esta estrategia de priorizar la gestión privada frente a la pública del neoliberalismo", es una metida de pata que de nuevo confirma las dudas que la empresa privada tiene sobre las visiones que tiene este presidente de la relación entre mercado y Estado.

Un presidente democrático (y además audaz) va a Wall Street para hablar en defensa de los controles estatales sobre los mercados financieros, y va a Cuba para defender, en voz alta, la libre empresa, la propiedad privada y la libertad de expresión.

¿Para qué sirve un presidente que va para Washington para hablar mal del FMLN y luego a Cuba para hablar mal del neoliberalismo?

(El Diario de Hoy)